Vivienda

Vivir en trasteros, una salida desesperada en Barcelona: “Llevo cinco años así”

Más de una decena de personas pagan mensualmente por taquillas y pequeños locales en el centro de la ciudad

Bouchnafa dentro de su trastero.

BarcelonaEl Bouchnafa nació hace 74 años en Nador, una ciudad marroquí de algo más de 100.000 habitantes junto a Melilla. Casi tres décadas después, en 1977, nacía en la misma ciudad el Mohammed, que no quiere que se le mencione con su nombre real. "Mi familia cree que todo va bien, que tengo trabajo y piso", dice. La vida, llena de obstáculos, ha llevado a Bouchnafa y Mohammed a ser vecinos a Barcelona. La entrada no tiene número ni timbre. La puerta, cerrada con un candado, da paso a un compartimiento minúsculo, sin luz ni agua, y donde solo puede dormirse tumbado en diagonal sobre un cartón y una manta. Viven, puerta a puerta, en un local de trasteros en el centro de Barcelona.

El espacio no mide más de un metro y medio por un metro y medio. "Y yo tengo suerte", dice el Bouchnafa mientras frota su pequeño cubículo, el almacén de toda una vida, con ropa cayendo del techo, ollas y sartenes ordenadas en estanterías y una lámpara frontal colgada en la puerta preparada para cuando la cierra y se queda a oscuras. Compara su suerte con la de otras personas –"unas 12 o 13, dependiendo del día"– que duermen en este local de trasteros. Él alquila, por algo más de 100 euros al mes, uno de los trasteros más "grandes", ubicado en una esquina. Ya lleva cinco años viviendo aquí. Otros pagan entre 30 y 50 euros por una especie de taquilla, que no mide más de un metro de altura y no llega a los dos metros de profundidad, donde se estiran por las noches. Por la noche el escenario recuerda a los nichos de un cementerio, con los pies de los inquilinos saliendo de las taquillas mientras duermen.

Una persona durmiendo en el local de trasteros.
Una persona durmiendo en el local de trasteros.

Les cuesta admitir que viven en taquilla y dicen que sólo guardan sus cosas. Pero la tienen preparada para dormir, con un pequeño cartón, y por los laterales enganchan la ropa, la comida, el jabón, el cepillo de dientes, las fotografías y los recuerdos. "Ahora vivo con mi novia, pero si me deja volveré aquí", comenta un joven que prefiere no decir su nombre. Esta es la realidad de algunas de las personas que duermen en ella: el trastero como última opción cuando algún mes no ha hecho suficiente dinero (algunos se dedican a robar) o cuando lo han echado de un piso ocupado.

El Bouchnafa frente a su trastero.
El trastero del Mohammed por dentro.

Mohammed alquiló su trastero hace diecisiete años, y siempre ha sido como un refugio. Al principio sólo guardaba sus cosas. energías renovables... Cobra un paro que no llega a los 600 euros y sueña con una autocaravana autosuficiente en medio de la montaña. cuántos años y de tener una habitación con terraza –"Qué barbacoas que hacía", recuerda–, se encontró sin nada y acudió allá donde lo guardaba todo.

Bouchnafa limpiando el pasillo.

"Estoy mejor aquí que en Marruecos", dice, a su vez, Bouchnafa. En Nador viven su esposa y sus tres hijos, y él decidió buscarse la vida en España hace ya dos décadas. La vida le llevó a Segovia, a Mallorca ya Madrid, siempre haciendo de albañilería, y finalmente a Barcelona. Ahora cobra una jubilación que tampoco alcanza los 600 euros y se dedica al mundo de la chatarra mientras no está en la mezquita, donde acude religiosamente a realizar las cinco plegarias diarias.

Tanto el Bouchnafa como el Mohammed lamentan que, últimamente, les cuesta más dormir por las noches por ruidos y peleas en el local de trasteros. Critican que la contraseña se ha expandido por el barrio y se está convirtiendo en un nido de discusiones. Son las once de la noche de un miércoles, y en veinte minutos entraron o salieron de los trasteros más de diez personas. Fuera, un grupo de jóvenes pelean a golpes. Mohammed critica que hace unos días le sustrajeron una batería externa, la primera vez que sufre un robo desde que vive en los trasteros.

Los gestores de los trasteros explican que está prohibido pernoctar en su local, y que cambian a menudo la contraseña de la entrada y hacen revisiones. Admiten, sin embargo, que no pueden poner seguridad las 24 horas del día ya veces han detectado estas situaciones, haciendo la vista gorda en algunas ocasiones cuando los inquilinos no eran problemáticos. Alertan de que, sobre todo, esta problemática crece en los meses de verano, cuando algunos propietarios echan a personas a las que realquilan habitaciones para terminar realquilándola a turistas.

Única alternativa

Los trasteros, naves industriales y descampados son la única alternativa para los expulsados ​​de las viviendas. Es una situación que crece al mismo ritmo que los precios, y se genera la dinámica de que, a medida que los ingresos se reducen o son insuficientes para hacer frente al encarecimiento de un techo, las personas caen más fondos en el pozo de la exclusión y la precariedad, dice el sociólogo Albert Sales, jefe del área de derechos sociales del Institut Metròp.

Bouchnafa en el interior de su trastero.

Los que ya no pueden pagar un piso pasan a realquilar una habitación, y quienes tampoco llegan ya deben hacer manos y mangas para evitar la calle. También es más caro comprar una llave de un piso para ocuparlo o entrar en una infravivienda, un solar o una nave abandonada. El experto afirma que en esta capa más baja de la pirámide social ya no se puede hablar del mercado de la vivienda, "donde se hace un hogar, sino que debe hablarse del mercado del alojamiento", donde se encuentra un espacio temporal para refugiarse. "La gente vive en un trastero porque no quiere vivir en la calle", dice.

Las trabas para regularizar las situaciones administrativas o empadronarse empujan a las personas migrantes a los márgenes, porque no pueden acceder a ayudas de las administraciones públicas. Pero la expulsión de los migrantes sin permiso de residencia que reclaman las formaciones de derecha y extrema derecha "no es una solución", apunta el sociólogo, porque, como se constata con la situación en Estados Unidos, las expulsiones "ejemplificantes" que está practicando la administración Trump sólo hacen que "los migrantes tengan unas vidas más precarias" y estén más expuestos a sufrir todo tipo de abusos.

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