Hoy hablamos de
La Última

Antoni Puigverd: “Muchos conflictos del mundo no tienen solución; el nuestro es uno de ellos”

Escritor

18/01/2025
8 min
Regala este articulo

BarcelonaEl escritor Antoni Puigverd (La Bisbal d'Empordà, 1954) es un hombre de voz dulce y pensamiento sólido. Niño en la Escolania de Montserrat, joven antifranquista y, ya de adulto, catedrático de instituto, poeta, narrador y articulista habitual en La Vanguardia. Su posición contraria al Procés le hizo perder algunas amistades, entre ellas la del presidente Puigdemont. Acaba de publicar Ocell de bosc, un libro a medio camino entre el dietario y las memorias, en el que habla de política, pero también de cocina, de música, de literatura y donde, sobre todo, radiografía el mundo de hoy. Una frase, como ejemplo: "Nadamos en un mar de ácido que corroe sin parar los lazos sociales y culturales".

Últimamente noto que el clima de enfrentamiento que hay me genera malestar físico. Leerte me ha reconfortado.

— Para mí es inexplicable: en Occidente estamos asistiendo a la época más confortable de la historia y, en cambio, existe una irritación social increíble. Yo creo que las redes sociales tienen un papel muy determinante. El hecho de que, desde el anonimato, puedas soltar a todos tus demonios favorece mucho la irritación.

¿Qué es lo último que has encontrado cuando has entrado en las redes sociales?

— De vez en cuando entro en Twitter para ir auscultando, y es espantoso lo que hay ahora. Existe una especie de fabricación de extrema derecha extremadamente agresiva; existe mucha pornografía e intolerancia.

En medio de tanto ruido, ¿dónde encuentras el silencio?

— El silencio digamos que forma parte de mi vida, porque yo estoy muchos ratos solo, leyendo, escribiendo y caminando, que es mi vocación. Si las piernas me respondieran, pasaría muchas más horas al día caminando.

En tu último libro dices que existe como una competición para ver quién es más víctima. Explícamelo.

— Es algo asombroso. Nací en una sociedad en la que se admiraba a los héroes. Estaba el Capitán Trueno, un personaje que salía de todo tipo de dificultades. El origen de nuestra tradición cultural –la Ilíada, laOdisea– también son personajes mitológicos de carácter heroico. Éramos la cultura de los héroes y ha habido como una especie de mutación. Creo que el periodismo ha influido de forma decisiva; el micrófono se dirige a la víctima, que es un objetivo noble y loable: hacer visibles a las víctimas. Pero esta visibilización de las víctimas ha terminado creando una mutación extraña, hasta el punto de que ahora ser héroe es sospechoso. En el éxito siempre debe haber una parte oscura, en la que se hurga y que se trabaja. Básicamente la idea es que el éxito es sospechoso y que la víctima siempre tiene razón de ser.

¿Pero esto no es ponerse al lado de los débiles?

— El problema de la debilidad es cómo la enfocas. Si la enfocas para mitificarla y la conviertes en una identidad, tú no saldrás nunca de la debilidad. Las mujeres, víctimas; los gays, víctimas; los negros, víctimas; los indígenas, víctimas; el Tercer Mundo, víctima. Cuando esta idea cristaliza de una forma identitaria, no sales del problema, porque siempre serás víctima, y entonces hay una competición por serlo. En las cosas que te pasan, tú seleccionas aquellas que pueden presentarte como el castigado, como el despreciado, como el oprimido. Y seleccionas del otro lo que le hace castigador y perverso. En el libro uso una historieta de un perro dogo que se había hecho una pequeña herida en la pierna. Se la vendaban, lo cuidaban, pero él se arrancaba la venda y seguía lamiendo la herida, por lo que nunca cicatrizó. Esto le dejó tan débil que no tenía fuerzas para andar. Ésta es la metáfora para Catalunya, para las mujeres, para todas las víctimas que están o pueden estar mal: tú debes dejarte curar la herida para poder levantarte y caminar. Nuestras sociedades favorecen el lamernos la herida.

En el libro hablas mucho del periodismo, pero últimamente estás muy al margen. ¿Por qué?

— Primero, porque el tiempo no pasa en vano. Debemos irnos retirando y dando juego a otras generaciones. Y después porque mi tiempo es muy caro. No sé cuánto viviré, pero si puedo vivir unos años quiero dedicarlos a la narrativa.

¿No quieres pasarlos haciendo tertulias?

