"Deberías haber pasado una guerra". ¿No se lo han dicho nunca? La frase la repetían los abuelos. Los padres de mi generación ya no lo hemos utilizado, claro. Ni mucho menos los más jóvenes. No sabemos la suerte que hemos tenido de vivir en paz (y en democracia). El nuestro no ha sido ni es un mundo perfecto, pero hay de mucho peores. ¿Lo dejaremos mejor de cómo lo recibimos? Eso ya es otra cosa. O quizá sea la gran cuestión.
Todas estas preguntas flotan en la atmósfera densa y bella del inclasificable libro El món interior (Proa), de Francesc Serés, subtitulado Una història europea. No es una obra de historia ni son unas memorias, hay mucho presente, mucha guerra, mucha amistad y mucha memoria, sí. Podría ser una historia de ficción, pero es real. Él mismo es el protagonista y narrador, sale su familia, su infancia, su mundo actual en Berlín y Graz, rodeado de rusos (Daixa, su mujer, lo es), de ucranianos refugiados y de europeos de otras muchas nacionalidades. Fraternales y suspicaces. Un friso de la pluralidad, de la convivencia a pesar de todo posible.
Ante la Europa cada vez más atemorizada, mezquina y agrietada, ante el auge de la ultraderecha y el cierre de fronteras, ante el sentido de decadencia y la falta de horizontes, Serés nos sumerge en la intimidad de unos cuántos europeos de carne y hueso, concretos y reales, que anhelan vivir en libertad, que no renuncian a la curiosidad de conocer al otro, que se ayudan y se intentan entender. De su mano, mira al pasado con respeto y sin juicios morales, sin querer aleccionarnos. Sólo, sólo, quiere seducirnos. Son, los suyos, unos personajes que sin hacer grandes cosas se hacen querer y respetar. La aventura de la mayoría es haber sido forzados a irse de casa, de su país. Dejar atrás a familiares y amigos. Tener que adoptar otra lengua y cultura. Así se ha forjado y se sigue forjando Europa.
A diferencia de quienes le rodean, empujados a huir, Serés ha dejado atrás a Saidí, los Monegros y Cataluña por voluntad propia. A la raya de los 50 años, en medio de un presente convulso, siente la necesidad de mirar al pasado propio y colectivo: esta investigación es la que da cuerpo a la narración. Un día le cae en sus manos un viejo álbum de una familia alemana teñida de nazismo. Vendrán más. Se obsede. Cuando, puntualmente, vuelve a casa a visitar a sus padres, el viaje en realidad le lleva más allá, tanto a su infancia de la Transición como a los tiempos de la Guerra Civil y el franquismo. Pasado y presente se funden. Porque a la vez, en Berlín, la realidad de la guerra de Rusia contra Ucrania es muy cercana. Él hace de voluntario ayudando a refugiados en la cocina de un hotel abandonado, "un agotamiento agradecido", "un sufrimiento de segunda mano". Lava platos junto a un nigeriano y un iraquí. Hace amistad, les da voz.
Es como si, en busca de una historia, de un álbum familiar definitivo que le ayude a entender Alemania y Europa, de un recuerdo de Saidí que le cuente de dónde viene y qué tipo de europeo es realmente él o de un presente tangible y convulso que lo atrape, encontrara sencillamente la humanidad contradictoria de mujeres y hombres empujados por la propia e imperativa vitalidad en medio del temporal permanente de la Historia. Se zambulle en las sombras del pasado y en los latidos de quienes le rodean, hurga en sus identidades, les acompaña en la cotidianidad, les sonríe, les escucha.
Al no ser un ensayo, no hay conclusiones. Al no ser una novela, no hay final. La vida sigue. La Historia es un presente continuo. ¿Hacia dónde va Europa? ¿Qué será de todos nosotros? ¿Cuántas guerras más deberemos pasar? Los Balcanes, Ucrania, Palestina (también es una guerra nuestra, aunque nos lo neguemos). Como dice Serés, "sin la guerra, este libro no sería posible. Si hubiera ido a verla de más cerca, tampoco". Ante la muerte omnipresente en los campos de batalla y en las ciudades inocentes, "¿todo el amor perdido, no correspondido, olvidado, todo ese trauma, cuánto pesa, cuánto vale, cómo olvidarlo? No lo sé". ¿Quién está venciendo a la eterna batalla humana, el odio o el amor?