“¿Necesitas un albañil?”: trabajadores sin papeles buscan trabajos frente a tiendas de la construcción
Grupos de migrantes denuncian que muchas veces los llevan a una obra para hacer de albañiles o pintores y no les pagan el trabajo realizado
L'Hospitalet de Llobretat"Hoy tampoco hemos tenido suerte". Son casi las 12 del mediodía y la veintena de hombres que están a las puertas de una empresa de la construcción se resignan a que tendrán que irse a casa sin trabajar. Para algunos, el día en blanco se repite desde hace días, demasiado tiempo. Tres, cinco o hasta veinte días sin que nadie atienda a la pregunta simple y directa que hacen cuando algún cliente de los almacenes desvía la mirada hacia el grupo: "¿Necesita un manobre?"
Estos hombres se ofrecen cada mañana en el exterior de grandes almacenes de la construcción como fontaneros, encofradores, pintores o albañiles y se adaptan a las necesidades de los clientes. Por horas, días, semanas. Si hay suerte, explican, "dos o tres meses" trabajan en obras de casas particulares o naves industriales en las comarcas de Barcelona. Lo hacen sin contrato, seguros, ni derechos reconocidos: son temporeros de la obra a demanda.
En esta tienda de un polígono industrial de Hospitalet de Llobregat todos son hombres de varias edades procedentes de América Latina que no han conseguido el permiso de residencia, aunque en algunos casos acumulan más de los tres años reglamentarios en los que se obliga a los inmigrantes extracomunitarios a estar en situación irregular antes de poder solicitar el arraigo social. "Venimos aquí porque no tenemos alternativa, no porque nos guste trabajar así", afirma uno de los trabajadores, que como el resto ha pedido no ser identificado.
Hacia las siete de la mañana estos jornaleros modernos comienzan a llegar y se agrupan frente a la puerta –"No nos dejan pasar de aquí"– para esperar a que "la bendición" o la "suerte" los elija a ellos y puedan llegar a casa con unos pocos euros para ayudar a la maltrecha economía familiar o para poder pagar los 400 o 500 euros que los cobran por una habitación realquilada. "Sabemos que es cuestión de suerte, que alguien se pare allí y no aquí, pero confiamos y nos alegramos por los que se marchan", afirman. Se llegan a reunir hasta sesenta a primera hora, y en "un día bueno", unos siete u ocho pueden acabar con trabajo.
A medida que pasan las horas y el sol se hace más fuerte en esta mañana de otoño, las fuerzas se apagan y las conversaciones giran en torno al encarecimiento de la vida, de un compatriota que ha vuelto al país de origen o cómo lo harán para afrontar las facturas este mes. "La gran dificultad que tenemos son los papeles, porque nosotros hemos venido aquí a trabajar y queremos aportar al país que nos acoge pagando impuestos y no nos dejan", dice uno de los hombres, colombiano, que acude al almacén de forma "intermitente" desde hace dos años. "Y todavía hay quien dice que venimos a doler y delinquir", le responde un joven venezolano, que hace apenas tres meses aterrizó en Barcelona. "Aún me quedan tres años para los papeles, sí", señala, pero dice que "Dios está mirando por el bien de todos", así que mantiene los ánimos muy altos, pese a las adversidades. Mientras petan la charla cae algún café endulzado que un peruano derrama de un pequeño termo que guarda en una bolsa. Cada café, 50 céntimos.
Quieren hablar y tienen ganas de que se conozca la precaria situación, pero a la vez les da "miedo" que para exponerse públicamente "la policía o la tienda se enfaden" y les echen, y les dificulten así ganarse la vida . Pero, finalmente, deciden que es mejor explicarse, porque quizá –confían– sirva de panel de anuncios. Además, "intentar trabajar no es ilegal", sostiene uno de los hombres. "No hacemos nada malo aquí, ¿no?", concluye otro.
"Te quitas con toda la confianza y las ganas de que hoy sí, hoy trabajarás", dicen. Para llegar a L'Hospitalet, algunos deben realizar varios transbordos para ir de una punta a otra del área metropolitana. Esto les obliga a levantarse a las cinco o las seis de la madrugada. Y después, esperar. Cargan una mochila en la espalda donde llevan la ropa de trabajo para cambiarse cuando llegan a la obra, un bocadillo y una botella de agua.