— No, eso sí que no. De hecho, me arrepiento mucho de haber ido a las tertulias. Por más en serio que quieras hacerlo, siempre formas parte de un espectáculo. El periodismo tiene que buscar la viveza, que ocurran cosas muy rápidas, y tú estás obligado a simplificar, a reducir, a exagerar y a gritar, si quieres hacerte notar.

En el libro hablas de forma crítica de la vía que eligió el presidente Puigdemont, pero te refieres a él con mucho cariño y respeto. ¿Cuál es la última vez que te has visto con el presidente Puigdemont?

— Lo escribo en el libro. Es un almuerzo que hicimos con unos personajes que se extrañaron mucho de verme, que eran Antoni Bassas, Francesc-Marc Álvaro, Pilar Rahola, Mònica Terribas y Jordi Basté. Él nos convocó a una comida muy poco antes de la proclamación de la independencia y se trataba de cómo podíamos ayudarle a hacer la proclamación. Yo le dije que no la proclamara.

¿Tú eras el único contrario?

— Sí, todos los demás estaban muy a favor, aunque alguien no dijo nada. Él y yo habíamos tenido mucha relación personal.

¿Y cuál es la última vez que has pensado: "Debería ir a Waterloo a verlo"?

— Lo he pensado muchas veces, pero sé que él no me iba a recibir. Me escribió una carta muy dura, que me dejó varias noches de insomnio. La entiendo perfectamente, esta carta. Me decía que la había escrito cuatro o cinco veces y la había tirado. La empezó en la prisión de Alemania. En esta carta repasa todo lo que le parece que yo he hecho y cree que he contribuido a deshumanizarle, que es algo que sí se ha hecho con él. Lo han presentado como una caricatura. Es el famoso sistema que tenían los nazis: para que un soldado pudiera tratar de esa manera tan horrible a los judíos, aquellos judíos no debían ser personas. Debían ser ratas. De la forma como que se ha hablado y se ha escrito de Puigdemont, se le ha convertido en una rata, pero yo creo que no he colaborado en modo alguno. En esta carta él dice: "Cierro el cajón de nuestra amistad". Yo le contesto enseguida, pero leo la respuesta a mi mujer y a mi hija y me dicen que mejor que no le responda.

¿Y aún no le has contestado?

— Lo hice en un artículo al cabo de unos años. Le quise decir: "Te respeto como persona, es más, creo que te quiero como persona, me sabe muy mal todo lo que te pasa, pero en cambio creo que puedo discrepar. Tú eres una víctima, pero no puedes pretender que quedemos paralizados hasta que esté resuelto tu problema. Yo tengo una visión de las cosas, tengo derecho a tenerla”. Justo cuando corregía el libro me encontré a Mars, la mujer de Carles Puigdemont, y ella me trató tan bien, fue tan amable conmigo, tan correcta. Y yo le dije: "No sé si has leído mis artículos". Y me dijo que sí, que no le gustaban, pero que lo respetaba.

Esto es lo que se ha perdido últimamente: "No me gusta, pero te respeto".

— Sí, se ha perdido mucho. En el Procés nos ha pasado a todos, he tenido gente nunca més me ha dicho nada. No sé, es algo que tiene que ver con esta extraña época de Occidente, de vacío moral que nos hace a todos muy dueños de nuestro destino, muy contentos de nuestro ego.

Tú detectas ese narcisismo como uno de los males de la sociedad. ¿Tu narcisismo, si me lo dejas decir así, sería el de llevar la contraria?

— Sí, sí. Realmente, éste sería mi defecto personal. Ha habido una tendencia en mi vida a llevar la contraria. Yo lo he justificado porque me toca desempeñar un papel más reflexivo, crítico, pero es una característica de estructura psicológica que viene de la infancia. Yo tuve que sobrevivir de pequeño a circunstancias muy difíciles, pero salí aprendiendo a llevar la contraria. De pequeño, sufrí bullying en un internado, sin ganas de frivolizar lo que es el bullying. Fue poco tiempo. Al poco, me hizo más fuerte y fui uno de los más bestias de ese internado. Me defendía, si era necesario, a bofetadas. Hablo de la Escolania de Montserrat, que es donde yo estaba. Yo era muy gordo y me llamaban "la vaca". Se reían de mí, no todos, pero unos cuantos. Es la primera vez que lo cuento, ni lo he escrito en ningún texto mío.

Una fácil: ¿cuál es la última solución que se te ocurre, y no sé cómo te gusta más llamarlo, al problema catalán, al problema español o a la relación Cataluña-España?

— Solución, no hay.

¿Nacimos en un conflicto Cataluña-España y moriremos con el mismo conflicto?

