Miquel Pucurull: "Corriendo tengo la muerte más lejos, hace treinta años que no estoy enfermo"
Decano de los atletas populares de Cataluña
Este domingo 20.000 personas corren el Maratón de Barcelona. Miquel Pucurull, 85 años, decano de los atletas populares de Catalunya, no participa porque ya no puede completarla en menos de seis horas, tiempo máximo que impone la organización. El Pucu –conocido, respetado y querido por los demás atletas– ha corrido 33 maratones en Barcelona (46 en todo el mundo) y más de un millar de carreras. Entró en la universidad con 65 años y con 40 empezó a correr. Corría 1979, el año de las primeras elecciones municipales, de la primera carrera de El Corte Inglés y del primer Maratón de Barcelona. Desde entonces, el domingo, las calles son de los atletas.
Este domingo es el Maratón de Barcelona. ¿Qué le dirías a quien quede último?
— Pues que tiene un mérito enorme quedar último en una prueba como esta. En serio, ¿eh? No me esperaba esa pregunta, también te lo digo. Pero tiene casi tanto mérito como ser el primero. Lo que sí pasará, fíjate bien, es que probablemente le aplaudirán más que al primero, porque el primero llega muy pronto, están los de la organización, los periodistas y poca gente más. En cambio, cuando llega el último hay muchísima gente, familiares y amigos de los últimos, y le aplaudirán más que a nadie.
¿Cuándo fue tu último Maratón de Barcelona?
— En 2018. Y me dieron el trofeo Ramon Oliu por ser el mayor de la prueba.
¿Lo corriste sabiendo que aquél sería tu último maratón?
— Sí, y hay una razón clara: en el Maratón de Barcelona dan seis horas para terminarlo. En 2018 ya hice 6 horas y 9 minutos, y la organización en esto es inflexible. El reglamento dice seis horas y quien lo acabe con más de seis horas debe correrlo por su cuenta. Esto no ocurre en todas partes; en Roma o en Londres dan siete horas, por ejemplo.
Quieres decir que si no hubiera ese límite de seis horas, ¿tú este domingo podrías correr el Maratón?
— ¿Con siete horas de margen? Seguro.
El maratón cubre una distancia de 42,195 km. Explícame las sensaciones de los últimos 195 metros, cuando ya ves la llegada, las Torres Venecianas de la avenida Maria Cristina.
— Uf, la llegada de cualquier maratón es algo difícil de contar. Siempre decimos que corremos treinta kilómetros con las piernas, diez kilómetros con la cabeza, dos con el corazón y los últimos 195 metros, llorando como magdalenas. La emoción es bárbara. O entras llorando en la meta o aguantándote por la emoción que supone acabar una prueba como ésta. Los abuelos que corremos tenemos mucha suerte, porque para la gente es algo especial ver a una persona mayor que trota. En ese sentido, yo me considero un afortunado.
Maratones aparte, ¿cuál es la última carrera que has realizado?
— Fue la Cursa de la Mercè, en septiembre. Pero también ocurre lo mismo, cada vez tienden a acortar más el tiempo, por lo que a los abuelos y abuelas nos cuesta mucho entrar dentro del reglamento.
Imagínate que alguien de los que este domingo hacen su primer maratón te encuentra y te pide un último consejo antes de salir.
— Mira, es muy frecuente que te digan: "Que tengas suerte". Yo nunca se lo diría a nadie, porque el maratón no es una cuestión de suerte, no es como jugar a las cartas. Si no estás preparado, vas a pringar. Lo que hago es decir: “¡Disfrútala! Y no pienses en los kilómetros que te faltan para terminarlo, sino en los que ya has hecho”.
¿Cómo se duerme la última noche antes del maratón?
— Mal. Sí, por supuesto. Por lo menos yo. El día que hice mi mejor tiempo –3 horas y 14 minutos–, que no es nada del otro mundo, no dormí en toda la noche. Fue en San Sebastián. Pasé la noche de la bañera a la cama. Me ponía en la bañera, con agua tibia, para relajarme y que me entrase el sueño. Pero no hubo modo de los nervios.
¿Qué harás este domingo en el Maratón?
— Estaré en el kilómetro 32, más o menos, de público. Lo hago cada año, desde que no lo corro. Voy a animar a los corredores, conocidos o no conocidos, porque a partir del kilómetro 30 la cosa se complica. Aplaudiendo, gritando, diciéndoles que van muy bien. Tengo la suerte de ser una persona respetada y amada, en este mundo del correr. Es lógico, porque a mí me ocurría lo mismo, cuando empecé a correr, con la gente mayor.
