La modelo italiana, hija de un magnate del petróleo, vino a Barcelona huyendo de la presión del sector y de la familia. Aquí conectó con la Gauche Divine, se enamoró de Xavier Corbetó y creó una colección de joyas para Tiffany & Co. En ese retrato de 1971, Bernad la fotografió humana, no divina. Sin maquillaje, con Josep Bohigas, hijo del arquitecto Oriol Bohigas.
De Rodoreda a Espriu: las sonrisas eternas que capturó Antoni Bernad
Un libro recoge las memorias del fotógrafo, historias increíbles de cinco décadas tras la cámara
BarcelonaCuando la cámara de Antoni Bernad ha hablado, es como si hubiera pasado un ángel. Se ha producido la magia, algo ha transformado etéreamente la realidad, siempre tan subjetiva. Antoni Bernad actúa sobre nosotros como un mago seductor. Primero te envuelve con una capa de estrambóticos halagos y cuando te tiene desarmado, desnudo, hace el clic. Entonces emerge el ángel que a todos nos acompaña, el instante esencial e íntimo que cargamos escondido, el tesoro oculto que a menudo ni siquiera sabemos que guardamos. Muchas de las sonrisas que verá en este reportaje son robadas, son arrancadas con la varita fotográfica de un artista con un don: la de la simpatía provocadora.
Hemos elegido las sonrisas. También podríamos habernos dejado encantar por las miradas perdidas, por los miedos, por las soledades. Pero las sonrisas predominan en el universo del fotógrafo y del hombre, y con ellos celebramos la alegría de vivir que tanto define a Antoni Bernad, capaz de captar la belleza en cada gesto, en cada envoltorio, en cada conocimiento. Su cámara, su ojo, es la extensión de un corazón que late libre y curioso, juguetón y desinhibido. Indiscreto, así es como ve en nosotros cosas invisibles. Así es como juega, hasta enjaularnos en una espontánea imagen eterna.
Antoni Bernad ama la fotografía tanto como ama la vida, tanto como ama a sus amigos y amigas, los que están y los que ya se han ido: Beth Galí, Antoni Llena, Laura Ponte, Oriol Bohigas, Elsa Peretti, Antoni Tàpies, Gae Aulenti, Maye Maier, Ricard Bofill, Miu... sus personajes, se han convertido fácilmente en personas cercanas, relaciones de larga duración. Nunca deja a nadie indiferente. Es un ángel, alguien que anda unos centímetros elevado, que se mueve en una dimensión desconocida. Está y no está. Nos sobrevuela, nos libera, nos incomoda. Y al fin y al cabo nos humaniza.
¿Se puede contar, una fotografía, una obra de arte? Antoni Bernad lleva años compartiendo oralmente, con humor, las historias increíbles de cinco décadas tras la cámara (1960-2010) como fotógrafo de moda y retratista, anécdotas suculentas que revelan su innata capacidad de provocar y fijar miradas y momentos que nos trascienden. Ahora por fin las ha recogido en un libro publicado por Blume, unas memorias que reúnen más de 200 imágenes, buena parte comentadas, toda una continuidad de expresión genuina, con el cine como gran referente inspirador: "Mis fotos son más deudoras de impresiones recibidas del cine que de la moda", dice. Todo un esfuerzo sutil por perseguir interioridades siempre escápulas.
En el prólogo de la obra, el artista y compañero inseparable Antoni Llena habla de los tres elementos que dan carácter a la fotografía de Antoni Bernad: "Variedad, naturalidad y gusto", elementos con los que ha sabido esquivar la fácil "atracción morbosa" de toda actividad creadora cuando uno se deja llevar por . estereotipados y falsas sensualidades. Y el historiador del arte Josep Casamartina ve en la obra del fotógrafo una "elegancia y discreción" que no siempre es exactamente lo que esperaban revistas como Vogue, Vanity Fair, Marie Claire, Elle y tantas otras para las que ha trabajado.
He aquí, pues, un Antoni Bernad que revela al gran público las circunstancias y azares que rodearon algunas de sus fotografías icónicas.
