Un último baño de masas del Barça para cerrar un fin de semana perfecto
Al día siguiente de un desplazamiento masivo a Bilbao, el equipo de Giráldez celebra su tercera Champions femenina en la plaza Sant Jaume de Barcelona
Bilbao - BarcelonaUn viaje de ocho horas por carretera siempre se hace de mejor humor después de una victoria. Claro que eso no lo podía saber nadie a medianoche del viernes, cuando los 1.400 aficionados que se iban a Bilbao con el programa FCB Desplazamientos subían a la veintena de autocares que había estacionados alrededor del Camp Nou. Nunca en la historia el equipo femenino había logrado un desplazamiento tan masivo como el de este fin de semana en Bilbao. Y los dioses del fútbol compensaron a los aficionados volviendo a casa con la preciada Champions.
Después de una jornada mágica, el sábado en San Mamés, todo el mundo deshacía el camino este domingo. También las jugadoras, que se iban a la plaza Sant Jaume de Barcelona para regalarse un último baño de masas mientras ofrecían el título a la Generalitat y al Ayuntamiento. "Estamos muy contentas de estar aquí un año más y de volver a llevarla a casa", decía Aitana, la encargada de romper el muro del OL con el primer gol. "Gracias a todo el que viajó, ya los que no pudieron pero lo vivieron desde casa o plaza Catalunya. Continuaremos haciendo historia el próximo año y las siguientes", añadía Alexia, que el sábado celebraba su renovación anotando el segundo gol , que cerraba el partido.
Si en el césped levantaban los cuatro dedos al viento, en la plaza aparecen los cuatro títulos de un año irrepetible, en los que se han coronado campeonas de todo: Liga, Copa, Supercopa y, evidentemente, la Champions. Con gafas de sol, cara de haber alargado la celebración por la noche pero con una sonrisa de orgullo indisimulable, las jugadoras llegaban a pie a la fiesta y desataban la euforia de una afición a la que tampoco se le acababan las pilas. No quiso perdérselo el presidente Joan Laporta, ni los pesos pesados de una directiva que ha encontrado refugio en los éxitos del femenino.
Una afición incondicional
Hasta 40.000 aficionados se trasladaron para ver la final. A diferencia de Budapest, Turín o Eindhoven, Bilbao era un viaje mucho más asequible para los culés. La mayoría acudieron en coche, unos 2.000 en autocar (entre los que organizó el club y los que montaron las peñas por su cuenta) y el resto en avión. El alojamiento estaba por las nubes y algunos optaron por fórmulas imaginativas, por ejemplo hacer noche en Pamplona. Era un fin de semana ideal para realizar turismo –azulgrana y gastronómico– con la excusa del fútbol.
Ha cambiado la fisonomía de la afición. Las mujeres han subido al carro. En Bilbao eran mayoría. También en las camisetas, donde las jugadoras ganaban por goleada. Quien lo hubiera dicho, hace sólo una década, cuando el Barça, que debutaba en la Champions, daba por bueno caer eliminado en los octavos de final. Entonces era un premio, ahora es un objetivo realista. Descarados y desacomplejados, los que viajaban no tenían miedo a perder, y su optimismo contrastaba con el mensaje de prudencia de muchos analistas, periodistas o del propio club.
Crónica de un viaje en autocar que nadie olvidará
Pero, por mayor motivación entre los que viajaban en autocar, el camino hasta Bilbao se hizo largo. El público, en su mayoría joven, hacía manos y mangas para encontrar la posición y dormir un rato. Que los asientos sean mucho más cómodos que años atrás no significa que sean mágicos. Al final, quien más quien menos pudo romper el sueño, aunque fuera para cargar baterías y aguantar un día largo y lleno de emociones.
Después de un paro técnico a las cuatro de la madrugada en Zaragoza, en el que más de un millar de barcelonistas colapsaron literalmente los lavabos del área de servicio, la afición llegaba a Bilbao alrededor de las ocho. Los bares del lado de San Mamés hicieron cajón por la mañana sirviendo desayunos sin cesar. Después volverían con las comidas. Encontrar mesa era casi una quimera, y los más espabilados, o bien habían encargado con antelación, o cogían el tren para ir a alguno de los pueblos de alrededor y disfrutar de la gastronomía vasca.
Había ganas de fútbol, había ganas de Barça, y la fan zone, situada en pulmón de Bilbao, a un cuarto de hora escaso del estadio, servía de reclamo perfecto. Actividades, música y buen humor. Y también una pantalla gigante para los cientos de aventureros que realizaron el viaje sin tener entrada y que necesitaban un lugar donde ver y cantar los goles de Aitana y Alexia.
San Mamés se preparaba para recibir a una marea azulgrana sin precedentes. Que una final vaya a estar en campo neutral es sólo una premisa. Aparte de las entradas que tocaban en cada uno de los clubs, la afición del Barça compró masivamente las neutrales que venía la UEFA por su cuenta. Vete a saber qué habría pasado si el equipo no llega a remontar en Stamford Bridge ante el Chelsea. Lo cierto es que mucho más de la mitad del estadio era culé. Esto quedó claro desde el minuto 1.
El Olympique de Lyon, ese fantasma que se había comido al Barça en las dos finales anteriores, ya no daba miedo. No es ningún mito, que la afición sea la jugadora número 12. Nadie paró de animar y los goles se celebraron con tanta fuerza que algo más y derrumba a San Mamés. La fiesta se prolongó después del partido con una vuelta de honor que nadie quería que terminara nunca. Y en el exterior del estadio, tres cuartos del mismo, haciendo la cervecita, el vinito y unos pinchos para llenar el estómago antes de subir el camino a casa. La vuelta en bus fue más dulce que incómoda. La Champions de Bilbao ha quedado para siempre en el libro de oro de la historia del Barça. Y seguramente no será la última.