Viajar y tragar

Dónde y qué comer en Buenos Aires

La capital huele a carne a la brasa gracias a sus 'parrillas', pero la gastronomía es uno de los palos de la cultura argentina y va más allá del sagrado 'asado'

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La carne de una 'parrilla' argetina.

Buenos AiresUno de los rasgos más destacables de la cultura argentina es el amor –a menudo, devoción– por la comida. De raciones generosas y con abundancia de carne roja y harinas, la gastronomía argentina explica en buena medida la historia del país: una mezcla de culturas, autóctonas y recién llegadas, que aportan sabores, ingredientes y formas de comer diversas. Desde la cocina de los pueblos originarios, con ingredientes como el maíz, la patata, la yuca, el tomate, el frijol o la hierba mate, hasta la influencia de los colonizadores españoles y los gauchos con la carne y el vino, pasando por la herencia de la esclavitud africana de comer vísceras. Y ya en los siglos XIX y XX, el impacto de las oleadas migratorias, tanto transatlánticas –Italia, España, Alemania, mundo árabe, judíos, China y Corea– como continentales –Bolivia, Paraguay y Perú– nutren una cultura gastronómica desacomplejada y que se aleja, de forma natural, de ningún tipo de purismo.

En particular, la ciudad de Buenos Aires se encuentra en un momento álgido en su construcción de capital gastronómica. La oferta de restaurantes sólo hace que aumentar, y ante las dificultades que tienen los argentinos para ahorrar, junto a que comer fuera no es ni mucho menos tan caro como en otras grandes ciudades, salir a comer se ha convertido en una de las actividades preferidas de los porteños. Una visita a Buenos Aires es, sin lugar a dudas, un viaje gastronómico.

1.

Las 'parrillas' imprescindibles

A los argentinos les enorgullece decir que su carne roja es la mejor del mundo. Y es que probablemente sea verdad. La particularidad geográfica –de planicie total– y climática –sin nieve en todo el año– de la pampa Argentina la convierten en un lugar único en el mundo para producir una carne de ternera tierna y sabrosa. Además, los cortes argentinos no tienen nada que ver con los nuestros: nombres como vacío, tira de asado, bondiola, bife de chorizo, ojo de bife o chinchulinas –el intestino– son los que llenan las cartas y menús de las parrillas del país. Una experiencia inolvidable, comer. Las parillas varían en tamaño y forma, pero suelen ofrecer, más o menos, los mismos cortes, a la brasa, con opción de condimentarlos en salsa chimichurri o criolla –pimiento, tomate, cebolla y cebolla de verdeo– y con guarnición –ensalada, patatas fritas, o puré de patata o de calabaza–. También se puede pedir un surtido para compartir: en este caso, se servirá una pequeña parrilla en la misma mesa que incluya distintos cortes. Como opción más asequible, se puede pedir un bocadillo con el corte: uno sandwich de bondiola, por ejemplo, o el mítico choripán.

No se puede irse de Argentina sin comer carne en una parrilla. Hay para todos los gustos: de las más sencillas a las más chetas. En el barrio de Caballito, en el centro geográfico de Buenos Aires, se encuentra la Parrilla Caballito, un local enorme y familiar con una excelente atención por parte de camareros de edad avanzada que, engalanados con pajarita y ligas elásticas en las mangas de camisas blancas impolutas, ofrecen a mediodía de entre semana un menú de 9.000 pesos (unos 7 euros) que incluye un corte con guarnición, bebida y postre –todos caseros– o café. Otra parrilla de barrio es Lo de Jime, en Villa Crespo, un local muy sencillo que sirve los mejores bocadillos de bondiola y vacío. Y para quienes tengan ganas de combinar carne y fútbol, ​​El Secretito, en el barrio de Las Cañitas, un santuario del club Racing donde hay que reservar con antelación.

Para una opción más gourmet pero a la vez desenfadada, La Carnicería es un lugar excelente, con platos creativos y guarniciones increíbles; el distinguido con una estrella Michelin (pero lleno de turistas) Don Julio, un clásico del barrio de Palermo y, en el Hotel Four Seasons, el restaurante Elena, sólo para quien le guste la carne madurada.

2.

