¿Qué queda de la Segunda República?
El 1931 se intentó empoderar a mujeres y trabajadores, pero el nuevo estado tuvo una vida efímera
Con el auge de la extrema derecha no han dejado de surgir planteamientos revisionistas que hablan de la Segunda República como un cúmulo de decisiones erróneas adoptadas por políticos inexpertos. Los discursos franquistas y neofranquistes han atribuido siempre un carácter sectario y radical a la legislación republicana y afirman que quiso modernizar la sociedad española de manera demasiado apresurada. "En realidad, sin embargo, la Segunda República quiso dar respuesta a una sociedad que hacía tiempo que reclamaba una modernización –defiende el profesor de historia del derecho de la UPF, Alfons Aragoneses–. Y no fue ninguna excepción radical sino que estaba dentro de las corrientes modernizadoras de Austria, Francia o Checoslovaquia". La ley del divorcio, por ejemplo, ayudó a normalizar situaciones de separación que ya existían y las mujeres ganaron unos derechos que reivindicaban desde hacía al menos dos décadas.
La reforma del Estado no se limitó a un cambio de forma de gobierno, sino que fue mucho más allá de convertirse en una república: creó unas instituciones e inició un proceso que perseguía la democratización de la política y la sociedad. De hecho, se definió como la república democrática de trabajadores de todas las clases y se quiso empoderar a mujeres y trabajadores. Su vida, sin embargo, fue efímera y aquella democracia también tuvo sus imperfecciones. Ahora que se cumplen 90 años de la proclamación de la Segunda República, ¿qué queda de todos aquellos valores?
Ni madres ni hijos discriminados
Ley del divorcio, matrimonio civil e igualdad de derechos
Con la Constitución de 1931 se prohibieron los privilegios jurídicos por motivos de filiación, sexo, clase social, riqueza, ideas políticas o creencias religiosas. La Segunda República consideraba que, en el matrimonio, hombres y mujeres tenían los mismos derechos, reconocía el divorcio, establecía la igualdad de derechos para hijos nacidos fuera o dentro del matrimonio y preveía la investigación de la paternidad. Además, prohibía cualquier declaración sobre la legitimidad o ilegitimidad de los nacimientos ni sobre el estado civil de los padres en el Registro Civil. "El Código Civil anterior [de 1889] sometía a la mujer a la autoridad del marido, que, a su vez, era su representante en los negocios jurídicos. Además, se consideraba el asesinato de una mujer por motivos de honor como una atenuante", dice Aragoneses.
Los cambios en el entorno de la legislación que tenían que ver con la familia fueron muy importantes: "Lo fueron porque se incidió mucho en las políticas de igualdad. Se perseguía la emancipación de la mujer, puesto que hasta aquel momento la esfera doméstica estaba dominada por la Iglesia", dice Rubén Pérez, historiador e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidad NOVA de Lisboa.
Con la Segunda República ser hijo de madre soltera dejó de ser un estigma e, incluso, hubo un intento de Matilde Huici, la única mujer de la Comisión Jurídica Asesora y una de las tres diputadas de las Cortes Republicanas, de regular la investigación de la paternidad también en casos de aborto o infanticidio, porque solo se castigaba a la madre y el padre eludía cualquier responsabilidad. Todo ello gustaba tan poco a los franquistas que lo cambiaron incluso antes de ganar la Guerra Civil.
En la década de los treinta ya había un importante movimiento feminista y también diferentes iniciativas para proporcionar una educación a las mujeres: "Los cambios que intentaron modernizar los arquetipos de género fueron muy rápidos –explica Carlota Sánchez, investigadora y profesora de la UB especializada en temas de género–. Con la Transición todo fue más lento y se tuvo que luchar durante más tiempo por el derecho al aborto, por ejemplo, porque arrastrábamos un rol del franquismo del cual todavía costaba deshacerse". Aun así, añade Sánchez, en la Segunda República era raro decir que eras feminista: "Las ideas feministas solo llegaban a una minoría, pero con la democracia están más socializadas".
