Pandemia

Más burocracia y más demanda saturan los servicios sociales

Los casos que llegan a las oficinas municipales son más complejos y la falta de soluciones frustra y crispa a la ciudadanía

Una usuaria saliente de las dependencias de los servicios sociales de Olesa de Montserrat.

Olesa de MontserratDos años después, los trabajadores de los servicios sociales de Olesa de Montserrat todavía tienen muy presentes los primeros días de la pandemia, cuando el plafón con el que intentaban entender la magnitud de la tragedia se iba llenando de puntitos rojos: cada punto equivalía a una persona muerta por covid en los geriátricos. De hecho, en esta localidad del Baix Llobregat Nord, el coronavirus impactó de lleno en una residencia al cabo de pocos días del cierre de la Conca d'Òdena cuando el covid todavía no había mostrado su capacidad de muerte. "Aquellos días fueron un drama porque no sabíamos a qué nos enfrentábamos ni cuánto duraría la emergencia", dice ahora el regidor Jordi Martínez Vallmitjana. 

En el caso olesano, los servicios sociales se erigieron en servidores esenciales y presenciales desde el minuto cero, tuvieron que reorganizar equipos y tareas de un día para el otro y asumir –sumando– más tareas en la cartera. "Nos tuvimos que reinventar para poder cubrir el aumento de demanda y el cierre de otros servicios y administraciones", relata Elisabet Linares. Los trámites para cobrar prestaciones (renta mínima garantizada, ingreso mínimo vital, etc.) pasaron a ser online para abrirse meses después a la cita previa, obstáculos insalvables para muchos usuarios que recurrían a sus servicios sociales para encontrar una solución. 

Linares se encarga del área de la gente mayor, salud y dependencia, y explica como tuvieron que improvisar –con la ayuda de la brigada municipal– desde un servicio de recogida de basura a uno de reparto de comida y entrega de medicamentos. "Teníamos la sensación de ser bomberas, de no poder hacer nada más que apagar fuegos", subraya, porque en aquellos días, aparte de los sanitarios y los comercios de comida, los servicios sociales eran casi los únicos que mantenían la puerta abierta. El miedo y la incertidumbre se apoderaron de la población a la vez que se hacía evidente que la parada económica suponía un aumento exponencial de la demanda. De usuarios habituales y también de nuevos, los "trabajadores pobres", como ilustra Margarita Ruiz Bové, responsable de los servicios sociales, que subraya que "por suerte" muchos requirieron ayuda puntual, hasta que la actividad comercial e industrial se reavivó. Pero por regla general confirma "la complejidad" de los casos, porque a los problemas económicos se suman los de relaciones de familia, de consumo de drogas o alcoholismo. Esta complejidad hace que se multipliquen los seguimientos y las derivaciones o el acompañamiento hacia el recurso especializado.

 "Somos el cajón de sastre", acierta la trabajadora Pepi Boada, que resalta que la ciudadanía ve en estos servicios básicos de primera línea la ventanilla donde acudir para cualquier problema o necesidad. "A veces solo les puedes dar un teléfono porque tú no tienes la solución porque el Ayuntamiento no es la administración competente", explica Isabel Parra, desde la ventanilla de la primera acogida, es decir, de abrir los expedientes de cada usuario. Hoy ha abierto el 67.º de este año y relata como las principales demandas son los pagos de alquiler y suministros de luz, gas y agua, a pesar de toda la artillería legislativa para intentar poner remedio.

Pero las leyes de protección sociales, que prohíben cortar los suministros básicos, tienen un fuerte impacto de carga laboral, subraya Ruiz Bobé. Los informes de vulnerabilidad que reclaman las compañías se elaboran en los servicios sociales a pesar de que tiene poco de social y mucho de económico, afirma la responsable, y se destinan muchas horas de la jornada a llenar farragosos formularios. "Hay mucho trabajo burocrático", se queja Parra, y su compañera Alba Calabuig añade que entre la gestión y los trámites "es difícil hacer prevención" y avanzarse a los problemas de las familias. 

Presupuesto extra

Para hacer frente a este incremento de demanda, el Ayuntamiento ha pedido 40.000 euros al remanente municipal, que se suman al incremento de las partidas de becas comedor, para complementar las ayudas a la vivienda o el aumento a la atención domiciliaria, detalla el regidor. En Olesa, el número de usuarios de los servicios sociales ha crecido un 60% en los últimos cinco años: en 2021 cerró con 9.575 por los 5.925 de 2017, de los cuales un 10% corresponden a la teleasistencia o la atención domiciliaria, que ha consolidado el fuerte repunte de la demanda durante el confinamiento. Más trabajo con los mismos recursos, se quejan las trabajadoras, y la responsable rebate que se han redistribuido tareas y personal.

Reinventarse es un verbo repetido entre las trabajadoras de Cal Mané, la casa que acoge los servicios sociales de esta localidad de 24.000 habitantes a los pies de Montserrat. Lo usa a menudo Jéssica Blázquez, educadora social, que señala como el confinamiento los obligó a abrir canales de contacto nuevos –WhatsApp, móvil o correo electrónico– para que los usuarios, acostumbrados al frente a frente, encontraran a un interlocutor. Son canales que se han mantenido y que también supone un trabajo extra tener que gestionarlos. El ciudadano buscaba saber qué había pasado con el familiar de la residencia, el que había entrado en el hospital, se ofrecía como voluntario o demandaba una prestación apenas anunciada en la prensa y que todavía no estaba en vigor. Las trabajadoras hablan de la frustración, indignación, crispación y desesperación de la ciudadanía, sentimientos que perduran hoy.

Pasados 24 meses, Blázquez asegura que creía que aquellos primeros meses eran "duros", pero el posconfinamiento ha dejado una situación peor, con mucha conflictividad social, problemas y violencia familiar, adolescentes que han huido... El listado de empeoramientos se completa con la constatación de más maltratos físicos y abusos económicos a la gente mayor, demencias y un desequilibrio emocional y de la salud mental generalizado. La pandemia, dice Calabuig, solo ha hecho que "intensificar" los problemas que se arrastraban.

A raíz de la pandemia ha surgido un grupo de gestión de luto, terapias familiares o una manera nueva de conectarse con los usuarios, sobre todo con los jóvenes. "Los servicios sociales mueren de éxito porque cualquier iniciativa es muy necesaria y se llena", afirma el educador Víctor García, que concluye que desde 2008 "cada semana supera la anterior". 

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