El arquitecto catalán es el protagonista de la nueva edición del festival Open House, que se celebra este fin de semana y que permitirá visitar ocho de sus edificios en Barcelona, Sitges y Sant Feliu de Codines. Recorremos su vida y trayectoria
La Guerra Civil está llegando a su fin: Barcelona ha caído, Catalunya ha sido ocupada. Un joven arquitecto catalán, de familia noble y convicciones monárquicas, que trabajaba en Alemania cuando estalló la guerra en julio del 36 y que volvió para combatir con el bando de los sublevados contra la República, entra con la tropa que dirige como oficial en el antiguo local del GATPAC para apoderarse y requisar todo lo que encuentren. A finales del 36, el local lo habían confiscado las milicias revolucionarias, pero todo el material que había entonces continúa estando allí, tres años más tarde, intacto: revistas con artículos sobre arquitectura ibicenca y arquitectura racionalista, proyectos de Josep Lluís Sert... El joven arquitecto catalán, que se llama José Antonio Coderch i de Sentmenat, queda maravillado por lo que descubre: una arquitectura diferente, nueva, mejor. Pero también es una arquitectura que su bando, y las ideas y la concepción del mundo por las cuales él se ha pasado tres años haciendo la guerra, desprecia y repudia, persigue y envía al exilio.
Todo el mundo que lo trató de cerca destaca que José Antonio Coderch (Barcelona, 1913–1984) fue un hombre único, fascinante, atravesado por todo tipo de contradicciones. Esto se ve claro en el interesante documental Recordando a Coderch, dirigido por Poldo Pomés a partir del libro homónimo de Pati Núñez, que recoge testimonios de gente tan diversa como Oriol Bohigas, Òscar Tusquets, Carles Fochs y Joan Margarit.
El retrato de Coderch que sale es severo y seductor, luminoso y a la vez pleno de claroscuros. Coderch era un hombre altivo e irascible, pero generoso. Tenía un sentido insobornablemente ético de la vida, que aplicaba a su manera de ser y hacer –honestidad, diligencia, rigor–, pero se sublevaba hasta la intolerancia y la agresividad cuando tenía que lidiar con ineptos, aprovechados, mentirosos, gandules y tramposos. Era autoritario y de ideas ultraconservadoras –muy de derechas, muy españolista–, pero no tenía simpatía por Franco, ofreció ayuda a discípulos suyos del PSUC perseguidos por la dictadura y fue amigo con –o trabajó para– catalanistas tan de piedra picada como Josep Maria Ballarín y Antoni Tàpies, a quién le hizo el taller. También tenía el orgullo propio de los creadores convencidos de que son grandes, pero sentía un respeto enorme por los aparejadores, los canteros y los carpinteros que hacían bien su oficio. Y, a la hora de trabajar, trataba con exigencia y severidad a todo el mundo, pero a nadie tanto como él mismo, hasta el punto que era capaz de destruir los proyectos que no lo satisfacían por mucho que entusiasmaran a su equipo y a sus clientes.
Una contradicción central
En todo caso, la contradicción central de su vida, el conflicto íntimo que fue el eje de su trayectoria profesional y creativa, es el que le sobrevino cuando, vestido de oficial franquista, irrumpió en la sede del GATPAC y descubrió algunos de los tesoros de la arquitectura moderna. Es una contradicción, o un conflicto, que tomó la forma de una pregunta: ¿de qué manera puedo ser un arquitecto moderno sin dejar de ser leal a las convicciones que me rigen, sin traicionar el respeto que siento por el pasado y la tradición, sin esconder el disgusto que me despiertan la zafiedad, la frivolidad, las ínfulas y el mal gusto?
Es una contradicción, o un conflicto, que Coderch no resolvió nunca del todo, pero que lo acompañó siempre de una manera fecunda y que, a la larga, acabaría dando obras de una modernidad tan rotunda, tan arraigada en la tradición y tan duraderamente proyectada hacia el futuro como las casas Ugalde (1951) y Catasús (1956), el edificio de viviendas de la Barceloneta (1951) y el edificio Girasol de Madrid (1966), los edificios Trade (1966) y el Institut Francès (1972). El también arquitecto Carles Fochs, autor de una biografía de Coderch y uno de los máximos especialistas en su vida y obra, dice: “Coderch odiaba la monumentalidad, prefería trabajar con pocos materiales y trataba la arquitectura, sobre todo la de vivienda, como un objeto no escultórico, desde la visualidad. Quería que, desde el interior de la casa, se tuvieran unas vistas óptimas del exterior, como si la casa se abriera hacia fuera. Además, siempre tenía en cuenta el entorno, el contexto: las sinuosidades de la Casa Ugalde en principio pueden parecer gratuitas, pero son adaptaciones al terreno”.
