Los restos televisivos del incendio

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El incendio del edificio de Valencia ha ocupado mucho espacio televisivo.

El incendio en un edificio de Valencia ha vuelto a provocar esa fascinación mediática por el fuego. Ya ha pasado en otras muchas noticias en las que las llamas tienen protagonismo, ya sea en el incendio de una zona forestal, en protestas callejeras con contenedores quemados, con las hogueras de diferentes fiestas o, como es el caso, con una tragedia como la del jueves por la tarde.

Todos los programas que estuvieron informando de la catástrofe en algún momento mostraban en silencio las imágenes más espectaculares del edificio quemando, la colmena de balcones encendidos y el esqueleto emergiendo en medio del color naranja intenso. El viernes por la mañana muchos magazines utilizaban las fotografías más efectistas del incendio como trasfondo en el decorado. En pantalla también repetían en bucle los instantes más virulentos y efectistas. Hace ochocientos mil años, el Homo erectus aprendió a encender fuego y a dominarlo. Y en torno al calor de las llamas pudo construir su futuro. Seguramente por eso, el fuego tiene un impacto en nuestro cerebro. Tiene poder destructor y al mismo tiempo provoca fascinación. Apelando al efecto hipnótico, la mayoría de imágenes que se han utilizado en las horas posteriores al incendio eran las que se habían grabado durante la noche. La oscuridad estimula visualmente los colores del fuego, potencia su hechizo, y también hace más angustiantes y terroríficas las escenas del incendio.

En Antena 3 titulaban "Infierno en Valencia" con un letrero casi permanente en pantalla. Añadían que las llamas “devoraban” el edificio. Algunos tertulianos recurrían al adjetivo dantesco.

El hallazgo de unas imágenes de archivo para promocionar las viviendas de nueva construcción mostraban la maqueta virtual del edificio, un esqueleto imponente que se anunciaba con promesas de lujo y calidad. En todos los canales el anuncio se presentaba en contraste con un nuevo esqueleto, el del edificio real consumido por el fuego, los escombros desnudos y calcinados. El inicio y el final, el nuevo y el viejo, el marketing y la realidad.

Narrativamente, esta vez no había misterio. El material combustible que revestía el edificio y el viento de poniente atizaron las llamas. La especulación tertuliana, por tanto, no se recreaba en las hipótesis de las causas sino en la indemnización a las personas que vivían en ellas. Las entrevistas a los afectados se sucedían con el tono conmovido de los presentadores y convirtiendo a Julián, el conserje, en el héroe vecinal de la desgracia. Y, como siempre, el ritmo televisivo atropellaba el dolor personal. Los presentadores pedían a las víctimas del incendio que revivieran la tragedia explicando los detalles y, aún más difícil, les hablaran de su futuro: qué harían, a quién pedirían explicaciones, qué acciones judiciales tomarían, a quién y dónde reclamarían las pérdidas. Preguntas imposibles de contestar a personas que aún tenían que asimilar que acababan de perderlo todo.

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