Inmigración

"Antes los migrantes encajaban en la sociedad: no se les perseguía ni debían esconderse"

La Fundación Pere Claver celebra treinta años de un servicio especializado en la atención a extranjeros que dirige el psiquiatra Joseba Achotegui

Joseba Achotegui.
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BarcelonaJoseba Achotegui (Durango, 1954) experimentó en primera persona lo que puede oír a una persona migrante en un país extraño, con una lengua desconocida y un ambiente hostil. La Fundación La Caixa montó en autobuses a un centenar de profesionales en una plaza de Girona y los trasladó hasta una granja cuando ya oscurecía. "Nos recibieron un grupo de africanos que con unas linternas y hablando en mandinga nos llamaban para que nos moviéramos deprisa y entráramos en unos barracones", explica este psiquiatra vasco, que hace treinta años supo convencer a la Fundación Pere Claver de Barcelona a abrir un dispensario para tratar a la población migrante que quedaba fuera de los servicios médicos. Años después, todavía recuerda "impresionado" esa puesta en escena y asegura que es un buen ejercicio para que la sociedad tenga más "empatía" para las vidas de los vecinos venidos de fuera.

La relación de Achotegui con migrantes y refugiados se remonta a la década de los años ochenta cuando con un grupo de médicos constituyeron el GASIR, un proyecto que en 1994 se transformó con el SAPPIR, las siglas del Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados. Desde allí vio el cambio social y de la inmigración y pudo constatar "el impacto directo entre las leyes de extranjería y el estado de salud físico y mental" del colectivo.

El cambio de milenio

En aquellos años, básicamente la migración era marroquí y latinoamericana y empezaban a llegar paquistanís. Pese a la crisis postolímpica, "encajaban en la sociedad" de acogida sin grandes problemas porque funcionaban las redes de migrantes y "no había un gran control migratorio", rememora. El punto de inflexión es el cambio de siglo, cuando coincidieron la intensidad de llegadas y la presión de la Unión Europea para cerrar las fronteras. Esta estrategia cambia "las circunstancias de los migrantes y les crea problemáticas" que hasta entonces habían podido capear. El luto del migrante, el malestar, se acentúa aún más. De hecho, dejar la casa por necesidad es un zarandeo en la vida del migrante, que pasa por siete duelos (siete pérdidas), enumera al profesional: la familia, la lengua, la cultura, la tierra, el grupo de pertenencia, el estatus social y los riesgos físicos. El endurecimiento de las fronteras ha supuesto que las personas se tengan que jugar la vida en el mar o cruzando continentes y que aumenten los peligros de abusos, violaciones y vulneraciones de derechos.

Es entonces que Achotegui detecta en la consulta un malestar emocional provocado por el endurecimiento de las leyes para que los migrantes obtengan la residencia para poder trabajar legalmente o iniciar los trámites por reclamar el reagrupamiento familiar de hijos o padres que se han quedado en el país de origen. Los pacientes explican las dificultades para encontrar un trabajo, un lugar donde vivir, el sentimiento de soledad y de estos relatos Achotegui describe un patrón repetido que le recuerda –afirma– a las aventuras descritas en La Odisea. Y en 2022 acuña el síndrome de Ulises.

"No es ninguna enfermedad, sino un cuadro de crisis, estrés, luto", matiza y, por eso mismo más que medicamentos requiere un tratamiento social. Se manifiesta en nerviosismo, insomnio, dolores de cabeza, llantos y tristeza, que aunque pueden confundirse con una depresión, no lo es. "Un depresivo se queda apático, sin energía. Ellos no: tienen proyectos, ganas de hacer cosas, pero no pueden y eso les frustra y entristece", dice. Más que antidepresivos o ansiolíticos, la terapia recomendada para estos casos es "el soporte psicosocial, psicoeducativo", que les ayude a gestionar el estrés. A diferencia del duelo por la muerte de un ser querido, el del migrante es "parcial y recurrente" porque tienen presentes sus orígenes por la "responsabilidad de ayudar a la familia que se queda allí". Ya en el país de acogida también arrastran "una carga" y un sentimiento de "derrota" si no han cumplido las expectativas propias y de los parientes.

El boca-oreja

Los pacientes del SAAPIR son derivados por los profesionales médicos, entidades que atienden a migrantes y también "por el boca-oreja" que en el Poble-sec hay una clínica que escucha y puede dar ese apoyo necesario. En treinta años se han atendido a unas 5.000 personas: adultos y criaturas, más hombres que mujeres, que quizás buscan otras vías para calmar el dolor emocional o, sencillamente, la vida no les da horas para encontrar un agujero. "Es un tema que debemos estudiar más", señala Achotegui.

Los Ulises han existido siempre, aunque el psiquiatra afirma que no se puede comparar, por ejemplo, la migración actual con la que protagonizaron los españoles que se trasladaron a Alemania. "Ahora es mucho peor, porque entonces no les perseguían ni debían esconderse", responde. Se calcula que el 15% de los migrantes de todo el mundo sufren el síndrome de Ulises –"muchísima gente", afirma–, e incluso la ONU lo ha recogido. En Londres se ha creado el Instituto del síndrome de Ulises. Los síntomas desaparecen cuando la persona se estabiliza, tiene papeles, un trabajo, un techo y puede volver a ver a la familia. "Como sociedad debemos mejorar la mirada hacia la inmigración, que hace mucho por el país y se les deshumaniza".

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