Alice Procter: "Los activistas que irrumpen en los museos son muy valientes"
Capitán Swing publica el libro 'El cuadro completo. La historia colonial del arte en nuestros museos'


BarcelonaEmmett Till fue un chico afroamericano nacido en Chicago que en agosto de 1955 fue secuestrado, torturado y asesinado por JW Milam y Roy Bryant. En el juicio, la esposa de Bryant, Carolyn, declaró que Till le había silbado, lo que aparentemente justificaba el asesinato. Ambos hombres fueron declarados inocentes, pero más adelante confesaron el crimen en una entrevista por la que cobraron 3.500 dólares. El rostro de Emmett Till quedó tan destrozado que la madre decidió dejar el ataúd abierto durante el velatorio. "Deje que la gente vea lo que yo he visto. Creo que todo el mundo necesita saber lo que le pasó a Emmett Till", dijo. El impacto que recibían los asistentes al velatorio era tan fuerte que una de cada cinco personas debía recibir asistencia médica.
Desde hace algunos años, el ataúd de Till es una de las piezas más destacadas del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana de Washington, como recuerda la historiadora del arte australiano afincada en Nueva York Alice Procter en el libro El cuadro completo. La historia colonial del arte en nuestros museos (Capitán Swing; traducido al castellano por Lucía Barahona). Dentro del ataúd, en el lugar donde reposaba la cabeza, hay ahora una fotografía del rostro destrozado del chico. En esta sala no está permitido tomar fotografías. Como contrapunto de los museos tradicionales, este museo, creado por el arquitecto ghanés David Adjaye, aborda la reparación histórica desde la propia arquitectura del edificio. "Es un museo increíble, porque las salas históricas son subterráneas y van avanzando en la historia subiendo en espiral. Así que vas desde la parte más oscura de las galerías, correspondiente a la historia de la esclavitud en Norteamérica y la introducción de personas esclavizadas en las primeras colonias, y vas subiendo hasta llegar a la cultura y el arte afroamericanos de ahora", explica Procter. "En la sala donde se encuentra el ataúd de Emmett Till te encuentras arrastrado dentro de un espacio muy pequeño –añade–, para que te sientas parte del cortejo fúnebre. Como este museo lo hicieron de nuevo, tuvieron mucha libertad y pueden contar una historia violenta con muchos espacios de duelo y celebración integrados de una forma que la mayoría de otros museos no tienen", dice la autora.
El libro El cuadro completo se remonta a las visitas guiadas extraoficiales que Procter empezó a realizar en 2017 para revelar algunas obras incómodas de los grandes museos londinenses, y por las que a menudo fue criticada. Ella es contundente y recuerda que "durante años los museos han descrito a millones de personas como si fueran salvajes". "Este tipo de historia es muy difícil de deshacer –advierte–. Es muy difícil revelar, restaurar y reparar estas relaciones. Si has tratado continentes enteros y comunidades enteras de esta manera, deshacerlo implica mucho trabajo, mucho tiempo y muchos recursos. Y la institución debe tener mucha voluntad de admitir y reconocer lo que han hecho y de acercarse a su propia historia. Esto es algo que requiere buena voluntad institucional. y el apoyo de consejeros, ministros, gobiernos..."
Entre cuyas obras de arte habla Procter hay El secreto de la grandeza de Inglaterra, del pintor victoriano Thomas Jones Barker, donde un hombre negro se arrodilla ante la reina Victoria, que responde a sus presentes con un ejemplar de la Biblia. "Aunque este cuadro nos habla de la imagen de un hombre africano negro en un contexto británico blanco, existen paralelismos y analogías entre ese retrato y otras pinceladas de exclusión y cosificación", dice la autora. Procter también recuerda que el médico y botánico Hans Sloane pudo forjar la colección que más adelante fue la base del Museo Británico porque utilizó la fortuna de su esposa, la viuda adinerada del dueño de una plantación de azúcar en Jamaica.
Los museos, lugares de empoderamiento en lugar de exposiciones 'blockbuster'
Procter hace hincapié en que los museos son "espacios emocionales", donde un visitante puede sentir "dolor" porque el discurso le resulta agresivo, así como diferentes respuestas emocionales ante las obras de arte. institución, alejada de la visión más bien mercantilista de los rankings de público y las exposiciones blockbuster. "Ocurre que históricamente las emociones que transmiten han sido las asociadas al orgullo y la admiración nacionalistas. Pero puedes entrar en un museo y no estar seguro de cómo se representarán tu comunidad y tus antepasados, ni de cómo te verás reflejado tú mismo", dice la autora. Por eso, descolonizar un museo significa dar espacio a los vencidos. "Si entras en un espacio museístico que trata sobre todo de los triunfos del imperio, también tienes la obligación de ver qué ocurre detrás", subraya.
Para Procter, el hecho de que los museos emprendan este camino de transparencia y honestidad respecto a su historia y sus colecciones no quiere decir que los "castiguen". "Tampoco significa que perderás financiación ni visitantes. Constantemente he visto que la respuesta que reciben los museos que se abren y están dispuestos a trabajar con comunidades de donde provienen los objetos es realmente positiva. En última instancia, abren la puerta a mucha más gente que la que se aleja", dice.
En la parte final del libro, Procter aborda el trabajo de los artistas que, como Tania Bruguera y Andrea Fraser, hacen crítica institucional, y reflexiona sobre hasta dónde pueden llegar sus transgresiones cuando, al fin y al cabo, a menudo trabajan para el museo. En cambio, los activistas contra el cambio climático que irrumpen en las salas y se enganchan a las obras de arte o les echan pintura están a otro nivel. "Son muy valientes. La práctica de activistas que irrumpen en estos espacios, se manifiestan y transforman la forma en que pensamos que la crisis climática se relaciona con las instituciones del arte, me parece increíblemente importante –afirma–. Esto es, a la vez , una práctica artística y una práctica activista para perturbar ese espacio, para hacer ruido.
En adelante, habrá que ver cómo reaccionan los museos. "No sé si los museos se los tomarán en serio y lo aprovecharán como una oportunidad para reflexionar sobre con quién colaboran y quién los patrocina, o si simplemente se pondrán más estrictos con la gente que lleva bolsas en las salas. Puede ir de cualquier modo, pero tengo la esperanza de que lo que estamos viendo es en realidad una generación de activistas y profesionales que entienden que parte de su responsabilidad es hacer visible la institución", concluye Procter.