¿Por qué mataste a tu hermano, Pere?
El escritor Iñaki Rubio revisa el caso del último condenado a muerte en Andorra, acusado de fratricidio
Andorra la ViejaNi en el cementerio de la parroquia de Canillo ni en el de Andorra la Vella queda rastro de los últimos Areny. Ninguna lápida señala donde fueron enterrados los hermanos que protagonizaron uno de los hechos más dramáticos y oscuros del siglo XX en Andorra. Incluso la imponente casa donde sucedieron los hechos, construida sobre las rocas de Canillo, con ventanas que han sobrevivido cinco siglos de historia y por donde entraba toda la fuerza del viento en días de tormenta, ha sido silenciada: estuvo cerrada hasta hace poco más de un par de años. La historia oficial explica que la noche del 31 al 1 de agosto de 1943, Pere Areny Aleix, que dormía en la misma cama que su hermano mayor, Antoni Areny Baró, cogió una escopeta, cargada con balines y que guardaban en la habitación, y le disparó en la cabeza. Antoni tenía 56 años, y Pere, 29. El juicio se hizo en la Casa de la Vall, sin abogados ni posibilidad de defensa, y Pere Areny fue condenado a muerte por el Tribunal de Cortes. Murió fusilado el 18 de octubre de 1943. Fue el último condenado a muerte en Andorra. “Siempre se ha explicado que había matado premeditadamente a su hermano porque quería ser el heredero, y he encontrado información que lo pone en cuestión; Pere tenía una enfermedad mental”, dice el escritor y profesor Iñaki Rubio, que se adentra en este capítulo oscuro de la historia andorrana en el libro Morts, qui us ha mort? Crònica de dos crims: l’últim condemnat a mort d’Andorra (Comanegra).
Rubio es de Barcelona pero de pequeño veraneaba en Andorra y ahora vive ahí desde hace años. La historia de este fratricidio siempre le había fascinado, sobre todo desde que en el Palau de Gel se pasó el documental Pena capital, dirigido por Jorge Cebrián. Tuvo muy poco público: “Los padres y abuelos decían que no se tenía que ir, ninguno de los que fue era de Canillo”, recuerda Rubio. El escritor se adentró de pleno en la historia: pidió un año de excedencia y vendió el coche y una cámara de fotografiar para poder tener tiempo para entender y explicar qué pasó. “Era muy fácil hacer un reportaje o una crónica negra o de aventuras, porque España vivía la posguerra, Europa la Segunda Guerra Mundial, y los nazis se paseaban por Andorra, pero lo que quería hacer era humanizar a Pere”, dice. Rubio consiguió acceder al sumario gracias a la ayuda de la familia de la madre de Pere, porque tienen una copia. Es el único, aparte de los descendentes, que lo ha visto, porque no se hará público hasta 2043. De ahí saca muchos de los detalles que ayudan a entender qué pasó aquellos dos meses de 1943. “He podido leer el interrogatorio y él dice que no quiere ser el heredero; además, él ya era heredero de las tierras de su madre, el móvil se deshace”, detalla Rubio.
Hay otro elemento, sin embargo, que da muchas pistas: la casa, a pocos kilómetros de Ransol, un pueblo donde entonces vivían cuatro familias. Cuando Rubio fue ahí, antes de las reformas que empezaron en 2018 para convertirla en un acogedor alojamiento turístico, todavía se veían las manchas de sangre, medio borradas a base de rozar, en la pared del dormitorio del último piso. Sin agua corriente ni electricidad, con antorchas de madera colocadas en orificios en la pared para dar luz y, en el suelo, un fuego para dar un poco de calor, la vida en esta casa aislada debía ser durísima.
A través de la literatura, Rubio consigue que el lector entre en la casa tal y como era hace 78 años, y sea testigo de cómo era la vida de estos cuatro hermanos, todos ellos solteros. La hermana más pequeña, Àngela, y la única superviviente después del homicidio, sufría muchos problemas mentales y, muertos los hermanos, la ingresaron en un frenopático de Barcelona. A Pere todo el mundo le exigía un comportamiento que no podía tener y se fue quedando solo y aislado, siempre menospreciado. “El problema era que no era normal y lo consideraron normal”, defiende el autor.
La soledad de los cuatro hermanos
Antònia, la hermana mayor e hija de la misma madre que Antoni, se tuvo que hacer cargo de los hermanos y se fue quedando también sola, sin la posibilidad de tener una vida, hasta que murió, poco más de un año antes del asesinato. La víctima, el heredero, era un hombre fuerte, de cuello grueso y manos gordas, que se hacía respetar. En el primer piso de la casa hay un banco, al lado de la ventana, donde los vecinos explican que Pere y Àngela se sentaban a menudo y, cuando alguien que ensartaba el camino que pasaba cerca les saludaba, huían a salto de mata. “Pere era un enfermo mental que hizo un disparate, y lo que pasó es vergonzoso para el país y la sociedad andorrana. Espero que el libro invite a hacerse preguntas. Nosotros estamos muy agradecidos a Iñaki”, destaca Jordi Costa, descendente de la familia de la madre de Pere. “No hubo ninguna garantía de nada, simplemente se aplicó aquello de quien la hace la paga”, añade. Costa recuerda que su madrina explicaba que el día que fusilaron a Pere el silencio era muy denso y angustioso: “Cuando dijeron si alguien quería decir algo en favor del reo, el silencio se podía cortar con un cuchillo”.
Aquel 18 de octubre el pueblo siguió las pasas de Pere, como si fueran una comitiva fúnebre, hasta la plaza donde cinco policías andorranos le dispararon. Todos tenían las escopetas cargadas y no hubo ningún disparo de gracia. Tenía que estar un sexto policía que se negó a hacerlo, Pere Canturri. Era uno de los agentes más jóvenes del cuerpo de la policía. “He querido reivindicar también a Pere Canturri. Entrevisté a su hijo, un año antes de que muriera; siempre quiso demostrar que su padre había renunciado, pero cuando encontré el documento, él ya había muerto”. Aquel 1943, Andorra, sin ejército, apenas estrenaba el cuerpo de policía, formado por seis agentes. Se cumplió exactamente el ceremonial fijado en un libro antiguo que recoge los usos y costumbres establecidas desde la época medieval. “Se aplicó quien la hace la paga y no se supieron buscar recursos”, concluye Rubio.