La cosa funciona como explica uno de ellos, un peruano que lleva cinco años residiendo en Barcelona: el cliente ofrece uno, dos o tres trabajos y elige a los jornaleros que se llevará durante las horas pactadas de entre los que hay. "Te hacen subir a un coche o una furgoneta de un desconocido sin saber a dónde vas, y te encuentras pensando que todo vaya bien", explican. En un principio se pacta el tipo de trabajo, duración y precio antes de salir hacia el destino. El precio actual ronda los 50 o 60 euros al día, pero también a menudo les obligan a "estirar la jornada" más allá de las ocho horas.
Todos tienen una historia en la que han sido víctimas de estafas y engaños por parte de los contratadores. Han trabajado el tiempo pactado y una vez terminado el trabajo, se han ido sin cobrar o han confiado en que les pagarían al día siguiente o al cabo de unos días. "Nos roban porque se aprovechan de que somos vulnerables", señalan los trabajadores en un círculo improvisado que se va animando a medida que recuerdan. La policía no es ninguna alternativa, porque al carecer del permiso de residencia ni de trabajo ni ningún contrato, temen que aún salgan peor parados. Tampoco pueden ir a ningún sindicato. "Estamos abandonados, aquí nadie viene a saber de nosotros", se lamentan resignados.
Cobrar en un sobre en efectivo
A menudo les han dejado de pagar una o dos jornadas, pero un chico venezolano explica cómo su tío estuvo tres meses en una obra y nunca cobró su trabajo. "Aún llora cuando lo cuenta y hace ya años", denuncia. Para evitar estos abusos dicen que intentan moverse por el principio "día trabajado, día cobrado", así por lo menos el robo de jornales será el mínimo. A veces, lo que les contrata se muestra muy apacible, les invita a comer el primer día, les hace la garra para después despacharlos sin el sueldo. Los pagan al contado porque a ambas partes les va bien.
Los morosos que no les pagan se las empujan todas. Uno de los hombres detalla la dirección de un cliente que le pidió pintar su piso de la calle Aragó de Barcelona. Nunca pagó y ni se dignó en cogerle el teléfono. Otros, explican, se cambian la tarjeta SIM del teléfono para que se les pierda el rastro, o directamente bloquean el número del trabajador. También los hay que convocan un día y lugar para realizar el pago y no aparecen. "Cuando sales de aquí hacia una obra, uno se emociona y después te quedas con un palmo de nariz cuando ves que no cumplen con su parte", se queja un hombre de Honduras, que enseña la cicatriz que le va dejar en el cuello una bala de una de las maras –grupos criminales–, razón por la que huyó a Europa.
Está claro que no todo son malas experiencias y existen patrones que respetan los términos del acuerdo, aunque todo esté fuera del radar de la Seguridad Social o Hacienda. Normalmente, las obras se realizan en urbanizaciones o polígonos industriales del área metropolitana de Barcelona, aunque no existen límites y, en ocasiones, el trabajo los conduce a pequeños municipios de la segunda corona. Si una vez terminado el trabajo, se cobra y los devuelven a Barcelona, ya es una fiesta grande, pero lo normal es que les acompañen a una parada de autobús o tren y cada uno haga vía por su cuenta.
La falta de un trabajo estable, las horas de espera y el no tener una seguridad económica acaban pasando factura emocional a estos hombres. "Te mordisquea la mente", dice uno de los veteranos. "Un día estás arriba y el otro por el suelo", afirma otro. "Es un desgaste psicológico muy grande si usted no puede ayudar en casa, donde todo son gastos", coincide el otro. Casi a la una de la tarde, la afluencia de clientes en los almacenes decae al mismo ritmo que los jornaleros se van despidiendo. "Nuestro trabajo es buscar trabajo, así que mañana volveremos", dicen.
La jornada ha terminado con sólo uno de los peones contratados. Poco, así que por la tarde toca "buscar" más. Los jornaleros debaten sobre lo divino y humano y lo que les preocupa. Y de la conversación surge la pregunta de, visto cómo han quedado los pueblos arrasados por la DANA, si se han planteado la posibilidad de trasladarse al País Valenciano, donde seguramente no les faltaría el trabajo para la reconstrucción. La respuesta es una afirmación unánime, si bien les frenan los precios y las dificultades para la vivienda. "Iría andando si me dicen que podré trabajar y nos encuentran un piso económico para vivir", afirma un joven venezolano. "Sería bueno que con tanto trabajo como se prevé, el gobierno español haga un pensamiento y regularice a los migrantes como nosotros", apunta un colombiano con la audiencia asintiendo.