Hija de un aristócrata francés y de una modelo británica, fue la mano derecha del diseñador Yves Saint Laurent. A principios de los 70 —de cuándo data esta foto— mantuvo una relación amorosa con el arquitecto Ricard Bofill, que entonces triunfaba en París. La foto está tomada en el Jazz Colón de Barcelona. "En un arrebato de euforia estimulada por el alcohol, la musa se quitó la blusa blanca que llevaba y dejó los senos al aire". Bofill y ella terminaron en comisaría.
Bernad pudo fotografiar a la escritora gracias al editor Josep M. Castellet: "Me rogó que la tratara con cuidado porque, además de sensible, era muy arisca". Dos horas después de la visita, Castellet telefoneó "hecho una fiera". La escritora le había llamado alterada para decirle que habían ido a retratarla "un par de tontos" y que se hiciera cargo del material fotográfico y lo quemara. Al final, Rodoreda vio las imágenes y se disculpó. "Utilizó mis fotos hasta su muerte".
La foto era para la revista italiana L'Uomo Vogue. En la sesión fotográfica, en los jardines de la Zarzuela, todo lo que pedía Bernad debía ser aprobado por dos militares que iban asintiendo con la cabeza. Todo muy rígido: "Dejé virgen la última foto del carrete y, de forma repentina y eufórica, exclamé: «¡Señor, hemos terminado!» Entonces, los 18 años de aquel joven le traicionaron. Liberado de la obligación impuesta, dio un bote y disparé la foto. Nunca me había aburrido tanto haciendo un retrato".
Tina Labrador, divertida, sobre una bicicleta en Barcelona en 1968.
"Dije a Espriu que me gustaría captarle una sonrisa: hizo un gran esfuerzo por complacerme, pero, en vez de una sonrisa, me ofreció una expresión de sufrimiento que mi cámara captó". La foto es de 1978, en la Casa Fuster de Barcelona, donde vivía el poeta.
El escritor en Barcelona en 1980.
La imagen de la directora de arte y modelo mallorquina y el estilista italiano de alta costura fue captada por Bernad en 1998 en Roma.
La pareja de arquitectos, elegantes e impecables en el vestir, en una imagen de 1987.
La modelo Laura Ponte en una foto de 1999 de homenaje a Picasso. Bernad también ha incluido en el libro una imagen de Ponte de homenaje a Gala Dalí, también de 1999. Y una tercera foto de ella, más informal, de 2002, dentro de un avión.
La foto se tomó en el lujoso apartamento que el pintor inglés tenía en París. En un rincón diminuto del inmueble había un pedazo de embutido colgado de un clavo y unos calzoncillos extendidos de un cordel. Bernad lo aprovechó "para perfilar al personaje en clave erótica": "La luz tamizada del cielo parisino me permitió captar, sin sombras, su mirada transparente, una mirada que el reflejo de dos ventanales en los cristales de sus gafas redondas potenció aún más".
Bernad trabó amistad con la arquitecta italiana Gae Aulenti. Junto con Oriol Bohigas, Antoni Llena y Beth Galí, muchos veranos Aulenti les invitó a la casa de campo que tenía en Gubbio, donde por la mañana leía La Repubblica y les ponía deberes para el debate de la noche. Durante la cena, Aulenti sólo bebía whisky. "No soportaba la impostura y valoraba por encima de todo la naturalidad. Vestía austeramente, pero con elegancia".
Cuando, tal y como habían quedado, Antoni Bernad y Antoni Llena fueron por la mañana a la masía de Llofriu donde vivía, Pla todavía dormía. Había pasado la noche escribiendo. Al anochecer, al volver, seguía con el pantalón de pijama y los bofetones. "Cuando terminamos la sesión nos dijo algo que hasta entonces nadie nos había dicho: «Vuelvan cuando quieran, me han hecho una gran compañía»".
La historiadora del arte estadounidense Barbara Rose pidió a Bernad una foto de Tàpies en su estudio para Vogue, revista que tenía nada menos que Irving Penn como referente. Bajo presión, con la complicidad de Antoni Llena, Bernad pidió a Tàpies que pusiera un pie en el cubo de pintura negra y dejara una huella en el suelo: "Estaba temeroso de mi propio atrevimiento, pero él se lo cogió con entusiasmo y vi que se lo pasaba bien".