Literatura

Una novela salvaje e inmoral que fascina y repugna: 'El señor de las tinieblas'

Dentro del castillo del canon literario estadounidense, esta novela de Hal Bennett debe ocupar las mazmorras

Una mujer negra es dirigida fuera de la "sala de espera blanca" en Jackson, Mississipi en 1961
3 min
  • Hal Bennett
  • La Segunda Periferia
  • Traducción de Ferran Ràfols Gesa
  • 376 páginas / 22,50 euros

El canon literario es como un castillo grande y lujoso. Una minoría de autores ocupa las estancias reales, otros comparten los salones anchos y acomodados, otros pasean solitarios por las torres altas, otros van y vienen por los pasillos... Al igual que los castells, los cánones literarios también tienen pasajes secretos, lugares oscuros e inhóspitos donde no se asoma casi nunca nadie. Dentro del castillo del canon literario estadounidense, El señor de las tinieblas, del afroamericano Hal Bennett (1930-2004), debe ocupar las mazmorras.

Publicada en 1970, la novela, leída hoy, es tan salvaje e inmoral que incluso cuesta describirla sin recurrir a la salvajía y sin incurrir en inmoralidades. Naturalmente, esta referencia a la inmoralidad no comporta ningún juicio literario. La obra de Bennett es inmoral porque literaturiza, sin reprobarlos y con una energía narrativa colosal, todo tipo de actos considerados indecentes por la moral convencional, todo tipo de crímenes tipificados en el Código Penal y todo tipo de ideas y gestos tenidos por impropios de lo que hemos convenido en llamar a un ser humano civilizado. El señor de las tinieblas es una novela que Netflix nunca podría convertir en serie. HBO, para adaptarla, debería edulcorarla.

El arranque de la novela es espectacular. Pero es una espectacularidad siniestra, grosera, hiriente, a ratos poéticos, a ratos loca ya ratos repugnante. La primera escena fija ya las coordenadas literarias, existenciales y morales de toda la obra. Un niño juega desnudo junto a un arroyo, su padre le comunica que acaba de matar a su madre “a golpes de cola”, es decir, teniendo sexo, y el hijito, en vez de recriminar al padre su espantoso crimen , se excita y temple. A partir de ese giro en sus vidas, el padre decide montar una religión en torno a su joven hijo, el precioso y fabulosamente dotado Joe Market, a quien va exhibiendo desnudo en el sur de EEUU durante la década de los 50. Hasta aquí , el arranque. Que termina con el padre saliendo de escena. Entonces, la novela se convierte en una especie de vodevil brutalista, atrevido y nihilista, con enredos y miserias conyugales y una subtrama con drogas, todo ello en el contexto de los convulsos y contestatarios años 60.

Sin problemas de conciencia

Que el padre exhiba a su hijo desnudo significa, también, que, más allá de la retórica religiosa, lo ofrece tanto a hombres como a mujeres para que tengan sexo, mientras él también tiene sexo. "Tienes que ceder siempre a la tentación", dice el padre al hijo. “Así, después nunca tendrás problemas de conciencia”. Escribir cediendo a todas las tentaciones –la tentación de escandalizar, la de fastidiar, la de molestar, la de perturbar, la de transgredir– sin doblarse en ningún momento ante los dictados y apremios de la conciencia: así parece que va escribir Bennett la novela.

Una lista de los materiales y motivos argumentales con los que está hecha El señor de las tinieblas a la fuerza debería incluir: abusos sexuales de toda índole, un parricidio, todo tipo de pensamientos bestiales, actos de pedofilia, linchamientos, violencia de género, un abordaje sin filtros del conflicto racial (sin filtros significa que las ideas hegemónicas y los prejuicios racistas interiorizados por víctimas y victimarios son tratados al igual que los crímenes del racismo), homosexualidad y homofobia, masculinidad y machismo, la pobreza endémica de los afroamericanos, la guerra (Vietnam), idolatrías y competitividades fálicas diversas... Bennett trabaja con todo ello, pero lo más importante es que trabaja frontalmente, con soltura naturalista, sin tabúes ni juicios. El resultado es una novela poderosísima, que genera fascinación y repugnancia, escrita con una prosa fuerte, precisa y rápida, muy bien traducida por Ferran Ràfols Gesa. Todo ello hace pensar en lo que pudo escribir Louis-Ferdinand Céline si, en lugar de ser un francés odiosamente antisemita, hubiera sido un negro estadounidense tan furiosamente agravado que ya nada ni nadie le importara.

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