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Crítica teatral

'Muerte de un comediante': el teatro como brújula y refugio

Guillem Clua firma una emotiva declaración de amor en el teatro protagonizada por Jordi Bosch

Una escena de 'Muerte de un comediante'
31/03/2025
2 min
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Muerte de un comediante Autor: Guillem Clua

  • Dirección: Josep Maria Mestres
  • Intérpretes: Jordi Bosch, Mercè Pons y Francesc Marginet

Nadie quiere ser un perdedor. Y Willy Loman lo fue. Pero no es por eso que Francesc Cardona, este actor jubilado con ciertos problemas de identidad que revive a los personajes interpretados a lo largo de su carrera, no puede ni oír hablar de Muerte de un viajante, la obra mayúscula de Arthur Miller. "Ni mencionarla, pues", le dice Miranda, la sobrina, al joven Adri. Es una entre otras muchas normas si quiere trabajar como cuidador de su tío.

El porqué de la maldición de Loman no lo conoceremos hasta la parte final de esta emotiva declaración de amor en el teatro de Guillem Clua. Y qué mejor para hacerlo que en el cuerpo y la dicción de un gran actor y de un conjunto de grandes fragmentos del teatro universal, desde Esquilo hasta Pirandello pasando por Shakespeare, Chéjov o Rostand. Uno greatest hits que brinda al protagonista, el espléndidamente histriónico Jordi Bosch, una serie de grandes momentos para lucirse con la exquisita poesía de Edipo, la melancolía de Próspero, la furia de Oberon, la resignación de Sonia o las bellas palabras de Cyrano para Rosaura. El teatro se erige, pues, como la brújula y el refugio de una mente alterada, no sólo por la edad sino por hechos anteriores inconfesables.

Muerte de un comediante es una comedia para reír, como queda bien patente en los primeros compases con un Jordi Bosch desatado. En cualquier caso, una comedia sobre una poderosa relación fraternal y sobre la difícil aceptación de uno mismo, en la que el autor juega a la confusión de identidades sin obviar las constantes de su obra como la homosexualidad y la fuerza de los sentimientos.

Josep Maria Mestres ha dirigido dos de los éxitos de Guillem Clua (La golondrina y Justicia), y en esta obra vuelve a sobresalir con el ritmo preciso y con la definición de los personajes al servicio siempre de un texto con referentes muy locales (Teatro Arnau, Josep Maria Flotats, TNC, la Cruz de Sant Jordi) y también con la apuesta, en la parte final, por una solución del enigma algo enrevesada. Como actor veterano con una gran expresividad corporal que explota su indudable vis cómica, Jordi Bosch puede pasar de la cólera a la cordialidad, del entusiasmo a la tristeza, de la ilusión a la frustración. El actor está muy bien secundado por los dos esparrings (Mercè Pons y Francesc Marginet) en un eficaz espacio realista de Joan Sabaté. En definitiva, es una divertida lección de teatro como refugio emocional.

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