Jurados populares y mixtos
Intentos de depuración del cuerpo judicial y mujeres en los tribunales
"Con la Segunda República se inició una tímida depuración de la justicia, porque había muchos jueces reaccionarios que no respetaban los principios constitucionales de 1931, lo cual no se hizo a los años 70 con la Transición, ni tampoco después", dice Aragoneses. La mayoría de reformas judiciales se encontraron con el escollo de unos jueces que entendían el derecho de forma conservadora y reaccionaria, y todo ello planteaba problemas. "La ruptura con el pasado topó con unos tribunales que vaciaban de contenido y frenaban cualquier iniciativa", detalla Pérez.
Pocos meses después de la Segunda República ya se inició una tímida depuración del órgano judicial y se envió una circular invitando a los jueces que estuvieran descontentos con la Segunda República a jubilarse a cambio de una buena pensión, pero la iniciativa no tuvo mucho éxito. Después del intento de golpe de estado del general Sanjurjo el agosto del 1932, se aprobó una ley de depuración judicial, pero tuvo un impacto mínimo: "Era muy difícil demostrar que los jueces habían tenido alguna relación con los golpistas", precisa Pérez. Se iniciaron importantes reformas en las relaciones laborales y se establecieron nuevas secciones y salas de temática laboral en los tribunales. "Se restauró la figura del tribunal popular y, en según qué casos, estos tribunales tenían que tener también una presencia de mujeres", afirma Pérez.
La revolución de los maestros
Clases en catalán y desaparición de la religión del currículum
Uno de los aspectos en que más se intentó innovar fue con la educación. Con el decreto sobre la lengua del 29 de abril del 1931, se defendía el derecho a ser instruido en la lengua materna. Al acabar el bachillerato, el alumnado tenía que dominar las lenguas catalana y castellana. Se aprobó también un nuevo plan de estudios de formación de los futuros maestros, se estableció la coeducación y la religión dejaba de formar parte del currículum formativo. Pedagógicamente y culturalmente la formación de los profesores se hizo mucho más sólida. La Constitución republicana también dejaba claro que la enseñanza tenía que ser laica y se tenía que inspirar en ideales de solidaridad humana. La circular de la dirección general sobre la aplicación del artículo 48 de la Constitución republicana era muy clara: "La escuela, sobre todo, tiene que respetar la conciencia del niño. No puede ser ni dogmática ni sectaria". Se prohibieron las escuelas religiosas. Sobre todo, sin embargo, se hizo un gran esfuerzo para construir escuelas y renovar la pedagogía a través de iniciativas como la Escuela Normal de la Generalitat o el Instituto -Escuela.
¿Somos herederos de la Segunda República?
Con la Transición las depuraciones no fueron tan radicales
"El franquismo es un agujero negro que se lo tragó a pesar de que aniquiló las reformas, la cultura política y jurídica y el movimiento obrero y republicano –reflexiona Pérez–. Con la Transición se intentaron recuperar algunos elementos, como la descentralización territorial, los derechos de las mujeres o las relaciones laborales, pero la separación de la Iglesia y el estado se hizo de manera mucho más temorosa".
La Segunda República tuvo una vida efímera y tuvo en contra a aquellos que tradicionalmente siempre habían tenido el poder: "Se introdujo por primera vez la democracia liberal. Ya no mandaron los de siempre, sino que entraron sectores que siempre habían sido excluidos del poder, y romper con el sentido patrimonial del poder generó un gran impacto", explica el historiador Manel Risques. La vida de la Segunda República, sin embargo, fue muy corta y la democracia que intentó instaurar también tuvo muchas imperfecciones.
Con la Transición se priorizó recuperar la democracia, los derechos y las libertades, y avanzar hacia el estado del bienestar, y no restablecer las instituciones republicanas. "La monarquía de 1978 no tiene nada que ver con la de antes de la Segunda República", matiza Risques. Ahora bien, la radicalidad de la Segunda República a la hora de depurar cuerpos no fue la misma que la de 1978. "No hay depuración ni de los cuerpos judiciales ni de la policía. Pero esto ya no es cosa de la Transición, sino de los gobiernos que han venido después", concluye Risques.