Muere Concha Velasco, la actriz a quien todo el mundo amaba
Fue una de las intérpretes más populares del teatro y el cine españoles del siglo XX
BarcelonaConcha Velasco, la Velasco, ha fallecido este sábado con 84 años en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, en Madrid, según han informado sus hijos Manuel y Paco Martínez. El cine y el teatro españoles pierden a una de sus actrices más populares, que supo conectar ininterrumpidamente con el público a lo largo de las siete décadas de una carrera incombustible y polifacética, y que evolucionó de símbolo del cine comercial del régimen a actriz respetada, sobre todo en el teatro. Porque Velasco fue la chica yeyé del franquismo, sí, pero también la Hécuba de Eurídice en un aclamado monólogo estrenado en Mérida.
Sin embargo, ella aseguraba que “el papel más difícil” que le había tocado interpretar era su propia vida. En los últimos años compartió con el público sus penas sentimentales –y económicas–, pero esto no devaluó su figura sino que la hizo aún más cercana y querida como mujer con carácter y personalidad. Es lógico y natural: varias generaciones crecieron con sus películas, cantando sus canciones, aplaudiéndola en el teatro o viéndola en televisión. Para ellos, Velasco fue casi de la familia. Y la actriz ha muerto en familia, como ella quería: "No me gustaría morirme en el escenario, sino en la cama rodeada de mis hijos -explicaba al ARA en el 2011–. Yo soy protagonista y los protagonistas nunca mueren de repente. Sólo los indios se mueren de una bala de John Wayne".
Nacida en Valladolid en 1939, Velasco era hija de una maestra republicana y un militar franquista, un juego de contrastes que anticipa los equilibrios ideológicos de una actriz que se definía como "socialista, católica y española".Después de unos años en Marruecos, donde estaba destinado su padre, en 1950 la familia se traslada a Madrid y Velasco comienza a formarse como bailarina y cantante en la Sección Femenina de la Falange Española –donde cantaba el Cara al sol y actuaba en espectáculos afines al régimen–, pero también estudia en el Conservatorio Nacional de danza. Aunque adolescente, llama la atención de la bailarina Celia Gámez, que elogia sus piernas y la ficha para su espectáculo de revista musical. Y en 1958 llega su primer papel importante al cine, Las chicas de la Cruz Roja, donde coincide con Tony Leblanc, con quien compartió pantalla en seis películas y también una gran amistad.
Los 60 fueron la década de su consagración como icono popular: explota su naturalidad y vis cómica en comedias ligeras pero también exhibe sus dotes de cantante y bailarina en musicales como La verbena de la paloma, de su pareja de la época, el director José Luis Sáenz de Heredia. Él también le dio un papel que la marcaría en Historias de la televisión (1965), pero no tanto por su actuación como por interpretar el tema La chica yeyé, la popular canción escrita por Augusto Algueró a la que quedaría asociada la actriz para siempre, aunque, siendo justos, Velasco nunca encarnó la modernidad en los 60. De hecho, el grueso de su producción de la década suele encuadrarse en el despectivamente llamado cine de consumo que realizaban autores afines al régimen como el propio Sáenz de Heredia, cineasta de cabecera del franquismo y director de Raza y Franco, ese hombre. En esta categoría entrarían las películas de Velasco con Manolo Escobar, de quien fue la pareja por excelencia en el cine: entre 1967 y 1971 rodaron seis títulos juntos.
Adiós a la 'chica yeyé'
En 1971, el abucheo que recibe en el Festival de San Sebastián el drama Los gallos de la matinada, su décima y última película con Sáenz de Heredia, le empuja a reconducir su carrera y acepta un papel secundario en una obra de Buero Vallejo, La llegada de los dioses, donde conoce y se enamora del actor protagonista, Juan Diego. A su lado, la chica yeyé del franquismo se transforma en militante de izquierdas y se implica en las reivindicaciones sindicales del sector, hasta el punto de sumarse a la huelga convocada y despedirse de la función, que estaba teniendo mucho éxito. "Me sentía protagonista de un momento político importante –explicaba la actriz en el 2016–. Aquí es donde cambió mi carrera, pero es porque mi vida cambió".
