El privilegio de asistir a un encuentro histórico e irrepetible
Barcelona"Estoy un poco impresionado, espero no quedarme paralizado por la mitomanía, con estos cuatro héroes de mi vida". Así comenzaba, el miércoles, la sesión inaugural del festival Kosmopolis, que reunía a cuatro invitados que, como dijo la directora del CCCB, Judit Carrera, "han marcado la historia universal del cómic". Normal que el presentador del acto, Jordi Costa, se confesara nervioso antes de empezar la charla con los artistas Art Spiegelman, Charles Burns y Chris Ware y con Françoise Mouly, directora de arte de The New Yorker desde hace treinta años. (Sí, la revista que hace esas cubiertas ilustradas tan alucinantes.) Jordi Costa no era el único impresionado de la sala: las entradas volaron en cuanto se pusieron a la venta, había mucha expectación y se notaba cierta emoción en el ambiente. Lo cierto es que tuve la sensación de ser una privilegiada, de vivir un momento especial. Costaba creer que esos cuatro talentos estuvieran sentados, juntos, frente a nosotros, y fueron recibidos (y despedidos) con grandes aplausos. Chris Ware tendrá un recuerdo para siempre, porque sacó la cámara y se puso a hacer un vídeo del público. No sé si sería un encuentro excepcional, para ellos, en el sentido de que parecía que se trataran regularmente; estaban contentos y relajados. Transmitían una admiración muy grande de unos por otros, y esta quizás fue una de las cosas más bonitas de la noche: ver cómo se hablaban y comprobar el respeto que se tienen. Hacia el final de la charla, cuando comentaban que crear puede ser duro, un Chris Ware emocionado le decía a Spiegelman que le dolía oír que para el autor de Maus podía ser un sufrimiento. "Me inspiraste toda la vida", le dijo Ware, y le salió tan de dentro, casi como si fuera la primera vez, que debo confesar que me emocioné.
El nexo de unión entre los cuatro es la revista fundacional del cómic de vanguardia que crearon Spiegelman y Mouly en 1980, y que centró buena parte de la conversación. Spiegelman pensaba que sólo harían un número, pero duró más de una década, y es un referente indiscutible y transformador del mundo del cómic. Hacían un buen tándem: Spiegelman en la parte más "artístico-creativa" y Mouly en la producción. La francesa recordaba con una sonrisa la máquina que aprendió a manejar para poder imprimir la revista, y cómo iba de librería en librería dejando ejemplares de la revista. Fueron creciendo con nuevos artistas, no sólo estadounidenses, y salió a la conversación Mariscal. "El único dibujante de cómics que he conocido que no parecía deprimido", dijo Spiegelman. Charles Burns, llegado a Nueva York desde Filadelfia, vio el primer número de Raw y le pareció que quizá tendrían sitio para él. Vio la dirección a la que debían llevarse los originales, que estaba a dos calles, y lo recibió el propio Spiegelman, "enfadado de haber ido a abrir la puerta", recuerda Burns. "Pero me desenfadé en cuanto vi su obra", añade el autor de Maus. Por su parte, Ware había descubierto Raw entre revistas pornográficas, y quedó impresionado: "Me simularon que los cómics pueden expresar toda la condición humana". Años más tarde, recibió la llamada de Spiegelman y Mouly para publicar en ella. Habríamos podido pasarnos toda la noche escuchando historias como aquella y siguiendo una conversación que sólo tuvo una limitación: cuando Jordi Costa les pidió que comentaran la "situación algo problemática" de Estados Unidos. Mouly y Spegelman protestaron: "¡No nos hagas hablar de Trump, estamos de vacaciones!"