La abuela que ganó una fortuna haciendo contrabando de personas en Chinatown
En Caps de serp, Patrick Radden Keefe ofrece un retrato minucioso de la Hermana Ping y las mafias chinas en la Nueva York de los años 80 y 90
BarcelonaCuando era pequeña y salía de la escuela, Cheng Chui Ping "era la encargada de cortar la leña y de cultivar un pequeño pedazo de verduras", y también "ayudaba a criar a los cerdos y los conejos de la familia". Nacida en 1949, Ping creció en Fujian, una provincia rural de República Popular China, donde el hambre mataba a miles de personas cada año, pero ha acabado pasando a la historia como una de las contrabandistas de personas más conocidas del mundo: entre en 1984 y 2000 logró que más de 3.000 chinos entraran de forma ilegal en Estados Unidos, negocio gracias al cual acabó ganando casi 40 millones de euros.
Conocida como la Hermana Ping, cuando fue condenada en el 2006 la contrabandista era una carismática abuela de 57 años que tenía una tienda de todo a cien en el Chinatown neoyorquino. Uno de los periodistas que se interesó por ella fue Patrick Radden Keefe, redactor de la revista The New Yorker y entonces autor de un único libro, Chatter: Dispatches from the secret world of global eavesdropping (Random House, 2005). "Siempre que trabajo en algún tema me gusta hacer una inmersión total, y en el caso de la Hermana Ping el reto era rescatar al Chinatown de los años 80 y 90, que era un lugar muy violento y peligroso –comenta ahora el periodista –. En aquellos momentos había mucha gente desesperada por marcharse de China, pero hace dos décadas, mientras escribía Jefes de serpiente, la china se había convertido en una economía muy poderosa. Parte de los emigrantes estaba volviendo".
Dejarse ayudar por contables e intérpretes
El resultado de la investigación de Patrick Radden Keefe acabó plasmado en lo extenso e interesante Jefes de serpiente (2009), hasta ahora inédito en catalán. El libro ha sido publicado por Edicions del Periscopi –como sus predecesores, también traducido por Ricard Gil– cuatro años después de No digas nada, una mirada profundizada a la violencia y sus repercusiones vividas en Irlanda del Norte los últimos 50 años, y tres más tarde que El imperio del dolor, centrado en la crisis de los opiáceos en Estados Unidos a partir de la implicación de la familia Sackler. El autor ha vuelto recientemente a la "gris Nueva York" después de unos meses en Barcelona, invitado por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. "Fue una gran experiencia –recuerda desde su casa–. Catalunya es uno de esos lugares todavía marcado por la sombra del pasado. Lo he podido percibir hablando con gente muy diversa, que me ha permitido indagar un poco en la cultura y la historia del país. Tengo muchas ganas de volver, y me gustaría escribir algo, aunque reconozco que todavía no he encontrado cómo hacerlo".
En el caso de Jefes de serpiente, para acceder de primera mano, "con respeto y profundidad", a las mafias de contrabando de personas, contó con la ayuda de un contable del barrio que conocía a todo el mundo, William Chang. "Incluso acabó viajando conmigo a China: además de tener contacto con muchos de los protagonistas de la historia que quería contar, hablaba el dialecto de Fujian, que era la lengua habitual entre ellos", continúa. Tal y como se explica en el libro, los jefes de serpiente "hacen de guía" de las rutas de contrabando de personas: "Los pequeñas cabezas de serpiente se ocupaban del reclutamiento en los pueblos chinos y los grandes cabezas de serpiente gestionaban la financiación y la logística y se embolsaban la mayor parte de los beneficios, desde la seguridad de sus casas en Nueva York, Hong Kong o Taipei".
A pesar de su "perfil discreto", la Hermana Ping se acabó convirtiendo en una de las contrabandistas más importantes del país. Cuando ya estaba entre rejas, Ping aceptó que Patrick Radden Keefe le entrevistara, pero la cárcel, en cambio, no aceptó el encuentro Entonces comenzó la particular relación epistolar. con la convicta: "La intérprete de Ping, Lili Lao, le traducía las preguntas a su dialecto, y ella, que tenía confianza, le respondía con muchos detalles que ella después me traducía al inglés –recuerda–. Esto me acabó ayudando más que si nos hubiéramos visto en prisión. Había mucha menos distancia entre nosotros así, a través de la intérprete, que si me hubiera tenido a mí delante, un hombre americano y joven".
El resultado, Jefes de serpiente, se lee como un thriller, con la particularidad de que todo lo que se explica es real. "En los años 80 y 90, el negocio del contrabando de personas no era tan industrial como ahora –admite Patrick Radden Keefe–. Si actualmente quieres entrar ilegalmente en Estados Unidos desde China ya no necesitas un cabeza de serpiente. Solo hace falta que viajes a algún país de Centroamérica y que desde allí alguien te ayude". Así como la Hermana Ping murió en prisión de cáncer de páncreas en el 2014, personajes como Ah Kay, líder de la banda mafiosa Fuk Ching, han tenido un final muy distinto: "Kay tiene un negocio de éxito en Nueva York. Cuando se lee el libro y se sabe qué actos había llegado a cometer, te preguntas cómo puede que esto sea así".