Hay quién cree que, en el arte y la cultura, la modernidad avanza o bien rompiendo con el pasado o bien incorporándolo y renovándolo, pero no puede haber avance sin incorporación, más o menos respetuosa o beligerante, de la tradición. La modernidad, en este sentido, se produce multiplicando y haciendo complejo lo que ya existe o readaptándolo de una manera depurada, con un nuevo refinamiento. Eisenstein y Dreyer, Picasso y Malevich, Joyce y Beckett: podríamos encontrar mil parejas similares. Coderch fue de los que innovó depurando. A pesar de que no abrazó nunca el afán gratuitamente innovador de la vanguardia más rupturista, porque desconfiaba veía limitaciones, incorporó la tradición con coherencia y sin seguidismos, no de una manera epigonal, sino para ponerla al día.
El arquitecto Federico Correa dijo que Coderch creía en la arquitectura moderna, pero también en la racionalidad, en el sentido de que para él era absurdo hacer en Catalunya y España una arquitectura racionalista puramente imitativa. “En un país con una tecnología muy pobre, pretender hacer una arquitectura moderna con unas formas que se corresponden a la tecnología avanzada de otros países, para Coderch era una incongruencia”, decía Correa. Mirado desde hoy, casi cuarenta años después de su muerte, no es exagerado pensar que si la arquitectura de Coderch ha resistido el paso del tiempo es en parte porque nunca se dejó llevar por la obsesión de ser actual y global y, por lo tanto, no cayó en las tentaciones de la modernez, que es el primero que siempre pasa de moda.
Arquitecto brillante, personaje incómodo
Los Coderch venían, según explica Carles Fochs, del Empordà. La masía de sus antepasados estaba en Espolla –el arquitecto, de mayor, la compraría y reformaría–, y el abuelo paterno era ingeniero de caminos. Cuando él nació, en 1913, su padre era el ingeniero en jefe del Puerto de Barcelona. Por parte de los De Sentmenat, la familia era noble y monárquica, y se ve que la madre de Coderch era una mujer sensible y culta que se consagró a la crianza y la educación de sus hijos.
La primera vocación del joven Coderch fue la ingeniería aeronáutica, pero la familia lo empujó a estudiar arquitectura. La Escola Superior d'Arquitectura de Barcelona era conservadora y academicista, pero Coderch tuvo un profesor que lo deslumbró, Josep Maria Jujol, discípulo y colaborador de Gaudí. “Jujol rompía con las ideas y la estética neoclásicas –dice Carles Fochs–, sacaba a los estudiantes a dibujar piezas o elementos de la arquitectura tradicional del país, sobre todo la medieval, por ejemplo vitrales y rosetones. Jujol quería que sus alumnos tocaran lo natural, entraran en contacto material con las cosas, y esto Coderch, a pesar de que nunca fue un gran dibujante, lo asimiló muy bien”.
Institut Social de la MarinaFrancesc MelcionFacultad de Arquitectura de la Universitat Politècnica de CatalunyaFrancesc Melcion
Acabada la guerra, y ya con el título bajo el brazo, se trasladó a Madrid, donde pasó dos años trabajando en la dirección general de Arquitectura. La experiencia no lo marcó creativamente, pero era de los vencedores y encontró facilidades para ejercer de arquitecto en una España arrasada que se tenía que reconstruir. En 1942 abrió un despacho en Barcelona, con su socio Manuel Valls, y en 1945 se convirtió en el arquitecto municipal de Sitges. Fue una época de encargos oficiales y particulares en general por docenas y de subsistencia. Digo en general porque en 1947 Coderch hizo en Sitges la casa familiar Garriga Nogués, una obra funcional sin rigidez, heredera de la tradición mediterránea más estilizada y menos folclorizante, que despertaría el entusiasmo de Gio Ponti, fundador y director de la revista Domus y un pionero de la modernidad arquitectónica de raíz mediterránea. El buen recibimiento del proyecto empujó a Coderch a abrazar del todo una manera nueva de concebir y proyectar la arquitectura.
Nueva, sí, pero también propia, y alejada de estridencias esteticistas, de vanguardismos rompedores y cargantes. Fue justamente en Domus que en 1961, cuando ya se había hecho un lugar entre los representantes de la modernidad arquitectónica, Coderch publicó, él que era poco amante de las teorizaciones y la retórica, su artículo más programático. En No son genios lo que necesitamos, Coderch afirmaba que era más importante la actitud personal que el dogma estético, y que los “pontífices de la arquitectura” y los “grandes doctrinarios” no eran necesarios, y que había que aprovechar “la escasa tradición constructiva y sobre todo moral que ha quedado en esta época” para tratar de “realizar una obra verdaderamente viva”, hecha con “dedicación”, “buena voluntad”, “honradez (honor)” y, también, con “conocimiento” y “conciencia”. También postulaba una aristocrática del espíritu, un elitismo del mérito, una manera de hacer que rehuyera las soluciones comerciales, que no buscara el éxito ni el dinero, que osara no someterse a ningún dogma formalista y que trabajara proyecto a proyecto, con esfuerzo y rigor, sin doctrinarismo.