¿Por qué corres?
— He tenido diferentes épocas, en las que he corrido por un motivo o por otro. Ahora corro por mantenerme lo mejor posible físicamente, por no ser un estorbo para la familia. Llegará un momento en que seremos dependientes de la familia, de la Cruz Roja, de la Seguridad Social o de quien sea, pero quiero tener ese momento lo más lejos posible. Por eso corro. O corriño, como digo yo a lo que hago ahora.
¿Dirías que corres para que la muerte no te atrape?
— Hombre, me atrapará seguro, pero espero que tarde mucho. Me atrapará, seguro. Me siento físicamente bien. A veces me preguntan si pienso en la muerte. Todo el mundo piensa en ello y cuanto mayor te haces, más. Pero me pongo a trotar y veo que todavía me aguanto, que todavía lo veo lejos.
O sea, ¿corriendo tienes la sensación de que la muerte está más lejos?
— Sí, exacto. Absolutamente. En cambio, cuando empecé a correr lo hice para adelgazar, porque estaba muy gordo. Y ya no lo he dejado. Piensa que llevo treinta años sin estar en la cama, o más.
¿Cuándo fue la última vez que estuviste enfermo?
— Pues eso, hace treinta años. Una gripe, creo que era.
¿Y tú crees que esto tiene que ver con que corras todos los días?
— Absolutamente, absolutamente. He leído mucho sobre el tema: libros, artículos; he hablado con muchos médicos y está bastante claro que hacer ejercicio te reporta beneficios extraordinarios. Lo recomiendo a todo el mundo, a la edad que sea, pero especialmente cuando ya empiezas a ser mayorcito. Cuando yo empecé a correr, con cuarenta años, pesaba 84 kilos y en siete u ocho meses bajé hasta 72. De hecho, mi mujer empezó a correr porque vio cómo adelgazaba yo.
Con Felicitat, tu mujer, ¿cuántos años lleváis juntos?
— Pues, mira, el año pasado cumplimos 60 años de casados, pero nos conocimos cuatro o cinco años antes. 65 años juntos.
Eso sí es un maratón...
— ¡Ja, je, je!, esto es un ultramaratón.
Cuentas que en los maratones hay un muro hacia el kilómetro 30, que mucha gente no supera. ¿En pareja hay un muro también? ¿En qué año está situado?
— Por supuesto que hay muros. Pero se superan. Que a ambos nos haya gustado correr nos ha unido mucho.
O sea, ¿la pareja que corre junta se mantiene junta?
— Pues te digo que sí. Es una afición común que tienes. Pero fíjate que nunca hemos corrido juntos. Fuimos al Maratón de Nueva York, pero cada uno iba a su ritmo. Ahora tampoco. Ella se va a trotar al Parc de l'Escorxador y yo me voy a la Diagonal. Salimos a la misma hora, pero uno va hacia aquí y el otro va hacia allá.
¿Pero por qué no vais juntos?
— Porque el ritmo es diferente y así pasamos al menos una horita separados, que tampoco duele.
¡Pues quizás tenemos que decir que la pareja que corre separada es la que se mantiene junta!
— Ja, ja, ja!, quizás sí. A nosotros nos ha unido mucho.
¿Tú te consideras un viejo, Miquel?
— Nooo. No quiero presumir, pero no. La sociedad sí me considera un anciano, pero yo no quiero serlo.
¿Qué es un viejo?
— Un viejo debe ser una persona que no puede hacer muchas cosas y que ve que su tiempo se acaba. Yo procuro estar activo. Estoy en las redes sociales, cuando me jubilé entré en la universidad a estudiar sociología, y esto me ha hecho estar al tanto de las cosas que pasan, me ha hecho estar en contacto con gente joven. Me ha ido muy bien y no me siento viejo, francamente. Volviendo al correr, cada vez voy más despacio, pero yo sigo corriñando una hora, cinco o seis días a la semana.
Hay una mujer en la Garrotxa, Maria Branyas, que tiene 117 años. ¿Te gustaría llegar ahí?
— Sí, por supuesto. ¿Sabes lo que pasa? Que tengas la edad que tengas, nunca quieres llegar a anciano. Siempre bromeo que me gustaría llegar a los 100 años. Y me gustaría. Si físicamente estoy bien, ¿por qué no?
