Así hace de padre

Francesc Canosa: "Se están fabricando en serie criaturas frustradas"

Periodista, escritor y padre de Alexandra, de 6 años y medio. Articulista del ARA, ha fundado y dirige la revista bianual 'Horitzons' y fundó y dirigió 'La Mira'. Publica 'Catalunya no acaba en la Panadella' (Destino), un ensayo breve y contundente a favor del campesinado y de Lleida, y sobre el problema del agua en Catalunya. También es autor de 'Sijena: la cruzada de la memoria' y de 'Agua en las venas'.

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Francisco Canosa

BarcelonaMi hija nace en Barcelona el 2 de octubre de 2017. La fecha. Tiene una historia ya total antes y después de salir. Aunque vive en Barcelona, ​​cada fin de semana está en Balaguer. Tiene doble nacionalidad. Simboliza el futuro y el mañana de ese país: romper fronteras mentales y físicas.

¿Es de pueblo? ¿Es de ciudad?

— Si se lo preguntas te dirá que tiene tres casas: la de Barcelona, ​​la de Balaguer y la del Tossal, que es de dónde es originaria mi familia paterna y donde nace el Canal de Urgell. Desde su nacimiento dialoga con gatos, perros y hormigas. Campa cuya libertad es pedagógica. La pedagogía de la realidad. Educar cómo es la vida.

Me encanta cómo argumentas. Pim-pam. ¿Hablas también así con ella?

— Sí, totalmente, a diario, intensamente. Si algo tiene sólo con seis años es una capacidad de argumentar brutal. No creo que la tuviera yo a su edad. Me supera. Todo es boxeo verbal.

Por ejemplo?

— Tema: la muerte. Escena: dentro del coche. De repente ella chasquea: "¿Dónde va la gente que muere?" Y enseguida señala y dice que en las nubes viven las personas que mueren. Yo le digo que las nubes son chalés de personas. Y así no nos detenemos. Subimos, subimos camino hacia el cielo.

¿Qué te gusta especialmente de la forma en que razona?

— Que es natural, le sale, es efervescente. Como un refresco. Hay algo de semilla de naturaleza, de tierra. Tiene que salir, subir. Es una lógica de deseo.

¿Ser padre te hace ver diferente al país?

— Totalmente. Ser padre me hizo, sin querer, la capitomba existencial. Se aceleró el futuro. A un palmo, en las narices. Pienso en su futuro, no ya en el mío. Pienso en este presente continuo, en ese gerundio existencial, pero para ella. Ya no pienso en mi muerte, pienso en su vida. El legado es éste: crecer como un árbol, todo lo llevas dentro, de las raíces a los frutos. Por tanto, pienso en la fruta que ella debe cosechar, comer. Yo me lo miraré desde el cielo o el infierno, o desde un bar.

¿Qué no acabas de tener resuelto de la paternidad?

— Me preocupa muchísimo la atmósfera, el contexto, el aire de la sociedad que respiramos. Hay una dictadura de la no realidad. Se niega la realidad. Y, lo siento, cito a San Agustín: "La realidad es la que es". Hay una dictadura que educa en nombre de la irrealidad: se están fabricando en serie criaturas frustradas. Se debe afrontar el dolor, la tristeza, la pena, el esfuerzo, las ilusiones. No quiero contribuir ni una brizna a frustrar a mi hija en este sentido.

¿Qué ocurre cuando los hijos dejan de ir a cosechar fruta?

— Aquí está todo. Momento de giro: ¡cuando los jóvenes dejan de ir a cosechar fruta! Hay un momento en que se dimite de los hijos y dejan de ir a cosechar fruta, de trabajar en verano, para viajar, para no hacer... ¿Y qué hacer? Aquí está el drama.

¿Qué drama?

— Hacer creer que la vida es gratis. Que no hace falta hacer nada, que no es necesario esforzarse. Hay una dimisión existencial de equiparar a un hijo a una nevera. Hagamos creer que una persona es una cosa y al revés. El melodrama es éste. Y aquí es donde yo, y otros muchos, nos damos cuenta, subrayamos y explican que esto no es así: que somos hijos de lo que han sudado los demás, los padrinos, los padres... Somos hijos de las manos que tienen más suelo que piel. Por tanto, respeto. Respeto es la palabra.

¿Respeto a qué?

— Se ha perdido el respeto por las generaciones que lo han dado todo por los demás. Respeto y admiración. Volver a la tierra significa esto: reconocer. La mía es una generación bisagra, que ni manda, ni mandará, y por tanto debemos ser de bisagra, de salvoconducto, con los más jóvenes y con los mayores. Debemos ser una central nuclear de realidades y memorias. Estamos en medio y, por tanto, como las escaleras, debemos asegurarnos de que se puedan subir los escalones.

¿Qué le ha hecho reír juntos?

— Hay un niño del cole que un día me dijo "Quiero casarme con Alexandra" y va y hace el gesto de querer darle un beso. Y yo le digo "Eh, chaval, antes tienes que hablar conmigo". Ella, siempre dice "Padre, me casaré con él... cuando tenga 36 años, o no me casaré con él, ya veremos". Reír es argumentar, es un argumento. Y la foto mental, diaria, eterna, de ella es su risa. Ella es mi argumento.

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