Francisco Doblas: “El planeta no necesita a nadie que lo salve, debemos salvarnos nosotros”
Investigador Icrea y director del departamento de ciencias de la tierra en el Barcelona Supercomputing Center (BSC-CNS)
Francisco Doblas, investigador Icrea al frente del departamento de ciencias de la tierra en el Barcelona Supercomputing Center (BSC-CNS), es conocido a nivel mundial por su investigación en clima y cambio climático. Autor principal del quinto y sexto informes de evaluación del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), participa estos días en la conferencia anual que celebra la Sociedad Europea de Meteorología y que reúne a más de 900 expertos internacionales. El encuentro, que se celebra en el edificio histórico de la Universidad de Barcelona, llega a su 25ª edición y este año se centra en explorar el papel de la investigación para configurar las políticas públicas que hagan posible que Europa alcance en 2050 la neutralidad de carbono .
Según Doblas, los países de la UE lideramos la transición hacia un mundo más verde, así como las medidas de adaptación y mitigación del cambio climático. “Se hacen muchas cosas por presión social. Y esto es crucial”, asegura. Pero mientras las emisiones en Europa descienden, se mantienen o suben a países como China, India o Rusia. "Es necesario un esfuerzo colectivo", reclama.
— Esta mañana estaba previsto que lloviera mucho más en Barcelona de lo que ha llovido.
Debe estar cansado de las bromas y quejas sobre el hecho de que los meteorólogos nunca aciertan con sus predicciones.
— ¡Sí que lo hacemos! De hecho, hacemos predicciones buenísimas. Si pensamos en las que hacen los bancos y los gobiernos del producto interior bruto de los países, ¡eso sí que es un buñuelo! Predecir, predemos muy bien. Otra cosa es lo que se haga con esa información.
¿A qué se refiere?
— En 2021 unas lluvias torrenciales en el centro de Europa dejaron cientos de muertos. Los sistemas meteorológicos las habían predicho; sin embargo, los planes de emergencia de los países afectados no estaban preparados para asumir esa información. A menudo, quien debe tomar decisiones de acuerdo a una información que contiene cierta incertidumbre no es capaz de gestionarla bien. Lo mismo ocurrió ese año con la borrasca Filomena, la mayor nevada que hubo en medio siglo en España y que paralizó Madrid y cortar las comunicaciones con la Península. La predicción fue buenísima: tres días antes ya se sabía que iba a caer una cantidad de nieve sin precedentes. ¿Y qué se hizo? Nada.
¿Falla la comunicación entre científicos y administración?
— En este congreso precisamente estamos hablando mucho de cómo seguir mejorando nuestras predicciones a escala científica y tecnológica, como utilizar la IA con las metodologías existentes para predecir mejor y más rápido, pero también cómo dar toda la información de que disponemos para que se puedan tomar decisiones a tiempo en beneficio de la sociedad. No podemos seguir desarrollando servicios sin pensar en cómo presentar y traspasar la información para que sea útil para la ciudadanía y todos los sectores. Por ejemplo, si un país decide incrementar la penetración de las energías renovables en el territorio, es necesario que sepa cómo afectará el cambio climático al viento, la velocidad, en algunas zonas. O si una región opta por las fotovoltaicas, debe tener claro en qué zonas aumentará la nubosidad porque se producirá un cambio de circulación atmosférica a largo plazo para preverlo y decidir dónde implementar las instalaciones.
¿Cómo hacen las predicciones?
— Son muy complejas y se nutren de un montón de factores. Para empezar, observaciones que son carísimas de obtener y proceden de diversas fuentes, desde redes de radares meteorológicos hasta globos, drones, satélites. Y además se necesitan datos globales, porque el clima está conectado, y para saber qué tiempo hará en Cataluña o si va a llover, hay que saber, por ejemplo, el estado de la atmósfera en los polos o cómo se comporta el suelo y la vegetación en cada zona. Con todos estos datos validamos los modelos que utilizamos, gemelos digitales de la Tierra. Para ello necesitamos supercomputación, como el superordenador MareNostrum que tenemos en Barcelona. Y, por último, es necesario un equipo multidisciplinar de gente muy muy especializada capaz de desarrollar los modelos y hacer análisis de datos que permitan saber hasta qué punto los resultados de los modelos son fiables.
A menudo el cambio climático se asocia en el imaginario colectivo a osos polares hambrientos.
— Tenemos en la cabeza la idea de que debemos salvar el planeta, pero el planeta no necesita a nadie que lo salve, ya tiene su recorrido, que viene de muy lejos, y continuará más allá de nosotros. Lo que debemos hacer es salvarnos nosotros, la sociedad tal y como la conocemos. Lo que debemos plantearnos es qué queremos: ¿una sociedad donde haya más conflicto, o donde la gente pobre lo pase peor, o países como el nuestro sean menos competitivos? Porque ¿qué ocurre si en el ámbito agrícola no nos adaptamos a un futuro en el que cada verano y cada primavera hará más y más calor y no lloverá? Sabemos que esto va a ocurrir. Sabemos qué zonas van a sufrir más. No podemos hablar de modelo económico para Cataluña sin ser conscientes de que el entorno en el que se va a desarrollar está cambiando, porque esto se traduce en puestos de trabajo, en más riqueza o pobreza, en mayor igualdad o desigualdad.
¿En qué sentido?
— El cambio climático afecta a los más vulnerables. La gente mayor, sin recursos, con el sistema inmunitario comprometido. Y no podemos obviar las enfermedades transmitidas por vectores. Ha habido muertos este verano por fiebre del virus del Nilo en el sur de España, Rumanía, Italia, incluso Austria. El virus se transmite por picaduras de mosquito y está en todo el arco mediterráneo. En Cataluña tenemos el mosquito y es probable que el virus nos llegue. De hecho, los arrozales del Delta ya se tratan para evitar las larvas de ese mosquito. Al final se trata de ello, de adaptarnos a un entorno en el que deberemos enfrentarnos a este tipo de riesgos.
¿Puede poner algún ejemplo de sector con el que estén colaborando para realizar esta adaptación?
— El del vino en Cataluña, con mucho valor añadido. Los vinicultores están muy concienciados del riesgo al que se enfrentan y saben que deben adaptarse a ellos para seguir siendo competitivos. Desde el BSC intentamos transformar la información de la que disponemos en indicadores que sean relevantes para ellos; hacemos algunos experimentos con los modelos climáticos de aspectos relevantes, como la sequía de los últimos tres años en Cataluña. Sabemos cómo es, la hemos experimentado con el modelo y podemos simularla en las condiciones que tendremos en el territorio en 2050, cuando tendremos más CO₂ en la atmósfera y mayor radiación en el suelo que hará que se evapore más agua. Así podemos saber cuál será el impacto en la zona de producción vinícola, para que así los productores puedan estimar cuánto tiempo podrán mantener los procesos de crecimiento de la uva y la vinificación. Los centros como el BSC estamos para resolver problemas en la sociedad.