Más allá de la voluntad de Coderch de dejar claros cuáles eran los patrones de conducta, de pensamiento y de actuación que, en términos arquitectónicos, él creía adecuados, el artículo de Domus también requiere ser leído como el intento más argumentado de Coderch para resolver, de cara a sí mismo pero también de cara al público, la contradicción central que lo definía: cómo intento ser moderno sin dejar de ser quién soy, sin faltar al respeto al pasado, sin ceder al oficialismo estadizo del franquismo pero, también, sin abrazar las ideas vanguardistas progresistas que son hegemónicas en el campo de la cultura, por ejemplo las encarnadas en el “pontífice”, el “profeta”, el “doctrinario” Le Corbusier, cuyo funcionalismo dogmático y ínfulas de genio superior Coderch detestaba. La maniobra de Coderch, que late en el fondo del artículo No son genios, consistió en no renegar nunca de su pasado y de sus convicciones, pero sí sublimarlas, y esta sublimación la llevó a cabo desideologizando su aproximación a la arquitectura, es decir, sacándola del campo de la política y la estética programática y trasladándola al campo de la ética, de los valores, de la actitud, del carácter.
Facultad de Arquitectura de la Universitat Politècnica de CatalunyaCristina CaldererCasa Rozes, en RosesDavid Borrat
A pesar de que trabajó hasta poco antes de morir en 1984 –según consta en su página web, la producción de Coderch está integrada por “296 proyectos catalogados, entre casas unifamiliares, bloques de viviendas y edificios comerciales, industriales e institucionales”–, y a pesar de que en las décadas de los 60 y 70 hizo algunos de sus encargos más conocidos –el Hotel de Mar en Mallorca (1962) y, en Barcelona, el Banco Urquijo (1967), la Casa Güell (1971) y la ampliación de la ETSAB (1978)–, Coderch trabajó durante el último tramo de su vida en un tipo de exilio interior. Esto era, en parte, por su carácter complicado, pero también porque era demasiado moderno para el régimen franquista y demasiado conservador para el mundo de la cultura, en general de izquierdas y, en según qué sectores, catalanista.
Según Pati Núñez, esto explica que José Antonio Coderch “resultara entonces, y todavía ahora, incómodo, y que no se lo alabara mucho en vida, y que haya quedado descabalgado como una de las figuras referentes de la época". "De todas formas –matiza Núñez–, una cosa es él como personaje y otra es su legado como arquitecto, sus obras y, también, la mirada nueva con la que amplió y enriqueció la arquitectura. Hoy todo el mundo lo tiene en cuenta”. Los hay que lo tienen tan en cuenta que están convencidos que, junto con Antoni Gaudí y Josep Lluís Sert, José Antonio Coderch es uno de los tres arquitectos más importantes de la Catalunya del siglo XX. En este sentido, el Open House de este año, en el que Coderch es el arquitecto protagonista –lo cual permitirá al público visitar ocho de sus edificios–, representa una ocasión única para comprobarlo.
Un retrato del arquitecto barcelonés José Antonio Coderch.ANTONI BERNAD
Un fin de semana para disfrutar de Coderch y de la arquitectura
José Antonio Coderch es el arquitecto del año de la nueva edición del festival de arquitectura 48h Open House Barcelona, que vuelve a abrir las puertas de más de 150 espacios y edificios de la ciudad los días 23 y 24 de octubre. Se podrán hacer visitas guiadas sábado y domingo a ocho de las obras más emblemáticas del arquitecto (hay que estar atentos porque algunas requieren inscripción previa) en Barcelona, Sant Feliu de Codines y Sitges.
Los inicios profesionales de Coderch, precisamente, pasaron por Sitges, donde fue arquitecto municipal. Y este año Sitges se incorpora en la programación del festival como ciudad invitada y como ejemplo de ciudad intermedia mediterránea que pasó del campesinado a la actividad portuaria (época medieval y moderna), y que creció gracias al comercio con las colonias americanas y más tarde con la llegada del turismo.
Además de destacar la obra de José Antonio Coderch, la programación del festival se centra en la arquitectura mediterránea, una tradición arquitectónica vernacular, de raíces populares y anónima que se ha interpretado y adaptado a las nuevas realidades.
Más de 250 propuestas arquitectónicas
La organización del 48h Open House Barcelona ha dividido las equipaciones visitables en la ciudad en 15 zonas, que no siempre coinciden con sus distritos. Horta-Guinardó está diferenciado entre Horta y el Guinardó; Sant Martí tiene la zona del Fòrum aparte; y en el Eixample han hecho lo mismo con los edificios que encontramos dentro de la categoría Diagonal. Aparte, también participan espacios de Santa Coloma de Gramenet, Vilassar de Dalt, Sant Joan Despí, Badalona, L'Hospitalet de Llobregat y Sitges. En total, hay más de 250 propuestas arquitectónicas para descubrir.
La edición 48h Open House Barcelona del 2021 es la segunda que se organiza en pandemia, pero esta vez con menos restricciones. Solo el 8% de las actividades requieren inscripción previa.