¿Has pensado en el día que sea el último que puedas salir a correr?
— No he pensado en ello. Tampoco será de un día para otro, me imagino que será poco a poco. Pero mientras pueda, mientras no la palme, procuraré salir todos los días a corriñar.
¿Conoces a alguien mayor que tú, en Barcelona, en Catalunya, que corra todos los días?
— No. Mayor que yo, no.
¿Cuál es la última persona que ha nacido en tu familia?
— Una bisnieta. Una niña que vive en Andorra, porque el marido de mi nieta es andorrano. Tienen un niño que cumplirá seis años y la niña, que ahora cumplirá tres.
¿Qué mundo crees que le espera a esta bisnieta?
— Un mundo complicado.
Pero tú naciste en 1938, en plena Guerra Civil. En principio, te esperaba un mundo peor a ti que a tu bisnieta.
— Es verdad. Ella se encontrará con dificultades, seguro, por el trabajo y porque las cosas irán cambiando de tal modo que lo que ahora pueda imaginarme no tendrá nada que ver con lo que acabará pasando. Se encontrará con cosas impensables ahora. Por ejemplo, el asunto de la inteligencia artificial, que a mi mujer ya mí no nos hace mucha gracia. Pero me ha gustado lo que has dicho, que tampoco hay que llamar al mal tiempo, porque, efectivamente, yo nací en un momento muy jodido y, mira, pude salir adelante.
Lo que conocemos de ti es lo que has hecho en tus horas libres, que es correr. ¿Pero a qué te has dedicado?, ¿de qué has trabajado toda la vida?
— En esa época, a los doce años ya trabajabas. Yo empecé, con doce, en un laboratorio de productos químicos que hacían champú. En casa hacía falta dinero. Luego fui a hacer una prueba a otra empresa, que me habría dado más dinero, no me cogieron y llegué a casa llorando. Y entonces mi madre volvió a ponerme en la Escuela Industrial, hasta los catorce años. Con catorce, era aprendiz de sastrería y éste fue mi oficio: sastre. En la mili era el sastre de la compañía. No me ganaba nada la vida, ya tenía novia, queríamos casarnos y pegué un giro: empecé a hacer de comercial y eso es lo que me permitió situarme económicamente.
¿Cuál es el último capricho que te has permitido?
— Un chucho de crema de una pastelería que hay aquí abajo, que son buenísimos. Los he descubierto hace poco y cada domingo me como un chucho.
Las dos últimas son iguales para todos. ¿Sabes alguna canción de El Último de la Fila?
— Mira, como sabía que me lo preguntarías, lo he estado mirando, pero no te diré ninguna. Yo soy de la época de Antonio Machín o de Lluís Llach. De Machín, todas las que quieras, me las sé todas. Machín era un fenómeno. Recuerdo haberlo visto en el Teatre Victòria, él solo durante dos horas, a rebosar, bofetadas para entrar. Bailábamos Machín con mi mujer; Angelitos negros, por ejemplo.
Las últimas palabras son las tuyas. Termina como quieras.
Me ha gustado mucho que hayas querido entrevistarme porque, cuando se tiene una edad, hacer cosas y que alguien se acuerde de ti, que alguien piense que tú modestamente puedes contribuir a algo, llena muchísimo. Y lo digo muy en serio. Cuando tienes años que haya algún proyecto es vital.
Miquel Pucurull nos recibe en su casa, en un octavo piso de la Esquerra de l'Eixample, junto a Sants. En la mesita, dos gafas, dos diarios –ARA y La Vanguardia – y dos libros – Confeti , de Jordi Puntí, y Tots els contes , de Maria Barbal–. Por la casa corren dos gatos: a uno ni le veremos el pelo y el otro sólo asomará la cabeza por detrás de la tele cuando se le empiece a hacer larga la entrevista. Felicitat, su mujer, ha salido a correr por el Parc de l'Escorxador y le ha dejado el encargo a Miquel que nos ofreciera café, agua, coca-cola o lo que quisiéramos. Y resulta que no queremos nada. “¿Qué, tienes mucho trabajo?”, nos pregunta él al principio y al final del encuentro. Lo interpreto como una forma de preguntarnos si nos van bien las cosas. Para varias generaciones, tener mucho trabajo ha sido sinónimo de felicidad.