

Ni los promotores de las manifestaciones antiamericanas de hace unos años podían imaginar que encontrarían a su derecha aliados en EEUU. Y aún lo creerían menos si constataran que quien protagoniza una operación que parece diseñada para provocar la implosión del sistema desde dentro es un presidente como Donald Trump, promotor de una de las peores acepciones de la antipolítica.
Siguiendo su comportamiento habitual, que de no ser por sus efectos globales no sería más que un show con muy poca gracia, lo que era visto como líder del mundo libre ha decidido hacer volar por los aires el orden económico y comercial con el argumento de enriquecer a EEUU. Basándose en falsedades y retorcimientos de la historia, justifica un arancel universal del 10% para todas las importaciones, que se suma a otros porcentajes en función de si el país es mejor o más malo, y que asciende al 20% en el caso de la Unión Europea (UE) y se dispara hasta el 54% en el caso de China. Mezcla sin rubor visiones distorsionadas de la historia y las regulaciones a las que están sometidos muchos productos para justificar el regreso a un proteccionismo decimonónico.
El objetivo es castigar a socios comerciales ya otros porque, según la filosofía de Trump, venden más de lo que compran en EEUU. Pero, como recuerda The Economist, una de las biblias del liberalismo y del libre comercio, estos números rojos se deben sobre todo a que los estadounidenses optan por ahorrar menos de lo que invierten en su país. Y eso, además, no les ha impedido que su economía supere hasta ahora a la del resto de los países más ricos del G-7. Está por ver que la nueva estrategia permita continuar por este camino.
Ante el reto, el resto del mundo debería actuar con prudencia y con más inteligencia que Trump y responder a ella selectivamente, de modo que los efectos los sientan los ciudadanos de ese país. La otra vía es reforzar el comercio con otros blogs y países, aunque difícilmente podrán suplir el volumen que genera la demanda de EEUU.
El mal de la política de Trump se extenderá por todo el planeta, de forma inoportuna e innecesaria, dado el peso de las cadenas de suministro globales, pero también lo notarán sus conciudadanos, muchos de los cuales le votaron. Nadie que no sea colaborador o trumpista se cree que la penalización arancelaria hará que lluevan inversiones para producir en EE.UU. con nuevas fábricas de productos finales y de sus componentes, que ahora provienen de terceros países, muchas veces con menores costes y que se verán castigados por el gravamen arbitrario de Trump.
Además de ver reducidas las opciones del mercado estadounidense, ya que muchos exportadores dejarán de vender, los consumidores de ese país sufrirán subidas de precios, uno de los males que Trump atribuye a su predecesor, el demócrata Joe Biden. Y la inflación y su impacto en la cesta de la compra oa la hora de llenar el depósito del coche es lo que puede hacer que los estadounidenses pierdan la paciencia. Y también provocar que Trump, que empieza a flirtear con la inconstitucional idea de presentarse a un tercer mandato, clave uno de sus habituales volantazos y cambie de política.