Oriente Próximo

Fútbol, petróleo y bolsa: cómo Arabia Saudí quiere hacerse un nuevo lugar en el mundo

Riad tiene un ambicioso plan para transformar la economía del reino para poner fin a su dependencia del petróleo

Ricard G. Samaranch
5 min
El El príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, en una cumbre de países del Golfo Pérsico y el Ásico central en Yida, en julio de este año.

BarcelonaLa Copa del Mundo de Catar de 2022 fue vivida de forma ambivalente en los palacios y platós de Arabia Saudí. Por un lado, no podían ignorar el orgullo compartido en todo el mundo árabe por haber alcanzado varios hitos históricos: el primer Mundial organizado por un país árabe, la llegada a semifinales de Marruecos, la propia victoria saudí ante Argentina... Por el otro, la alegría era limitada porque el principal beneficiado era Catar, su rival regional y al que sometió a un fallido bloqueo entre el 2017 y el 2021. La conclusión a la que llegó el príncipe heredero y hombre fuerte del régimen, Mohamed bin Salman, era que había que copiar la estrategia catarí, que también había aplicado la otra petromonarquía vecina, los Emiratos Árabes Unidos.

Desde entonces, los clubes de fútbol saudíes, siguiendo un plan diseñado por las más altas esferas del gobierno, han desatado una auténtica cacería de estrellas mundiales a partir de unas cifras salariales de vértigo. Es evidente que detrás de estos movimientos está la voluntad de blanquear, a través del deporte, la mala imagen de Arabia Saudí, un país percibido como ultraconservador y con un régimen tiránico. Pero el uso del deporte tiene unos objetivos que van más allá de una cuestión de reputación, y se enmarca en una estrategia más amplia de Riad, que quiere construir una nueva posición de futuro para el país en un mundo cambiante, y en la que el petróleo perderá su centralidad económica actual.

Un régimen tocado por el asesinato de Khashoggi

El brutal asesinato y descuartizamiento del disidente saudí Jamal Khashoggi en el consulado de Estambul en octubre de 2018 representó una gran mancha en la reputación del régimen saudí y sobre todo en la de Bin Salman. Durante los años siguientes, los principales líderes occidentales se negaron a reunirse con él, y, cuando era aspirante a la Casa Blanca, Joe Biden prometió castigar al régimen saudí convirtiéndolo en un "paria".

Sin embargo, los problemas de reputación de Arabia Saudí, sobre todo en Estados Unidos, no arrancaron con el asesinato del periodista, sino con los ataques del 11-S. El hecho de que 15 de los 19 terroristas fueran ciudadanos saudíes provocó un inaudito escrutinio del tradicional aliado de Washington, con incontables artículos sobre su visión retrógrada y radical del islam que habría dado alas a la ideología yihadista.

La diplomacia del balón

A grandes problemas, grandes soluciones, habrá pensado Bin Salman, que encontró parte de la solución en el fútbol, un deporte tan popular en Arabia Saudí como en el resto del mundo. Así fue cómo, gracias a los petrodólares, en el 2019 la Supercopa de Italia empezó a celebrarse en territorio saudí. Al año siguiente, y dos después del asesinato de Khashoggi, la Federación Española se añadiría a este sin sentido por más de 40 millones de euros.

Ahora bien, las cifras de locura no llegarían hasta días después del Mundial de Catar, cuando el portugués Cristiano Ronaldo firmaría por el club Al Nassr con un sueldo de cerca de 200 millones de euros al año. Otras estrellas mundiales han seguido sus pasos a cambio de unos salarios desorbitados: Neymar, Benzema o Mané. En total, este verano el mercado de fútbol saudí ha gastado cerca de 450 millones de euros. Una cantidad similar, 370 millones, es lo que le costó al país del Golfo comprar el Newcastle inglés en el 2021.

El golf y otros deportes

Como no todo el mundo comparte la pasión por el fútbol, los saudíes han invertido para convertirse también en un centro de atracción para la élite de otros deportes. En 2021 se celebró el primer Gran Premio de F1 en el país, y en enero se supo que el PIF, el fondo soberano saudí, ofreció unos 20.000 millones de euros para conseguir el control de Formula One Group, organizadores de la competición. Sin embargo, la oferta fue rechazada por sus propietarios, Liberty Media. Lo que sí han logrado es quedarse con el rally Dakar, y también se abre paso en el mundo del tenis.

Ahora bien, el movimiento que causó más revuelo fue el intento de crear una liga alternativa a la PGA Tour de golf, la liga de élite de EE.UU. En 2022, los organizadores llegaron a prohibir a diecisiete jugadores participar en torneos de la PGA por haberlo hecho en la liga saudí, percibida como una especie de opa hostil. El pasado 6 de junio, las dos ligas se fusionaron en lo que se interpretó como una gran victoria de Riad.

La Visión 2030, adiós al petróleo

El despliegue saudí en el mundo del deporte forma parte de la llamada Visión 2030, un ambicioso plan que tiene como objetivo transformar profundamente la economía del reino para poner fin a la su dependencia del petróleo. Además de desarrollar la economía del conocimiento, un pilar central del proyecto es promover el turismo con el objetivo de que pase a representar un 10% del PIB, frente al 3% actual. Y el turismo deportivo debe contribuir a ello de forma decisiva.

Para poder sostener el estado sin los ingresos del petróleo, que hoy constituyen cerca del 70% de los ingresos públicos, los fondos soberanos saudíes están comprando activos de multinacionales del mundo entero, muchas de ellas occidentales. El último ejemplo ha sido la adquisición del 9,9% de las acciones en bolsa de Telefónica por parte del PIF, con activos por valor de 600.000 millones de euros. Antes se había hecho, por ejemplo, con el 5% de la compañía de videojuegos Nintendo, y tiene un importante paquete de acciones en Boeing y en el banco Citigroup.

Una nueva potencia global

Durante buena parte de su corta historia, Arabia Saudí, fundada en 1932, ha jugado un papel subalterno en la escena internacional como estrecho aliado geoestratégico de Estados Unidos. A cambio de garantizar el suministro de petróleo, Riad se cobijaba bajo el paraguas de la seguridad del ejército más poderoso del mundo. Ahora bien, esto empezó a cambiar durante la administración Obama. Washington apoyó las llamadas Primaveras Árabes, una amenaza existencial para la autocracia de la dinastía Saud, y firmó un acuerdo nuclear con Teherán, su enemigo acérrimo.

Entonces, de la mano del joven Bin Salman, Riad optó por profundizar el alejamiento de Washington, y empezar a hacerse un nuevo lugar dentro de un orden internacional cambiante. Arabia Saudí tenía que aprender a sostenerse por sí misma, lo que implicaba potenciar su ejército y llevar a cabo una política exterior más independiente, con relaciones más estrechas con las nuevas potencias, como China. La guerra de Ucrania, en la que Riad se ha negado a aplicar las sanciones occidentales contra Moscú, ha puesto de relieve esta nueva posición saudí en el nuevo mundo multipolar.

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