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¿A qué edad los niños pueden ir a un tanatorio?

Un niño de cinco o seis años ya puede decidir si quiere acudir al tanatorio o al entierro de un familiar

El Tanatorio de Les Corts, en Barcelona, en una imagen de archivo.
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MartorellLa música, el dibujo e incluso la relajación son algunos de los aliados con los que Neus Cester se acerca a la muerte y el luto con criaturas muy pequeñas. Maestra de infantil, Neus Cester (Martorell, 1995) responde que ya de pequeños los niños pueden entender la muerte de un familiar o de un animal, basta con adaptar la manera de explicarlo a cada edad para hacerlo más comprensible. "Hay que normalizar la muerte como parte de la vida", afirma. Dependerá de la madurez de cada criatura, pero hacia los tres años ya pueden sentir cómo los adultos sufren por la muerte, aunque quizá no lo asocien a una desaparición permanente. Será un poco más tarde, hacia los cinco (no son límites matemáticos sino aproximativos), que empiecen a sentir "curiosidad" y se harten de hacer preguntas. Para Cester, no es necesario alarmarse ni ponerse nerviosos, sino que es un buen momento para resolver dudas sobre la vida, porque lo importante es "que se sientan escuchados, validar sus sentimientos", indica. Además, dice que en estos momentos todavía no hay temor, así que se puede aprovechar el interés para que puedan crecer sin ese "tabú".

¿Debemos utilizar eufemismos?

En estas edades más tempranas, ¿son válidas expresiones como "la abuela ha subido al cielo" o "el tío se ha ido de viaje"? Según esta maestra, estas soluciones "pueden llevar a malentendidos y confusiones" entre los niños. "Se les puede explicar que cuando una persona muere, su cuerpo deja de funcionar: el corazón deja de latir, ya no respira, ya no habla ni se mueve", aconseja.

¿Tienen que ir al entierro?

En este punto, Cester (@_pedacitosdemaestra en Instagram) sostiene que una criatura de cinco o seis años ya puede decidir, por ejemplo, si querrá acudir al tanatorio o al entierro de un familiar una vez se le ha hecho entender el significado de la muerte. "Debemos hacerles ver que, si bien es cierto que ya no podemos ver a esa persona, sí que podremos recordarla y oírla dentro de nosotros", dice y, en caso de que a la criatura le suenen conceptos religiosos, quizá se la pueda animar a reflexionar sobre qué piensa.

Después de años formándose sobre el duelo Cester se animó a hacer el ejercicio con su propio proceso a raíz de la muerte de abuelos y del padre. A él le dedicó La última sonrisa (Editorial Cuatro Hojas), un cuento con ilustraciones de Verónica Gallardo en el que una niña aprende a mantener el recuerdo del padre fallecido a través de los cinco sentidos sensoriales. "Hay un momento en que el padre le dice que mientras le recuerde, siempre estará a su lado", explica. Tuvo el título claro desde el primer momento y los pequeños textos del cuento le salieron de una manchada una madrugada en la que se quitó muy triste añorando a su padre, fallecido tres años antes. Con la creación literaria afirma que ha podido "transformar el dolor de la muerte en amor" y señala que el duelo es un proceso que si no se le ofrece una atención y un espacio corre el peligro de "enquistarse".

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