Historia Cultural

Josep M. Benítez: “San Ignacio se inspiró en Ramon Llull”

La Compañía de Jesús ignoró durante siglos la influencia de Llull en Ignacio de Loyola

Josep M. Benítez: “Sant Ignasi 
 Es va inspirar en Ramon Llull”

Sant Cugat del VallèsEn plena celebración del año ignaciano internacional (2021-2022), inaugurado en Roma por el General de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa, a quien tuve el privilegio de entrevistar en ágil conversación publicada en Confesiones de Jesuitas (Libelista, 2018), me gustaría aportar una novedad sobre la relación de Ignacio de Loyola con Ramon Llull.

La fiesta de San Ignacio, 31 de julio, me facilita entrevistar al amigo y erudito Josep Mª Benítez Riera, conocedor de estos dos genios: Llull e Ignacio. Parto de la afirmación de Benítez, según la cual los Ejercicios Espirituales de San Ignacio vieron en un texto de Ramon Llull una posibilidad hasta ahora ignorada. En su Libro de los mil proverbios, Llull escribió: “Com Hom sia creat per conexer è membrar è amar è honrar è servir Deu, per assó fem aquests Mill Proverbis ab que donem doctrina, com Hom se sâpia haver a la fi á la qual es creat” (Versión de 1746). En la traducción castellana: "Como el hombre sea creado para conocer y amar y rememorar y honrar y servir a Dios, así hacemos estos mil Proverbios, para que con ellos demos doctrina, por la cual el hombre sepa comportarse para con su fin, para el cual es creado". Mientras Ignacio redacta, intercalando, una frase: "El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la Tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado".

Si esto es así, ¿se puede hablar de una influencia intelectual de la obra de Ramon Lull en la concepción espiritual de Ignacio de Loyola?

— Buena pregunta. Legítima y lógica. Pero la respuesta no puede ser del todo afirmativa. Algunos especialistas ya se lo han medio planteado. Cito algunos autores jesuitas, todos del siglo XX: Puiggròs, March, Sabater y también Batllori, al cual tengo que agradecer que me orientara hacia el estudio de esta temática histórico-crítica. Y señalo ahora, de manera especial, Júlia Butinyà, paciente rastreadora de las vivencias espirituales místicas formuladas por Llull y otros humanistas presentes en textos ignasianos.

¿Pues parece que podemos hablar de una "cierta" influencia de Llull?

— Influencia, no. Conocimiento de algún texto, sí. Repasemos las épocas vitales de Ignacio. ¿Cuándo supo quién era Llull? Enumero: no supo nada de él en Loyola, Montserrat o Manresa. Alguien habla de "noticias lulianas" recibidas en Barcelona estudiando latín con el maestro Ardèvol. Tampoco nada en Alcalá o Salamanca, de donde, superados problemas inquisitoriales, decidió viajar a París, donde llegó en 1528. Allí sí que todo cambia. Así lo hipotetizábamos con Batllori. Porque sabemos que Llull había redactado los Mil proverbios navegando de Chipre a Génova, en 1302, y que mandó una copia a París en 1303. ¿Podemos decir que Ignacio, como el excelente estudiante que era, pudo conocer ahí el texto luliano? Parece plausible.

Bueno, podría ser, pues, en París donde conoció y copió el texto citado. Pero esto es una hipótesis y la pregunta fundamental queda abierta. ¿Cómo podemos asegurar que fue así?

— Podemos afirmarlo porque tenemos una casi-prueba de que debió de ser en la Sorbona donde Ignacio pudo saber quién era Llull: en aquella respetadísima universidad Llull era famoso, había sido escuchado varias veces. En París, Llull dejó huella. Ahora bien, el hecho más convincente, que no probatorio total, de que Ignacio leyó a Llull y de que debió de copiarle el texto que nos ocupa, lo sintetizo así: al terminar con éxito los estudios en 1535, Ignacio quería marcharse para ir a Azpeitia. Pero poco antes de partir fue retenido acusado de herejía por el inquisidor Valentin Liévin. Peligro. Grave problema inquisitorial. Sin embargo, con admirable honestidad personal y ejerciendo su gran fuerza espiritual, y con sincera humildad, Ignacio rogó al inquisidor ser escuchado en privado. Como resultado, no solo se libró del juicio y del castigo público, sino que se ganó el apoyo de Liévin, al que entregó una copia de sus Ejercicios. El inquisidor la leyó y, convencido de que no contenía herejías, lo alabó. De manera que Ignacio pudo ir a Azpeitia y de ahí a Valencia para embarcarse hacia Génova. Ya en Italia, ya sea en Bolonia, Vicenza y Venecia (1536-1538); sea ya en Roma (1539), Ignacio aún retocó los Ejercicios hasta producir la Versión Prima (1541) y la autógrafa final considerada ya la definitiva (1544). Finalmente, se publicó la versión latina oficial (1548) para presentarla al papa Pablo III.

¿A partir de cuándo se empieza a tomar conciencia de estos diferentes momentos de la influencia intelectual, aunque sea redaccional, de Llull en el fundador de la orden de los jesuitas?

— Supongo que me quiere preguntar cuándo los ignacianos se dan cuenta de esta concomitancia, nunca influencia. Le respondo: hasta el año 1746. Nunca antes. Pero entonces ya nos encontramos muy cerca de una terrible mala época para los jesuitas. En 1767 son expulsados de España y de los territorios hispánicos por el rey Carlos III. Y aun peor, en 1773 queda suprimida toda la Compañía de Jesús por el papa Clemente XIV con el breve Dominus ac Redemptor.

