Un Discurso de la Reina sin la reina por primera vez desde 1963

La ausencia de Isabel II en la apertura del año parlamentario británico anuncia el fin de una era

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El príncipe Carles, príncipe de Gales, lee el discurso de la reina a la Cámara de los Lords, durante la apertura estatal del Parlamento  a la Cámara de los Lords al Palacio de Westminster el 10 de mayo de 2022 en Londres, Inglaterra.

LondresPompa, circunstancias y una cierta sensación de momento irrepetible. Solo un trono, el que habitualmente usa el consorte, ligeramente más bajo que el de la monarca. Un Discurso de la Reina sin la presencia de Isabel II por primera vez desde 1963. El príncipe Carlos, actuando en funciones de su madre y con ademán de rey in pectore, le ha prestado la voz para leer el nuevo programa legislativo del gobierno de Boris Johnson. Todo sin precedentes. También la corona, encima de una mesita de terciopelo, cerca de Carlos pero sin tocarla. El futuro rey, en la sala de espera.

El acto de apertura del año parlamentario que ha tenido lugar este mediodía en el Palacio de Westminster ha sido un ensayo general de los tiempos que vendrán y del relevo al que tiene que hacer frente la monarquía británica, tarde o temprano. Quizás el enorme andamio que rodea las casas del Parlament y que, literalmente, sostiene el palacio y evita el derrumbe es una metáfora de todo, de la renovación inevitable y en marcha de la Corona. Una institución que, a pesar de todo, y de acuerdo con las encuestas más recientes, continúa recibiendo el apoyo mayoritario de la población (61%). Un apoyo que, cuando se analizan los datos por edades, por preferencias políticas e incluso por si se votó Brexit o no, queda más matizado.

La gran relevancia política de algunas de las leyes presentadas –como las de carácter económico, para hacer frente a una inflación disparada, la más alta en tres décadas, o sobre el protocolo de Irlanda del Norte y otros epígonos del Brexit– ha quedado eclipsada por la mencionada ausencia de la reina, circunstancia que prepara a los británicos para el fin de una era.

La tradicional y sobrecargada ceremonia del llamado Queen's Speech dio un vuelco el lunes por la tarde, como no había pasado nunca, cuando el Palacio de Buckingham anunció que Isabel II no asistiría por "episódicos problemas de movilidad". En las otras dos ocasiones en que la reina no pudo leer el discurso, en 1959 y en 1963 –las dos porque esperaba un bebé–, fue el lord chancellor de entonces quien ocupó su lugar, lo mismo que había pasado en la época de la reina Victoria. Pero, esta vez, por expreso deseo de Isabel II, la soberana rehizo las órdenes habituales para que Carlos pudiera representarla hoy.

Si habitualmente el enunciado del discurso, que escribe el gobierno, no tiene más relevancia política que ser una declaración de intenciones en medio de una gran ostentación y de un trompeteo ruidoso –si bien con posterioridad hay un debate en la Cámara de los comunes–, las promesas del ejecutivo de Johnson para este 2022 han tenido, de momento, una significación menor. Y no porque no sean urgentes los problemas a los que hace frente el país ni cómo Downing Street piensa resolverlos, sino porque la verdadera protagonista del acto no estaba ahí.

La gran pregunta implícita

Así, la pregunta implícita que todo el mundo se ha hecho no es cómo Johnson resolverá los problemas de las clases más populares para pagar la factura de la luz o del gas, sino cuál es el estado de salud de una mujer que acaba de hacer 96 años y que en febrero celebró los setenta de reinado. Una mujer, Isabel II, que en los últimos meses ha reducido cada vez más la actividad pública –sobre todo desde la muerte de su marido, el duque de Edimburgo, el año pasado– y que la semana pasada comunicó, a través de Palacio, que tampoco asistiría a las tradicionales fiestas de primavera de los jardines reales, que se volverán a celebrar después de la pandemia.

El coche que lleva la corona de la reina Isabel británica saliendo del Palacio de Buckingham para la apertura estatal del Parlamento en el Palacio de Westminster.

La fragilidad cada vez más evidente de la monarca llega cuando el Reino Unido se prepara para celebrar, del 2 al 5 de junio, las fiestas del Jubileo de Platino por los setenta años de reinado. Y el debate ahora no es si monarquía o república –aquí no hay dudas, porque el establishment político y mediático está de acuerdo en el mantenimiento de la institución–, sino sobre cómo tiene que asistir la monarca a los actos, en unas circunstancias sorprendentemente parecidas a las que vivió la reina Victoria para el Jubileo de Diamantes de 1897. Igual que la actual titular de la Corona, cuando the widow of Windsor, como llamaban a Victoria, celebró el sexagésimo aniversario en el trono también tenía una salud muy débil, quizás todavía más que Isabel II. En su caso, fueron las caderas artríticas las que la dejaron prácticamente inmóvil a los 76 años.

Así que, debido a los problemas de movilidad de Isabel II, y para facilitarle la máxima comodidad, su majestad no utilizará la carroza de oro de ocho caballos con que se tendría que abrir la procesión del jubileo el próximo mes, sino que se desplazará en coche hasta la catedral de Sant Paul, donde tendrá lugar el servicio de acción de gracias previsto y entrará por un lugar mucho más accesible que la escalinata principal –que tiene una veintena de escalones–: la Great West Door.

Que la reina no haya participado en el acto de hoy se tiene que leer, pues, como una medida de precaución impuesta por sus médicos ante los días que vienen, bastante emotivos y llenos de significación para gran parte del país. Y que haya sido Carlos quien la haya sustituido, con órdenes de última hora, también es una muestra de que la monarca todavía maneja los hilos de su destino y, más importante, los de la monarquía.

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