Restaurantes

El "hijo del 'pizzaiolo'" que provoca colas en el barrio de Sant Antoni

Antonio Verdicchio se ha ganado el vecindario con La Piccolina, una pizzería napolitana de trato familiar y precios asequibles

Antonio Verdicchio (centro), junto a su padre, Mario, Jacqueline (derecha) y Jennifer (izquierda) en la pizzería Piccolina, en la calle Sepúlveda de Barcelona
30/06/2025
5 min

BarcelonaLas harinas, la masa y el arte de trabajarla han formado parte de la vida de Antonio Verdicchio desde pequeño. Nacido cerca de Florencia y criado al lado de Nápoles, sus abuelos eran panaderos y cocinaban pan en el sótano de casa, mientras que su padre, Mario, hizo camino como pizzero y tenía un local en San Felice a Cancello, a treinta kilómetros de la capital de la Campania. "Se levantaba a las cuatro de la madrugada para abrir la pizzería, que estaba junto a una escuela, y la gente le compraba la comida de los niños. Todo el mundo conocía a mi padre", recuerda. Antonio, de hecho, creció siendo "el hijo del pizzaiolo". De él aprendió el oficio y la pasión por la pizza (napolitana, claro), las claves que explican que ahora, a los 39 años, triunfe con La Piccolina, la pizzería que abrió hace casi dos años en Barcelona y con la que se ha ganado el vecindario del barrio de Sant Antoni.

Situada en el número 60 de la calle Sepúlveda, en el chaflán donde hasta hace unos años estaba El Caliuet, un bar de toda la vida, las dimensiones del local hacen honor a su nombre. Dentro sólo hay sitio para una estrecha barra, casi pegada a la zona done se preparan las pizzas, y la terraza está pensada para una decena de personas. La mayoría de los clientes, no obstante, piden para llevar, y son ellos los que llenan las colas que, sobretodo de noche, se forman debajo de las llamativas letras rojas de La Piccolina. Uno de los secretos del éxito del restaurante –y de ahí, nuevamente, el nombre– son las pizzas de 24 cm que durante unas horas cada día se venden a un precio de entre 3,50 y 8 euros, la mitad que las más grandes (33 cm). El formato, pensado para hacer un bocado rápido en la calle y que hace fortuna entre la clientela joven, se inspira en las pizzas a portafoglio (de cartera), que en Nápoles se comerían dobladas sobre sí mismas. "Aquí la gente se extrañaba, así que las sirvo en el plato", explica Antonio.

Clientes haciendo cola frente a la pizzería La Piccolina, en el barrio de Sant Antoni de Barcelona.

El horno nunca para, y la afluencia de clientes se compensa con la rapidez del servicio. "La pizza napolitana se cocina a más de 400 grados, necesita unos 70 segundos de cocción y fuera", recuerda Antonio, que trabaja con masas fermetnadas durante 48 horas. La amplia carta combina las variantes más genuinas, como la Margherita o la Salsiccia e Friarielli, con las creaciones del pizzero. Destacan la Mister Tony, con pancetta, cherrys, rúcula y provolone; la Regina Mortadella, con una bola de burrata en el centro y salsa de pistachos, o Brutal, una explosión de sabores con guanciale, cebolla morada, stracciatella de burrata, aceitunas negras y ajo. Y todo ello con ingredientes 100% italianos: desde la harina para hacer la masa hasta la mozzarella, el tomate San Marzano o el jamón de Parma. "Incluso el aceite de oliva me lo traen de Italia", destaca Antonio. Su objetivo es que cada mordisco nos transporte "mentalmente" al país de la bota.

Las manos de Antonio Verdicchio amasando una pizza napolitana en el restaurante La Piccolina, en Barcelona
Pizza Margherita saliendo del horno en La Piccolina, en Barcelona

Pese a reivindicar los orígenes en cada detalle –el escudo del Nápoles está bien visible en una de las paredes–, la trayectoria de este pizzero no se entiende sin Barcelona. Y eso que llegó a la ciudad por azar. Corría el año 2009 cuando, con estudios de hostelería y una primera experiencia en un restaurante en Florencia, la vida le reclamó un cambio de aires. "Cogí una bola del mundo, la hice girar y la detuve con el dedo", relata. El resultado: la capital catalana. Aterrizó en la ciudad con 23 años y sin ningún plan, pero a los veinte días ya estaba trabajando en el restaurante napolitano Gusto, junto al Hospital Clínic. Después pasaría por el Rosso Pomodoro de las Arenas, La Forchetta de Sant Martí y el Murivecchi del Born, y el 2018 entomó un mayor reto: diseñar y poner en marcha el primer restaurante Da Nanni, en la calle Llibreteria.

Después de cinco años levantando el proyecto –que ahora tiene siete locales en Barcelona y ha sido reconocido por la prestigiosa lista 50 Top Pizza– Antonio necesitó "nuevos retos". Tenía una idea de pizzería muy clara en la cabeza y el local de la calle Sepúlveda, donde habían naufragado todos los intentos de suceder a El Caliuet, encajaba a la perfección. Se dejó todos los ahorros y los seis primeros meses se les pasó trabajando sin cesar y prácticamente solo, pero salió adelante. El buen producto, el trato familiar y el boca a boca hicieron que sus pizzas ganaran rápidamente adeptos, primero entre los vecinos y después, en un barrio cada vez más gentrificado, entre los turistas. También entre los aficionados que iban camino del Estadi Olímpic, donde el Barça ha jugado esta última temporada.

El pizzero Antonio Verdicchio trabajando en La Piccolina, en el barrio de Sant Antoni de Barcelona.

Con más de 1.800 reseñas y una puntuación de 4,9 sobre 5 en Google, la más alta entre las pizzerías de alrededor, Antonio ya piensa en abrir un segundo local. De momento, ha logrado poder descansar dos días a la semana y ampliar al personal del local con su propia familia, que ha venido desde Italia. Mario, su padre y el origen de todo, llegó hace un año para echarle una mano con las masas y en la cocina, donde prepara desde ñoquis hasta lasañas y tiramisú que se ofrecen fuera de carta; la pareja de padre, Jacqueline, atiende a los clientes, y Jennifer, hermana pequeña de Antonio, gestiona el día a día del restaurante.

Los Verdicchio ya son una familia más del barrio, para el que Antonio sólo tiene palabras de agradecimiento. Los niños le saludan cuando salen de las escuelas cercanas y a menudo les arranca una sonrisa con pizzas en forma de corazón, y a las mujeres mayores les vende pan que cocina con la masa que le sobra de las pizzas. Mientras lo cuenta, la conversación regresa al horno de sus abuelos y a la pizzería en la que había pasado tantas horas de pequeño. Y admite que ha cumplido un sueño: dar continuidad al legado familiar. "Al final lo he conseguido", suelta. La historia ha dado un giro redondo. Ahora Mario, orgulloso de su hijo, es "el padre de Antonio", el pizzaiolo del barrio.

Pizza en una caja para llevar de La Piccolina.
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