Señoritas de ‘photocall’ (primera parte)
Como decíamos, las niñas de casa buena son de dos tipos fundamentalmente: las amazonas, que ya han quedado anteriormente descritas, y las que, después de pasar por caja, acceden a pasar, y con bastante frecuencia, por el photocall, que es este tipo de escaparate de famosos colocado a la entrada de lo que ellas llaman “evento” (aquí en Catalunya algunas lo llaman “event”, para gran desesperación de todos y cada uno de los miembros del Institut d’Estudis Catalans) y que son unas reuniones sociales, dopadas de patrocinadores y con la apariencia de una fiesta que, en el fondo, lo que realmente son es un auténtico mercado en el que se compra y se vende, fundamentalmente, capital humano (por cierto: ¿qué cojones es el capital humano?) y donde las marcas (de coches, de moda, de tecnologías varias, una institución del tipo que sea, una fundación, una publicación...) muestran al resto su musculatura y sacan pecho.
Los jefes de prensa, los amos de showrooms y los relaciones públicas (si es que todavía queda alguno en pie) saben, desde siempre, que las niñas de casa buena, ahora convertidas en socialités, dan a este tipo de fiesta una pátina inigualable que dispara los índices aspiracionales hasta el infinito. Del mismo modo que en los noventa todos los directores de las discotecas pijas (es decir, en las que se mezclaban jugadores del Barça con el Testarossa aparcado en la puerta, folclóricas de camino a los bingos de la calle Urgell, bellezas locales, jóvenes herederos aficionados al polo y en las que, por sorpresa, podía aparecer Richard Gere) del mismo modo, decía, que los relaciones públicas sabían que había que tolerar en su local la presencia de prostitutas de aquellas que antes se llamaban de lujo, algún camello de confianza y, por lo tanto, dejar entrar gratis al comisario de policía de turno, siempre que deje la pipa en el guardarropas; así mismo, para las actuales fiestas que muestran las virtudes del capitalismo globalizado, es muy conveniente que se esparzan, aquí y allá, niñas monas de la alta sociedad para que salten de la barra de Dom Perignon a la de Maximiliano (en España, si no pones un cortador de jamón fracasas como anfitrión) mientras hacen una story en Insagram (“Hola, chicas, aquí estamos en la fiesta de Bulgari”) o todos los lives (“¡Jo, lo estamos pasando súper!”) que hayan pactado previamente su mánager y la organización del “event”.
Estas niñas monas de casa buena acostumbran a ser hijas de un aristócrata, de un productor de televisión o cine, de un empresario con muchos puntos para salir en la próxima tanda de grabaciones de Villarejo o de un campeón de Fórmula 1 o de tenis del tardofranquismo. Esto en cuanto al padre, porque sus madres fueron, años atrás, exactamente y nada más y nada menos que lo que son ellas hoy, es decir, señoritas de photocall, productos de una veleidad.
Antes de convertirse en influencers, antes de la aparición de las redes sociales, este tipo de personaje hacía prácticas (“stage” decía ella) como ayudante de estilismo en alguna de las revistas de moda con sede en el madrileño barrio de Salamanca y delegación en Barcelona (hoy las revistas tienen sus redacciones en un polígono del extrarradio o, directamente, en un coworking sin ventanas, y la sede en Barcelona se clausuró años atrás con la excusa de la crisis). Esta especie de beca, poco remunerada pero remunerada (pocket money), se la consigue su papá en una cena en el Trocadero Arena marbellí hablando directamente con el CEO de la empresa que edita la revista (una multinacional con huevos en varias cestas como, por ejemplo, la industria armamentística, las telecomunicaciones o las renovables; o sea, muchas cestas y, sobre todo, muchos huevos). El CEO en cuestión, a principios de septiembre, llama personalmente a la directora de la revista para decirle “Me tienes que hacer un favorcillo” y, abracadabra, pata de cabra, la niña de casa buena se planta la semana siguiente en la redacción de la revista de moda para, literalmente, jugar a trabajar. Más de una vez, sin embargo, cuando la secretaria de redacción telefoneaba a la rica heredera para decirle que “El miércoles que viene te puedes incorporar” la pijilla de turno contestaba con un tono que no dejaba margen a la réplica y que es típico de las clases altas “Ay, me sabe fatal, pero va a tener que ser dentro de dos semanas porque el finde que viene estoy en Ibiza en la despedida de soltera de una íntima que me mata si no voy, y la otra me voy a Kenia”, cosa a la que la secretaria de redacción, sin ponerse nerviosa en absoluto porque ya son muchos años, le contesta “Pues entonces, querida, ven cuando quieras, aquí estaremos. Lo primero es lo primero”.