Los 'bodegonas', historia viva

Los bodegones porteños representan al más casero de la herencia española e italiana en la ciudad. Suelen ser negocios familiares, heredados de generación en generación, que sirven porciones abundantes y baratas de platos sencillos que no innovan pero que saben a casa; locales grandes, paredes rellenas de banderas y camisetas de clubes de fútbol enmarcadas, a veces jamones y otros embutidos colgando del techo, y los míticos pingüinos, jarras donde se sirve el vino. La milanesa napolitana –con jamón, queso y tomate– o a caballo –con huevos fritos– con patatas fritas, o las pastas –secas o rellenas– con diferentes salsas, los estofados, las tortillas de patatas –¡a veces con chorizo ​​y todo!– y postre como el budín (púding) de pan, el queso con dulce de boniato o membrillo, el sambayón, o el flan con dulce de leche y crema, redondean comidas de la sin duda comfort food argentina.

Cantina Palermo, Bellagamba, Spiaggie di Napoli, Los Bohemios o El Obrero son bodegones donde se sentirá cómodo y comerá bien por un precio más que razonable. Para la opción gourmet, Romero Sieiro Cantina y El Preferido son dos imperdibles.

3.

El 'fast food' porteño: pizza y empanadas

Si un día no tiene tiempo para entablarte, Buenos Aires ofrece miles de opciones rápidas. Argentina es el país del mundo con más pizzerías por habitante; al igual que salas de teatro. Para hacer el combo de ambos récords, combinar pizza y teatro en una noche resulta un plan genial; en la avenida Corrientes, donde se concentran la mayoría de salas de teatro comercial de la ciudad, también se encuentran algunas de las pizzerías más míticas, como Güerrín, abierta en 1932 por los italianos Franco Malvezzi y Guido Grondona. No se asuste por las largas colas en la acera; el local es grande –sirven unas mil pizzas diarias– y te atienden enseguida. Muy cerca encontrará otro clásico, Banchero, donde se inventó la fugazza – pizza cubierta con cebolla y queso– y la fugazzetta, una derivada de la focaccia genovesa que consiste en dos discos de pizza con queso en medio. Y no muy lejos encontrará El Cuartito, otro clásico muy recomendable de la pizza porteña. Si es noche de fútbol, ​​en El Cuartito lo pasará seguro. Prepárese para ingerir desmesuradas cantidades de mozzarella y para acompañar sus triángulos de pizza con fainá, una masa de harina de garbanzo con la que se suele servir la pizza argentina.

Las empanadas, por su parte, son la comida que te salva de cualquier imprevisto. Económicas, nutritivas y variadas, las hay de carne –recomendable pedir las de carne cortada en cuchillo–, de pollo, dehúmeda (maíz), jamón y queso, verduras (normalmente acelga), queso y cebolla, o zapallo (calabaza), entre decenas de otros gustos. Encontraréis infinitas en cada esquina, pero las salteñas –del norte de Argentina y Bolivia– son las mejores.

4.

'Gelato' siempre, haga frío o calor

Las heladerías en Buenos Aires son casi como los equipos de fútbol: cada uno tiene su preferida y la defiende hasta el final. El helado se consume casi igual en verano que en invierno y constituye un plano habitual de tarde o noche. Los argentinos también suelen comprar helado por kilo, en unos recipientes de porexpán donde mezclan gustos: el dulce de leche siempre debe estar, después añaden el de frutilla (fresa), chocolate, pistacho, Chantilly, y muchos otros. Aparte de las cadenas más populares y baratas –como Freddo, Grido o Niccolo– todavía quedan heladerías familiares como Cadore o Tino, normalmente de italianos emigrados que hacen su propio helado casero. Las cadenas mejores son Rapa Nui, Faricci y Lucciano's.

5.

El 'cafecito', en las confiterías

Si algo respetan los porteños es la berenar o la hora del té, una tradición adoptada de los británicos por la que también existe todo un despliegue de negocios gastronómicos. Los lugares más icónicos de la ciudad son las confiterías, de nueve locales grandes y amplios con una infinita carta de dulces que incluye todo tipo de pasteles (torcidas) y facturas (todo lo que sean masas de trigo y grasa o mantequilla) como las medialunas, los vigilantes o los cañoncitos. Y, por supuesto, una amplia gama dealfajoras, el dulce estrella de Argentina. También, por herencia española, se comen churros.

A partir de las cinco de la tarde de cualquier día de la semana, las cafeterías y confiterías de Buenos Aires se llenan a rebosar: si en España es habitual hacer una caña después del trabajo, en Argentina la gente se encuentra por tomar uno cafecito, acompañado de un bocado dulce, que puede durar hasta la hora de cenar. Cabe destacar que el café medio en Buenos Aires no es muy bueno –de ahí el auge de las cafeterías de especialidad, que no paran de proliferar–, pero es que lo que realmente importa es la conversación. Los argentinos adoran comida, sí, pero aún más les gusta charlar por los descosidos. Y con cafeína y una dosis de azúcar, la conversación suele volverse, al menos, apasionadamente interesante.

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