Rodrigo Cuevas: Rodrigo Cuevas: "Los acosadores ahora temen que se les pierda el miedo"
Músico. Publica el disco 'Manual de romería' y actúa en la Feria Mediterránea de Manresa
BarcelonaRodrigo Cuevas (Oviedo, 1985) es una revolución en constante movimiento. Empapado de tradiciones populares que inserta en una nueva música popular moderna y ancestral a la vez, este agitador folclórico queer pasa de una cima como el disco Manual de cortejo (2019), producido con el barcelonés Refree, a otra cima como Manual de romería (El Cohete-Sony, 2023), un álbum producido con el puertorriqueño Eduardo Cabra (ex Calle 13), que celebra con naturalidad el amor, el deseo, la lengua asturiana, la tradición oral, los instrumentos de cuerda pulsada y un buen bombo de tecno. Rodrigo Cuevas actúa el 7 de octubre en la Feri Mediterrània de Manresa, con las entradas agotadas hace tiempo.
Necesitamos un Manual de romería como antes necesitábamos uno Manual de cortejo?
— Creo que sí. Siempre están bien los manuales, porque la gente llega perdidísima a los sitios.
Es como si tuvieras un propósito didáctico.
— Quizá no es tan didáctico, sino más bien de cronista oficial, y lo que voy aprendiendo, lo escribo.
A diferencia de Manual de cortejo, en este disco hay menos crónicas de personajes. No hay un Rambalín, una Tarabica, una Meruxina…
— Es cierto que hay menos crónicas de personajes. Ahora casi soy el cronista de mí mismo, porque en las letras que escribo ahora en vez de contar la vida de los demás cuento la mía. Me estoy haciendo mayor.
¿Y te sientes a gusto?
— Sí, sí.
Tengo la impresión de que en este disco cantas mejor que nunca.
— Será la madurez, también. Me estoy haciendo viejo. Es que en cuatro años cambia mucho a una persona.
¿Y notas el cambio?
— Sí, sí que lo noto. En todo: en el cuerpo, en la voz, en las maneras de ver las cosas.
¿Más relajado o más enfadado?
— No, más enfadado no; más relajado, sí.
Artísticamente, qué cosas de Manual de cortejo querías evolucionar, y ¿con cuáles querías romper?
— Manual de cortejo quizás era más oscuro, más nocturno, más introspectivo, y aquí quería ir por el camino contrario, hacer algo más diurno, más festivo, más celebrativo.
Curiosamente, en los conciertos la sensación estética que transmites es la contraria: ahora sales vestido de negro, como si estuvieras en una rave de techno, y antes eras más folclórico, con más colores.
— Sí, antes era más folclórico, es verdad. En el directo también me gusta este concepto de la verbena que pasa después de las romerías, que es como muy nocturna, muy glamurosa y muy de orquesta.
Las entradas para tus conciertos se agotan enseguida. ¿Te preocupa estar a la altura de las expectativas que generas?
— No me gustan mucho las expectativas, porque son la madre de las decepciones. Por tanto, no soy demasiado amante de las expectativas; cuando estoy haciendo un disco, creo que son una de las peores compañías. Tus expectativas, las de los demás, la presión del tiempo y del dinero que cuesta hacer un disco, todo eso no favorece la creatividad.
Cuando apareciste era muy interesante cómo combinabas el activismo queer y el componente político con la música y la escena. ¿En algún momento temiste que la parte más activista o más política se comiera la artística?
— No, nunca me dio miedo. Creo que a la inversa: hace que la visión del personaje sea más completa y le da otras capas de lectura.
Cómo se te ocurrió implicar a Eduardo Cabra en la producción del disco. Supongo que hubo un choque cultural interesante cuando visitó Asturias. En una entrevista en Mondo Sonoro, comentas, por ejemplo, que él en Puerto Rico no tiene la cultura de la leña y el fuego, y que pasó bastante frío.
— Eduardo ha viajado muchísimo y sabe lo que es el frío. Lo que ocurre es que el frío en Asturias… Una amiga polaca dice que nunca pasó tanto frío como cuando vino a Asturias. En Polonia no pasan frío porque están abrigados, porque tienen sus casas bien aisladas. En cambio, en las casas tradicionales asturianas se pasa muy frío. Mi casa es una casa tradicional y hace frío. Aquí sí que creo que el choque fue gordo, porque cuando Eduardo viene a Europa seguramente siempre va a un sitio con calefacción.
Artísticamente, ¿qué buscabas en la producción de Eduardo?
— Me apetecía generar una tensión artística entre una propuesta más local incluso que en el anterior disco, porque la mayoría de las letras hablan de cosas muy ultralocales, y la visión de un productor que fuera de seis mil kilómetros de distancia y que prácticamente no supiera dónde estaba Asturias.
De todas formas, él sí que tiene contacto con otras tradiciones folclóricas, que en el fondo son lenguajes que se pueden aprender rápidamente.
— Exactamente, son lenguajes que tienen muchas cosas en común.
Hay una corriente imparable en los últimos años: músicos jóvenes de todas partes que se relacionan sin complejos, a la vez que respetuosamente, con músicas tradicionales.
