Las minas de carbón alemanas que no paran de tragarse pueblos

Vecinos y activistas son los únicos que luchan para frenarlo, a pesar de que la nueva coalición de gobierno dice que quiere dejar el lignito en 2030

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La planta de carbón de RWE Weisweiler, cerca de Inden, Alemania, el febrero de este año.

Lützerah (Alemania)En el pequeño pueblo de Lützerah, en la región alemana de Renania, las zarzas se han comido las aceras, las calles y la parada de autobús. Las farolas no se encienden, las puertas y las ventanas de las casas están tapiadas y, durante la campaña de los comicios federales de Alemania de septiembre, no se vieron ni carteles electorales. Ya no había ningún voto en juego: en el censo no consta nadie. Todos los vecinos se han visto obligados a irse y vender su casa a la RWA, la empresa explotadora de las minas de carbón que, a pesar del apagón del carbón previsto en el país para 2038 (y que el nuevo gobierno federal pretende avanzar al 2030), no para de crecer y tragarse municipios, campos y bosques que tienen la mala suerte de estar sobre toneladas y toneladas de lignito.

La mina que avanza hacia el municipio de Lützerah mide unos 48 km² a cielo abierto y ya se ha comido una docena de pueblos. Está previsto que se zampe cinco más. Junto con otras excavaciones de la zona, como la de Hambach —hace unos 44 km² y está planificado que llegue a los 85 km²—, se calcula que desde la Segunda Guerra Mundial se han tragado una treintena y ha desplazado a unas 40.000 personas. "Nuestros padres y abuelos, si veían que la mina avanzaba hacia su casa, daban por hecho que tenían que irse y no se quejaban, pero hace años que esto se ha acabado", dice el campesino Eckhart Heukamp, el único vecino de Lützerah que no abandona la villa a pesar de la orden de desalojo.

Hace semanas que las máquinas demoledoras tendrían que haber entrado en el pueblo, pero se han topado con activistas de toda Alemania que han ocupado las casas y los bosques contiguos. Heukamp les ayuda con lo que puede y les suministra agua y electricidad para su campamento. Muchos viven en un entramado de casetas de madera que se han construido arriba de los árboles para cuando la policía venga a desalojarles. "Podemos estarnos unos cuántos días sin tener que bajar al suelo, tenemos mucha comida y las casas están interconectadas con puentes y cuerdas", dice uno de los portavoces del campamento, que prefiere mantenerse en el anonimato. Algunos de estos activistas ya lucharon contra la deforestación del 10% del bosque de Hambach que quedaba y consiguieron salvarlo.

La lucha vecinal también ha logrado pequeñas victorias. "No tenemos muchos recursos, pero hacemos lo que podemos. Por ejemplo, donde está previsto que crezca la mina, compramos pequeños terrenos y después nos negamos a venderlos y los llevamos a los tribunales. Esto les asusta y, a veces, cambian el trazado", explica Andreas Cichy, miembro de la asociación El derecho humano por encima del derecho de la minería y uno de los vecinos de Wanlo que evitó que su pueblo desapareciera.

"Lo hunden todo, no dejan nada. Casas, cementerios, iglesias centenarias, etc. Es horroroso y a mí me pone muy triste. Me he implicado mucho con la lucha, tanto que incluso me ha costado el matrimonio; mi marido es incapaz de entender que no lo abandone y esté dispuesta a pasar por todo esto", añade Elisabeth Hoffmann-Heinen, otra vecina afectada.

Quien no se preocupó mucho es Sven Kaumanns, que está "muy feliz" de haberse mudado a los pueblos nuevos que se están construyendo a pocos kilómetros de los viejos para los vecinos que han tenido que irse de casa. Ha pasado de vivir en Borschemich a Neu Borschemich. "Es verdad que ahí tenemos muchos recuerdos, pero ya nadie arreglaba nada porque veían que se acercaba el final y todo estaba dejado y abandonado", dice Kaumanns, que solo se queja de la indemnización de la RWA. "Nos prometieron estas casas, pero la mayoría nos hemos tenido que hipotecar para pagar una parte importante".

En la nueva villa no hay ninguna tienda, ni centro cívico, bar o restaurante. Parece una urbanización de alta categoría a medio construir: hay cañerías y cables a cuerpo descubierto, muchos andamios y terrenos vacíos, calles sin asfaltar y aceras sin enladrillar, árboles delgados acabados de plantar y más furgonetas de fontaneras y jardineros que coches particulares. Sí que llegaron, claro, los carteles electorales. "Las calles llevan los mismos nombres que en el pueblo viejo, como si quisieran imitarlo, pero todo es completamente diferente, muy artificial y chabacano", critica Hoffmann-Heinen.

Demasiado uso del carbón

Alemania es el segundo consumidor más grande de lignito, después de Polonia, de la Unión Europea. Es el país que más emisiones de dióxido de carbono emite a la atmósfera de los 27 y más de una cuarta parte de la electricidad que genera proviene de las centrales térmicas de carbón.

De hecho, uno de los legados que deja Angela Merkel y que se le reprocha más, a pesar de que sentenció las nucleares, es el de no desplegar suficientemente la energía verde. "La situación en la que nos encontramos es el resultado de muchos años de políticas energéticas equivocadas de la SPD y la CDU. Ahora tenemos que expandir las renovables tan deprisa como sea posible", responde Dirk Jansen, experto en cambio climático de la Federación de Alemania para el Medio ambiente. Este año también hay que añadirle la crisis energética que atraviesa Europa, que dificulta que Alemania reduzca el uso del carbón y que la administración considere que no hay que seguir expandiendo las minas y haciendo desaparecer pueblos enteros.

Hasta 2038 no está programado que Alemania deje de generar energía a través del lignito, pero la nueva coalición de gobierno formada por el SPF, los Verdes y los liberales ha pactado avanzarlo al 2030. Cuando se pare la extracción de carbón, está previsto convertir las grandes minas a cielo abierto en lagos o rellenarlas con la tierra sobrante de las excavaciones y replantar zonas verdes y parques eólicos. Para cumplir este objetivo, la región de Renania recibirá 15.000 millones de euros extras del estado. "Creo que es una muy buena solución para el medio ambiente y para dar continuidad a los puestos de trabajo que se perderán con el final de las minas. Y pasaríamos de tener junto a casa agujeros negros gigantes que nos asedian a grandes zonas naturales", dice Andreas Cichy.

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