Ojalá me pueda comer este artículo con patatas
Aunque no sea agradable decirlo, es evidente que la vuelta al Camp Nou será bastante más tarde que en noviembre, la fecha inicialmente prometida por la junta de Joan Laporta. El retraso en la ejecución del proyecto es notable y las últimas informaciones apuntan a que será alrededor de Semana Santa. De hecho, algunas de las empresas que tienen contratadas –y pagadas– lonjas VIP han pedido cómo estaba el tema y la respuesta obtenida del club era que habría que esperar hasta abril.
Esta noticia no es agradable porque no es agradable jugar al exilio. No conozco a nadie que diga que está cómodo en Montjuïc. Ni siquiera el Ayuntamiento, que cobra un alquiler pero que no puede explotar el Estadi Olímpic para realizar conciertos y teme que las principales productoras se olviden de Barcelona. Los jugadores es evidente que echan de menos el calor de la afición. Un estadio olímpico puede tunearse y habilitarse para jugar partidos, evidentemente, pero nunca podrá reproducir las condiciones de un coliseo diseñado y pensado para el fútbol. Los hinchas están más lejos y no ven el partido igual de bien. Por no hablar de que llegar hasta el campo se hace pesado, sobre todo si se compara con la facilidad de ir al Camp Nou, donde te llevaban diferentes líneas de bus y tenías tres paradas de metro a la vuelta de la esquina.
La junta tiene prisa por volver. De entrada, porque se comprometió a un exilio temporal y tiene la sensación de que ha faltado a la promesa. También existe el condicionante económico, ya que se escapan 100 millones por temporada por el mero hecho de no estar en el Camp Nou, y podemos discutir sobre los 1.500 millones del proyecto, de la elección de Limak, poner la lupa en las condiciones laborales de los trabajadores y hablar de las molestias ocasionadas a los vecinos y cómo el Ayuntamiento, así en general, ha remate en contra limitando los horarios de construcción. Ahora bien, informar de que las obras van con retraso no implica necesariamente criticar a la directiva. Es sencillamente explicar la situación. Nada menos. De hecho, me niego a cargar toda la culpa del retraso en el equipo directivo. Son cosas que ocurren en una obra de esa envergadura. Cuando el Barça explicó el proyecto, hace año y medio, los expertos ya advirtieron de que 18 meses era un plazo extremadamente ajustado y les parecía difícil poder cumplirlo. Desgraciadamente, así ha sido.
Laporta y los suyos mantienen en público que el regreso será antes. Un discurso que puede llegar a comprenderse, aunque se aleja de la realidad. Es una manera de apresurar a los operarios, de evitar que se relajen. Quien más quien menos ha hecho obras en casa y sabe perfectamente que a los albañiles o les pones una fecha límite o no hay forma de que acaben el trabajo. Claro que no hablamos de un aseo o de una cocina, sino de un estadio en el que entrarán más de 60.000 personas de golpe.
Los trabajadores van tan rápido como pueden. En su interior trabajan las 24 horas del día. Ahora bien, queda mucho trabajo por hacer. Tanto de construcción como de burocracia para dar el visto bueno de seguridad y reabrir el Camp Nou. Ojalá el regreso sea antes de lo que pensamos y pueda comerme con patatas esta columna de opinión. Pero temo mucho que no será así.