— Sí, el problema es si el conflicto lo metemos dentro de nuestra sociedad. Siempre he sido partidario de la unidad civil de los catalanes. Cuando Aznar dijo lo que antes se dividiría Catalunya, no hablaba de la división interna de los independentistas. Hablaba de la fractura interna, de la balcanización de Cataluña. Mi generación siempre tuvimos el afán de conjurar ese peligro.

¿Es la división una cuestión de lengua: los catalanohablantes y los castellanohablantes?

— Básicamente se expresaría así. Muchos conflictos del mundo no tienen solución; el nuestro es uno de ellos. Lo ideal de España es planchar toda diferencia y ser Francia. Por parte de Cataluña, la visión que tenemos es que queremos ser un país normal. Es una de las expresiones que más he oído: "Yo lo que quiero es un país normal". Es que no lo eres. Las circunstancias históricas te han convertido en un país anormal. Tú tienes que partir de esa base. La realidad es que en Cataluña hay mucha gente que no se siente identificada con la catalanidad. Ante esto tú puedes forzarlos a elegir y entonces habrá una fractura, y además serás impotente, porque no tendrás suficiente gente detrás de ti para hacer lo que quieres hacer.

Pero ¿alguien te dirá que si esto es un empate, si hay mitad y mitad, por qué siempre debe ceder la mitad que está identificada con la catalanidad?

— Porque para cambiar la realidad necesitas la fuerza. Lo que ya tiene la realidad no necesita fuerza. Se trata de hacer el modelo de la Assemblea de Catalunya, buscar un mínimo común denominador entre los catalanes. Es muy importante, este pacto, hacer cesiones mutuas. Unos debemos asegurar que los que no hablan catalán encuentren el confort máximo en Cataluña y que puedan prosperar en lo posible, y nosotros debemos pedirles a ellos que nos ayuden a salvar la lengua catalana. El ideólogo de esto fue el PSUC, después lo heredó el PSC, pero sin el empuje del PSUC y quizás sin tanta vocación.

Volvemos al periodismo. Dices que los periodistas tomamos un tema y nos revolcamos en él hasta provocar la neurosis. El último y reciente ejemplo quizás sería el caso Dani Olmo.

— El fútbol me gustaba mucho, pero ahora no lo soporto por toda la palabrería que ha generado. Uno de los elementos de la crisis de los medios de comunicación es que son aburridísimos: siempre hablan de lo mismo y todos hablan de lo mismo a la vez. Genera relativismo por un lado y obsesión por otro. Como después de una obsesión viene otra y otra y otra, en el fondo nada es importante.

Esto también lo dices de las víctimas: si todo el mundo es víctima, nadie lo es.

— Exacto. Si son víctima el catalanohablante y el castellanohablante, es que no lo son ni uno ni otro, lo que va a favor de la lengua fuerte, que quede claro.

Las dos últimas preguntas son iguales para todos. ¿Cuál es la última canción que estás escuchando?

— Quizás Fabrizio de André, La canzone dell'amore perduto. Pero sobre todo escucho música clásica: Mozart, Haendel, Bach. Esta mañana he escuchado el Magnificado de Bach.

Las últimas palabras de la entrevista son las tuyas.

— Lo primero que haré es agradecerte a ti personalmente y al diario ARA que hayáis querido entrevistarme a propósito de un libro que lleva marca de la competencia. Estoy sereno, en un momento muy dulce de la vida; no sé cuánto tiempo me queda, pero básicamente estoy agradecido. A vosotros y a la vida en general por la suerte que he tenido.

Antoni Puigverd justo antes de la entrevista
Un litro y medio de coñac

Llego diez minutos antes de la hora y espero a Antoni Puigverd en la puerta del Hotel Seventy, de Barcelona. No había contado con que él es aún más puntual y ya lleva media hora dentro, tomando un agua sin gas. Ha venido en tren desde Girona, americana y jersey de cuello alto, mochila en la espalda y pañuelo de papel en la mano por el resfriado.

Hablamos de una amiga que tenemos en común, Marina Rossell. En el libro Ocell de bosc , Puigverd escribe que la voz de Marina es tan limpia como el agua que brota de una fuente de montaña. Él también había cantado de joven, cuando salió de la Escolania de Montserrat. Una de sus pasiones actuales –como también se ve en el libro– es cocinar. Nos regala un secreto: en el asado de Navidad puso un litro y medio de coñac. "El alcohol se evapora y quedan el azúcar y un sabor a madera vieja muy especial".

Albert Om es periodista
stats