Crítica literaria

"Duró poco la bella vida": sobre la nueva y valiosa edición de la poesía de Kavafis

Eusebi Ayensa rige en hacer oír al lector esta voz a menudo herida, desquiciada, conmovida, un punto estoica, siempre lúcida, que emerge de los versos del alejandrino

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Alejandría, a finales del siglo XVIII, dibujada por Luigi Mayer
  • Konstandinos P. Kavafis
  • Flâneur
  • Traducción de Eusebi Ayensa
  • 450 páginas / 29 euros (primer volumen)
  • 360 / 27 euros (segundo volumen)

El verso elegido como título de este artículo es extraído deAl atardecer, una de las 154 poesías canónicas de Kavafis (por cierto, siempre me ha curioso la coincidencia entre el número de piezas canónicas del alejandrino y la de sonetos publicados por Shakespeare). La vida dura poco, el placer y la juventud son, por definición, escápulos... El gozo de la existencia, sin embargo, se revive memorablemente en el verso. En la titulada Comprensión, leemos estos otros tres, que tienen algo de condición especular en cuanto a la existencia y la obra del poeta: “En la vida disoluta que llevaba cuando era joven / tomaban forma los designios de mi poesía, / se esbozaba el contorno de mi arte”. En la madurez, rememora a tantos jóvenes bellos, siempre de veinticinco años, y aprecia la distancia fatal con el antiguo disfrute vivido: “Duró poco la bella vida”.

Kavafis ha tenido suficiente la suerte de cara, en catalán: un traductor tan reputado como Carlos Riba abrió la vía, y después han seguido su ejemplo Alexis Eudald Solà, Joan Ferraté y Carles Miralles. Los mallorquines Antoni Avellà Mestre y Bartomeu Garcés y Ferrà aprendieron griego expresamente para poder traducirlo. Esta de Ayensa, sin embargo, en dos espléndidos volúmenes, es la primera traducción integral de la poesía kavafiana. Y me atrevo a afirmar que deberá ser, también, la definitiva: por la calidad de la traducción y por la ocasión y utilidad de las notas (un material, en buena parte inédito, que proviene del archivo Kavafis, de Atenas) . El primer volumen está reservado a poemas canónicos; el segundo, a los que el traductor y editor —en realidad, él se presenta como un filólogo cuya actividad le ha llevado a la traducción— ha llamado rechazados, reservados, inacabados y en prosa. La traducción es muy medida, y tiene como objetivo hacer hablar a Kavafis en una voz ajustada a cada composición. Ayensa rige en hacernos oír esta voz a menudo herida, desquiciada, conmovida, un punto estoica, siempre lúcida, que emerge de los versos del alejandrino. Y sale tan bien, entre otras cuestiones, porque tiene en cuenta la variedad de los registros lingüísticos; esto es, la forma de hablar de los diversos personajes que pueblan los versos kavafianos.

Iluminar el sentido

Ahora bien, la gran novedad de esta edición son las notas, valiosísimas, que acompañan -en apartado final para cada uno de los dos volúmenes- la gran mayoría de poesías, principalmente las de pretexto histórico. ¡Qué bien de Dios de información, que nos ayuda a iluminar el sentido de tantos versos! Estas notas filológicas siguen el rastro de las diversas versiones de cada poesía —Kavafis nunca quiso publicar su obra lírica en volumen, porque entendía su escritura como un work in progress; y, por otra parte, también se resistió por miedo a perder el control sobre su obra: iba editando, en cambio, pliegos sueltos, que enviaba a los amigos—, aportan razones que ayudan a conformar la poética de autor, nos proporcionan infinidad de claricias sobre personajes históricos que el autor utiliza para la ilustración de virtudes y, aún más, de vicios humanos...

“Yo soy un poeta histórico”, afirmó. Y también es un poeta para las generaciones futuras, como presentía él mismo, que, en vida, no disfrutó, ni mucho menos, del aura de clásico que ha adquirido posteriormente. Hasta el punto de que Kavafis será, con toda certeza, una de las voces más influyentes del siglo XX. Quizás más que Fernando Pessoa o TS Eliot, otros dos nombres resonantes de la modernidad poética —nacidos, ambos, en 1888, veinticinco años después que nuestro autor, que era, por cierto, sólo tres años mayor que Joan Maragall—. Y lo ha sido, sobre todo, por la huella tan profunda que ha dejado su tratamiento de la intimidad amatoria, del todo original. Poetas contemporáneos como Joan Vinyoli, Gabriel Ferrater, Jaime Gil de Biedma, Juan Luis Panero o Manuel Forcano, entre otros muchos, le deben, además de una coincidencia curiosa, la afinidad de tono o de dicción. Lo han leído en profundidad, y en sus versos ha quedado un eco palmario.

Kavafis es el poeta que ha glosado admirablemente la conmoción del encuentro fortuito entre dos amantes; quien ha hecho de la evocación del pasado, tan íntimo como histórico, materia de poesía (y del trasiego del “placer ilícito”, ya recordado en la calma de la madurez, un auténtico pretexto para muchos de sus versos). Parece que haya una pulsión casi agónica, en la mayoría de los encuentros amatorios recreados: "He detestado siempre el gozo de los amores rutinarios". Y no sólo el deseo, que es el gran asunto de su obra: Kavafis nos enseña que, a veces, nos fijamos un objetivo que no llegamos a alcanzar y eso —y la desazón ensimismada que comporta esta búsqueda— nos hace perder algo valiosa, que nos pasa por malla, ya irrecuperable. O, por medio de alguno de sus sujetos históricos, nos ilustra sobre la forma de endurar las desgracias con dignidad. La vigencia de sus versos es total. ¡Nunca nos cansaremos de leerlo! Y ahora, en la edición de Ayensa, menos.

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