Y Elon Musk se marcó un Pablo Motos

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Elon Musk, tránsfobo con su propia hija Cabaret pop

BarcelonaEl nombre de la cosa importa, y no importa. Elon Musk quiso dejar claro que su encuentro con Trump no era una entrevista sino una conversación. Es decir, admitía ya de entrada que abdicaba de la responsabilidad de tener que contener el torrente de mentiras que pudiera evacuar a su interlocutor. Y a fe de Dios que evacuó un buen carretazo, como cuando negó que el cambio climático fuera una amenaza y recordó que, si el mar crece de nivel, será una oportunidad para construir en primera línea de costa. Mientras el candidato republicano las iba soltando de la altura de un campanario, Musk se iba convirtiendo en un inquietante cómplice servil.

El formato de conversación puede tener ventajas, porque rompe la formalidad y puede hacer emerger un retrato más auténtico de una persona, más allá de su fachada pública estudiada. Pero para conducirlo bien también son necesarias una profesionalidad y una honestidad que no se cuentan entre las múltiples virtudes de Musk. Planteada como lo hizo el empresario, se trató de un intento –bastante desesperado– de devolver la relevancia a una red social que él mismo ha devaluado con gran tesón. Lo que vimos no deja de ser la enésima reiteración de la fórmula “Hoy ha venido a divertirse en 'El hormiguero' Santiago Abascal”. Evidentemente, el blanqueamiento de políticas de odio por la vía de humanizar a sus impulsores no es invento de Pablo Motos, pero en España poca gente ha practicado este subgénero con tanta soltura. El dueño de X puede vender las falornias que quiera y envolverse espuriamente con la bandera de la libertad de expresión, pero todo su discurso se funde como mantequilla bajo el sol de agosto si no va acompañado de un sentido de la responsabilidad para que el público reciba información de calidad y no intoxicaciones que, además, destruyen el tejido social.

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