Cuando el amigo pasa a ser enemigo
Este cambio de percepción puede estar relacionado con conflictos interpersonales durante el juego o con tener que competir por ciertos recursos o la atención de los demás

Como seres sociales que somos, los amigos y amigas tienen una gran importancia en nuestra vida desde pequeños. La interacción con los iguales brinda a niños y adolescentes un espacio en el que pueden formar relaciones voluntarias, equitativas y mutuas, cruciales para la socialización. En este entorno, apunta la psicóloga infantil y juvenil Julia Maria Bonet, "se crean lazos afectivos profundos y se desarrollan varios procesos psicológicos importantes, como el comportamiento prosocial, el control de las emociones, la gestión de la agresividad, la construcción de la autoestima y la resolución de conflictos, entre más". Según Bonet, tener amistades no sólo favorece el desarrollo de habilidades sociales, "sino que también predice un bienestar psicológico adecuado en el futuro y una mejor capacidad para encarar conflictos".
¿A partir de qué edad empiezan a establecerse las primeras amistades? ¿Cómo suelen ser?
Los niños y niñas comienzan a formar sus primeras amistades en torno a los 2 o 3 años. Estas relaciones, centradas principalmente en actividades compartidas y el juego, "suelen ser cambiantes y temporales, porque se basan en la cercanía física y la interacción frecuente", apunta Bonet. Las primeras amistades les permiten explorar, sin embargo, "habilidades sociales básicas y sentar las bases para vínculos más complejos en el futuro".
¿Qué hechos favorecen que dos niños se conviertan en amigos? ¿Y cuáles pueden dificultarlo?
Para la psicóloga infantil y juvenil, los rasgos de personalidad que favorecen que dos niños se conviertan en amigos incluyen "la sociabilidad, la empatía y la capacidad de colaborar". Los niños con estas cualidades, añade, "suelen ser más propensos a establecer amistades porque les permite conectar con los demás, resolver conflictos y gozar de las actividades compartidas". Por el contrario, características como la agresividad, la falta de habilidades sociales o una excesiva timidez "pueden limitar las interacciones y dificultar la construcción de estos vínculos", subraya Bonet.
¿Por qué un niño empieza a calificar de enemigo a otro que hasta ahora consideraba amigo?
Los cambios en la percepción de un amigo a "enemigo" pueden estar relacionados con procesos de desarrollo emocional y cognitivo en los que surgen conflictos interpersonales durante el juego o situaciones que implican competir por recursos o por la atención de los demás. A medida que los niños crecen, alerta Bonet, también comienzan a desarrollar una comprensión más profunda de la lealtad y límites personales. Por tanto, "los desacuerdos, las frustraciones o los malentendidos pueden desencadenar estos cambios, porque los niños aprenden a gestionar sus emociones y las relaciones de forma más compleja".
¿Este cambio de parecer suele ser más habitual en determinadas edades?
El cambio de percepción de amistad a enemistad es un proceso natural que ocurre a medida que los niños desarrollan habilidades sociales, emocionales y cognitivas. Julia Maria Bonet lo explica así: "En la etapa preescolar (3-5 años), los niños todavía están aprendiendo a compartir y gestionar sus emociones, por lo que los conflictos pueden ser más frecuentes. En la etapa escolar (6-12 años), las relaciones se vuelven más complejas y los niños desarrollan más comprensión de la lealtad y las normas sociales. s debido a la búsqueda de identidad y la influencia de factores externos, como los amigos y los grupos".
¿Suelen ser situaciones reversibles? ¿Se puede solucionar el conflicto?
En muchas ocasiones los conflictos que generan un cambio de percepción entre los niños son reversibles. A medida que maduran emocionalmente y desarrollan habilidades para gestionar sus emociones, "la mayoría de los desacuerdos pueden resolverse a través de la comunicación y el perdón". En algunos casos, las relaciones pueden restablecerse "si ambas partes están dispuestas a comprender y superar el conflicto". Sin embargo, puntualiza, "la posibilidad de resolución depende de la gravedad del desacuerdo y de las habilidades sociales y de resolución de conflictos de los niños implicados".
¿Cómo deben intervenir los adultos de referencia en estos casos?
En edades tempranas, es fundamental que la escuela intervenga para facilitar la resolución de conflictos entre los niños. Los educadores, señala Bonet, "deben promover la comunicación abierta y la empatía entre los niños, enseñándoles a identificar y expresar sus emociones de forma adecuada". A través de juegos cooperativos, actividades grupales y la guía constante de los adultos, apunta, "pueden aprender a negociar y resolver disputas de forma positiva". Para la psicóloga, un enfoque colaborativo entre padres y escuela es "clave para asegurar la adquisición de habilidades de resolución de problemas y el desarrollo de habilidades sociales". Bonet describe la participación de los padres de "muy valiosa", porque su implicación "puede ayudar a los niños a reforzar estas habilidades de forma positiva y duradera".