Adiós a la crisis que ha enfrentado a economistas y bancos centrales
La época de precios disparados ha sido el epílogo de la cóvido y se agravó con la guerra en Ucrania
BarcelonaLa decisión este jueves del Banco Central Europeo (BCE) de recortar los tipos de interés llega menos de dos años después de la primera subida, en julio del 2022. La crisis de precios que ha afectado al conjunto de las economías avanzadas –sobre todo las europeas– se ha alargado más de tres años y los responsables del organismo monetario consideran que ha llegado el momento de aflojar y volver a abaratar el crédito ante unas condiciones que ya no son como las de hace dos veranos: los precios s han moderado en todas partes y el crecimiento en buena parte del continente es casi inexistente.
Los precios en la zona euro, como en el resto del mundo, empezaron a subir en el 2021 con la reapertura gradual de la economía después de un año con restricciones en todo el mundo por la pandemia. La reapertura comportó escasez de materias primas y cuellos de botella en las cadenas de suministro de la industria. Fueron meses en los que, por ejemplo, fabricantes de coches como Seat tuvieron que detener la producción porque no tenían suficientes chips. En ese contexto, la Reserva Federal (la Fed, el banco central estadounidense) ya empezó a hablar de posibles subidas de los tipos de interés, pero no las aprobó hasta marzo del 2022, días después de que Rusia invadiera Ucrania.
La guerra en Ucrania fue el catalizador de una segunda ola inflacionaria que impactó de lleno a los países del centro y este de Europa, exportadores de productos industriales que dependían del suministro barato de gas natural y petróleo rusos. Así, mientras se solucionaban los problemas en las cadenas industriales y la llegada de materias primas, se encareció la energía.
Además, tanto Rusia como Ucrania se encuentran entre los principales exportadores de cereales y fertilizantes, lo que, unos meses más tarde, tuvo efectos directos también sobre el precio de los alimentos. En verano de 2022, pues, la inflación en Europa alcanzó tasas anuales superiores al 10% (en países como Estonia superó el 20%), unas cifras inéditas desde las crisis del petróleo de los años 70 y 80. Actualmente se encuentra en el 2,6% de media en los países del euro, mucho más cerca del 2% que marca al BCE como objetivo.
En aquel contexto, aunque la economía europea no estaba recuperada del todo de la sacudida de la cóvida, el BCE siguió el camino marcado por la Fed e incrementó el precio del dinero medio punto en julio del 2022. durante un año, tanto el banco central estadounidense como el europeo fueron aprobando incrementos hasta llegar al último, en septiembre de 2023, cuando el BCE dejó los tipos básicos en el 4,5%. Entre marzo de 2016 y las subidas de 2022, los tipos en la zona euro habían sido del 0%.
La respuesta de la Fed y del BCE fue la misma y la que marcan los manuales de economía tradicionales: si hay inflación, los bancos centrales deben subir los tipos de interés, que son lo que cobran a los bancos comerciales para prestarles dinero. Un aumento de los tipos básicos obliga a los bancos a incrementar también lo que cobran a los clientes, por lo que el crédito se acaba encareciendo para todos. Esto significa que empresas y familias tienen más difícil pedir hipotecas y préstamos para consumir o invertir, por lo que la actividad económica desciende y, de rebote, los precios.
Críticas a la política de los bancos centrales
Ahora bien, existen economistas –los más intervencionistas– que ponen en duda que la solución de los incrementos de tipos sea la más adecuada, porque impacta la banda de la demanda de la economía (consumo e inversión), cuando en realidad la inflación tiene la raíz en el lado de la oferta (suministro y escasez de materias primas, energía y bienes intermedios). Durante las inflaciones de hace más cuarenta años, las subidas de sueldos eran la principal causa de las escaladas de precios, pero en el episodio actual los costes salariales se han mantenido estables de media, según ha confirmado este mismo jueves la presidenta del BCE , Christine Lagarde.
El ganador del Nobel Paul Krugman lleva meses argumentando que no solo había que bajar los tipos en la zona euro, sino también en EEUU. "Es muy difícil de justificar [mantener los tipos altos], la inflación ha terminado", dijo en el canal Yahoo Finance. En una línea similar, Claudia Sahm, economista que había trabajado en la Fed y creadora de un indicador para predecir recesiones, se mostró contraria desde el primer momento a las subidas de tipos a ambos lados del Atlántico al considerar que afectan negativamente el empleo y limitan el crecimiento económico.
En un sentido parecido se ha pronunciado la profesora de la Universidad de Massachusetts y asesora del gobierno alemán Isabella Weber, que recibió todo tipo de descalificaciones (Krugman tuvo que pedir disculpas por tachar de "verdaderamente estúpido" un artículo de Weber en Guardian) por haber propuesto que los gobiernos deberían aprobar controles de precios sobre algunos bienes, porque la inflación no sólo era fruto de problemas de suministro y del encarecimiento de los costes empresariales, sino también de un aumento de los márgenes de beneficios de grandes empresas, una hipótesis corroborada con datos por el propio BCE.
Según estos economistas, la moderación de la inflación en el último año tendría poco que ver con las subidas de tipos y estaría motivada, sobre todo, por la caída de los precios de la energía tras el pico del 2022, la reapertura de las exportaciones de grano ucraniano y la normalización de las cadenas de producción industrial y logísticas una vez pasada la recuperación pospandemia. A su juicio, los tipos altos sólo habrían servido para encarecer el crédito a familias y empresas y ralentizar la actividad económica. Y los bancos, que han disparado las ganancias, habrían sido los grandes beneficiados de la política del BCE.