Perdone mi insistencia, ¿cómo puede ser que ningún jesuita estableciera al menos esta relación conceptual entre Ignacio y Llull?

— Los seguidores de Ignacio, es decir, los jesuitas, no pudieron ni interesarse ni mucho menos profundizar en ningún aspecto de relación conceptual entre el uno y el otro. Pienso que lo digo claro y preciso. Y estas imposibilidades no varían demasiado hasta la época del Concilio Vaticano II, la última fase del cual (otoño de 1965) la viví en Roma, disfrutando de la amistad de Miquel Batllori. Él me facilitó mi primera lectura luliana: la Vida coetánea. Así me enteré de la existencia de ese personaje, Llull, doctor iluminado aclamado mártir y declarado beato.

Pero más concretamente, ¿por qué queda tanta omisión de Llull en los comentarios sobre los orígenes del 'Principio y Fundamento de los Ejercicios' ignacianos, y esto ya desde los primeros tiempos de la muerte del fundador, en 1556?

— Mi respuesta podrá parecer dura, pero opino que es realista. Relegado cualquier interés por Llull. Omisión total por ignorancia. Y lo razono. Mucho antes de que hubiera nacido Ignacio de Loyola, ya existía un antilulismo doctrinal católico-romano consolidado. Hagamos historia: influyó una primera condena del papa Gregorio XI (1371), seguida de la bula Conservatio puritatis catholicae fidei (1374). Y casi coetáneo salió el Directorium inquisitorum (1376), de Nicolás Aymerich, tachando a Llull de herético. Sigue el enredado periodo en la vida de la Iglesia con el estallido de la Reforma de Lutero. Piense que es entonces cuando el papa Pablo III aprobó la nueva -e innovadora- orden ignaciana (1540) y estamos junto al Concilio de Trento (1545-1563), el cual encargó al papa Pío IV fijar un Index librorum prohibitorum (1564) con inclusión de obras lulianas. Para no ponerme trágico, permítame un salto al siglo XX: fue por loable decisión del Concilio Vaticano II que el papa Pablo VI eliminó el Index en 1966. Haga números: una meta-prohibición cultural en el campo católico romano desde de 1374 a 1966, o si quiero ser más preciso, de 1564 a 1966. Casi nada, ¿verdad?

Pero Llull no fue ignorado.

— No. No debemos olvidar la enorme y supranacional estima que Llull recibía por parte de teólogos (el cardenal de Cusa) y de tantos filósofos y científicos al margen del mundo religioso. ¡Llull no fue nunca ignorado! Al contrario: fue estudiado, apreciado. Algunos de sus vindicadores fueron gigantes del saber humano (Leibniz o Kepler). Y hoy Llull es muy considerado en el campo de la computación y de la robótica, o de la inteligencia artificial. Lo apunto. No puedo entrar aquí a presentar las genialidades positivas de Llull. Pero retomando el breve relato del poco interés del lulismo por parte jesuítica, me duele tener que citar la decisión del cuarto general de la Compañía, Everard Mercuriano (1573-1580), que prohibió leer a Llull. Y para ser más eficaz, prohibió tener en las bibliotecas jesuíticas obras de Llull. Prohibición del siglo XVI ratificada en el siglo XIX. ¿Cómo? Pues en la publicación doctrinal Enchiridion Symbolorum (nueve ediciones de 1854 a 1900), obra del jesuita Denzinger. Una vez muerto, otro profesor jesuita de la Universidad Gregoriana eliminó, con buen sentido, las condenas a Llull en la edición de 1908. ¿No es sorprendente el hecho de que durante más de medio siglo (desde 1854 hasta 1908) Llull fuera tratado como "un autor cualquiera" (quaedam)?, apelativo que refuerza mi idea de la ignorancia que fue provocándose dentro de la Compañía respecto de Llull.

Me impacta su respuesta... Aunque desearía que me comentara si no es una injusticia que haya sido ignorado el toque beneficioso del sabio Llull en Ignacio de Loyola.

— No quiero polemizar. Solo enumero alguna constatación: he dicho "omisión o relegación por ignorancia". Ignorancia no culpable, pero ignorancia provocada por "represión" previa. Lo sintetizo así: a) el daño hecho por Aymerich tachando a Llull de hereje; b) la inclusión de Llull en el Index librorum prohibitorum; c) la prohibición del General de los jesuitas Mercuriano para tener obras de Llull; d) la fuerza doctrinal de Denzinger. ¿Le parece poco? Lo digo sin acritud. Incluso Miquel Batllori, gran lulista, desconocía los Mil proverbios. Y el hermano del eminente teólogo Karl Rahner, que fue el metódico Hugo Rhaner, prestigioso historiador, ni cita a Llull en un su exhaustivo estudio, considerado definitivo, sobre fuentes de Ignacio de Loyola. Termino. De ahí la importancia de este año ignaciano internacional. ¿Podremos disfrutar de una nueva conciencia enriquecedora del influjo positivo de Llull en Ignacio? Existen estudios actuales sobre el tema. Podría citar a más autores y no lo hago. Me limito a uno para agradecer de forma personal al joven autor Francesc Tous su reciente edición crítica de dos obras de Llull, Mil proverbios y Proverbis d’ensenyament (Palma, 2018). La estima que le profeso la podrá suponer cualquier lector avisado: su excelente tesis doctoral, dirigida por Joan Santanach, ofrece el soporte documental para fundamentar mi afirmación de la presencia conceptual y textual de Llull en el Principio y fundamento de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola. ¿Podría ofrecerse mejor confirmación de que Ignacio de Loyola conoció y aceptó el influjo de Llull hasta copiarle un texto capital, haciéndolo razonamiento suyo? Los textos son los textos.

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