— Han pasado dos cosas: se han dejado de despreciar las músicas tradicionales y se ha abierto un camino desde un respeto más real. Se ha empezado a perder ese respeto que más que respeto era miedo. Es una relación mucho más sana, la del respeto que la del miedo. Y estamos en ese camino.
En el disco hay una canción contra el acoso, Dime, rayo verde, que tiene versos muy potentes, como que amar es el verbo de los valientes.
— Siempre hay algún acosador. Lo que hace falta es que la sociedad sea cada vez más empática y que esté más alerta a todas estas cosas.
Justamente ahora que hay gobiernos autonómicos y municipales del PP y Vox que…
— … El matonismo. Bien, creo que estos son los últimos coletazos de una gente que ve el final de su mundo, que sienten como una pérdida de libertad que señalemos al acosador. Siempre fueron acosadores, y ahora temen que se les pierda el miedo.
Cuando estudiaste en la Esmuc, ¿en qué barrio de Barcelona vivías?
— Pues un año en el Poble-sec, otro en el Poblenou y después en el Gòtic.
¿Qué te aportó Barcelona?
— Barcelona me aportó el bullicio, el barullo y la sensación de que las cosas se pueden hacer desde la autogestión. Aquí hay una gran organización social y parece que cualquier cosa puede hacerse, que cualquier cosa es real. No lo sé ahora, porque viví hace quince años, pero se podían hacer cosas que para mí eran impensables en Oviedo, donde yo vivía. Y ahora, claro, me doy cuenta de que sí pueden hacerse. Si ahora compro un teatro es porque vi todas esas cosas que pasaban en Barcelona. Seguramente, después las seguí viendo en otros sitios, pero el clic que me hizo ver todo esto fue vivir en Barcelona.
El día 7 de octubre estarás en Manresa, en la Fira Mediterrània. Has actuado también en Tradicionàrius, en Fira Tárrega, en el Festival (a)phónica de Banyoles, en el Grec, en el Cruïlla... ¿Te sientes bien tratado, en Catalunya?
— Sí, en Catalunya siempre me han tratado muy bien, la verdad. De hecho, este espectáculo lo estrené en Banyoles.
¿Cómo conociste a Javier Ruiz Pérez, el pintor que ha hecho la portada del disco?
— Es tremendo. Pedro Aires, que es un amigo que trabaja en Sony, me dijo. “Tienes que ver a este hombre, y tiene que hacerte la portada porque es maravilloso, te encantará”. Y sí, me encantó. Además, conocía mi música y enseguida llegamos a un acuerdo.
¿Y la colaboración con iLe surge a través de su hermano, Eduardo Cabra?
— De hecho, no. A iLe la seguía desde hace muchos años y de repente me escribió por Instagram: “Oye, Rodrigo, soy una artista puertorriqueña y me gustaría conocerte y que hicieras una colaboración conmigo”. Le dije que precisamente iría a Puerto Rico a trabajar con Eduardo, y ella no sabía nada. ¡Increíble! Fue una conexión puertorriqueña total. Grabé en su disco y después ella me hizo de cicerone por la isla, me llevó a conocer el folclore, y a janguear, como dicen ellos, a salir a divertirnos. Una vez allí le dije que me gustaría que estuviera en Más animal.
De tu estancia en Puerto Rico, ¿salen algunos instrumentos que hay en el disco?
— Todo lo que no toco yo está tocado allí por músicos de Puerto Rico. El cuatro venezolano, el tres, la jarana jarocha... Hay un guitarrista que toca todos estos instrumentos de cuerda pulsada. Y en la canción Casares, lo que suena que parecen tambores son unos panderos que tienen allí, que los llaman panderos de plena, como el ritmo.
¿Fue fácil de asimilar, verdad?
— Es que en las tradiciones enseguida encuentras puntos en común. Fue fácil.
Por cierto, ¿Cómo ye?! es todo un himno del verano.
— En Asturias sí ha sido un poco la canción del verano. Hablo un poco de lo que es la vida en Piloña, el Piloña way of life, el savoir faire piloñés.
Vives en un entorno rural que ni permaneces ni demonizas, sino que transmites tu vida en Piloña con total naturalidad.
— Intento no caer en ninguna de las dos cosas. Me gusta tomarme la vida con serenidad.
Y desde allí, en la canción Valse, dices que "el mar es una horterada, que tienen la costa estropeada". ¿Por la especulación turística?
— Sí, un poco por todo esto, por el turismo… Es que me parece una horterada el concepto de irte de 15 días a la playa. Digo: “No sabes la cantidad de cosas que puedo ver desde aquí; no veo el mar, pero te veo a ti”. Es que al final esta gente que paga millones por tener unas vistas al mar... Que sí, que está muy bien, pero es más guay vivir en un lugar donde tengas una persona guay a tu alrededor que estar en tu chalet, encerrado, que no conoces a nadie, enfadado con la vida... y cuando vienen tus amigos les dices: “Mirad las vistas del mar”. Pues vale. Es muy hortera todo esto.