Su transformación artística también llega al cine cuando en 1974 estrena Tormento, de Pedro Olea, un drama basado en la novela homónima de Benito Pérez Galdós que contiene una de las mejores actuaciones de Velasco, que engordó 15 kilos para el papel. La escena final, con la actriz espetándole un venenoso "puta, puta, puta" a Ana Belén, es una de las imágenes icónicas del cine tardofranquista. Los premios que recibe Velasco (Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos) y, sobre todo, el éxito de la película en el mismo Festival de San Sebastián donde le habían silbado tres años atrás por Los gallos de la matinada, sellan la rehabilitación crítica de Velasco, que al año siguiente repitió con Pedro Olea como protagonista de Pim, palm, pum... ¡Fuego!, con un guión de Rafael Azcona que guiña el ojo a la biografía real de la actriz ya su paso por la compañía de Celia Gámez.
En 1975, Velasco completa su particular transición con un clásico de las actrices de la época: su primer desnudo, que catapultó al éxito el filme de Pedro Lazaga Yo soy fulana de tal. Y al año siguiente, en el rodaje de Mi mujer es muy decente dentro de lo que cabe, baila un tango con el que sería su futuro marido, Paco Marsó, un actor sin éxito reconvertido después en empresario teatral. Velasco contaba en sus memorias que, la misma noche que se casaron, Marsó no volvió a casa y, cuando la actriz, desesperada, llamó a su suegra, ésta le dijo: "Uy, hija, ya tiene acostumbrarás". Con Marsó la actriz tuvo dos hijos y una relación tormentosa, llena de infidelidades, mentiras y celos que, en los peores momentos, la empujó a las puertas del suicidio.
En el ámbito profesional, al menos al principio, la relación con Marsó consolidó a Velasco como una de las grandes estrellas del teatro español. De hecho, durante los años 80 limitó sus apariciones en el cine para hacer sitio a grandes producciones teatrales como Yo me bajo en la próxima... ¿Y usted?, de Adolfo Marsillach; Carmen, Carmen, de Antonio Gala, y Mamá, quiero ser artista, que estaba basada en su propia vida. "Ángel Fernández Montesinos [el director] y Juan José de Arteche [el libretista] me ponían un whisky, un magnetófono y yo les contaba Mamá, quiero ser artista entera", explicaba la actriz. Aunque escasas, sus películas de la época fueron importantes, sobre todo La colmena (1982), de Mario Camus, que ganó el Oso de Oro en la Berlinale, y la serie y película Teresa de Jesús (1983), de Josefina Molina, que Velasco consideraba su mejor papel.
A partir de los 90, la televisión cobra protagonismo en la carrera de Velasco, primero como presentadora de programas de variedades como Viva el espectáculo (1990), pero también en magazines, concursos y, más adelante, en series de gran formato como Herederos (2008) o Gran Hotel (2011). Las películas más importantes de su etapa de madurez fueron Más allá del jardín, de Pedro Olea, por la que la nominaron al Goya, y París-Tombuctú (1999), la despedida del cine de Luis García Berlanga, a la que Velasco persiguió muchos años para trabajar. Al final lo logró gracias a un consejo de la mujer del director: teñirse el pubis de fucsia. "Me desnudé en el casting y él me dio el papel. Así que no he sido chica Almodóvar, pero sí chica Berlanga”, presumía en 2021.
El momento profesional más oscuro de esta etapa fue el fracaso económico del gran montaje teatral Hello Dolly (2001), una producción de Marsó que arruinó a la actriz y aceleró el final de su matrimonio. Velasco encontró refugio en el teatro, donde ofreció una de sus grandes interpretaciones en La vida por delante, dirigida por Josep Maria Pou y estrenada en el Teatro Goya, y convirtió sus memorias en el monólogo musical autobiográfico Concha. ¡Yo lo que quiero es bailar!, también dirigida por Pou, donde reflexionaba con el público sobre su vida y carrera. En los últimos años siguió actuando en series (Las chicas del cable) o en obras escritas por su hijo Manuel. Incombustible, Velasco no dejó de trabajar hasta que la salud lo impidió. Era una superviviente del arte y la vida, aunque a ella no le gustaba oírlo: "Yo nunca he querido sobrevivir –afirmaba–, a mí lo que me gusta es vivir".