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Caen cuatro gotas de agua y el bosque se hincha, y entonces me da la sensación de que si escapara una rama, cualquier rama, rayaría la primavera entera, y que saldrían por el corte, a presión, más hojas verdes, más ramas y árboles enteros y cascadas de flores pequeñas de todos los colores, con mariposas y abejas. Estas imaginaciones me agarran por sorpresa y me hablan de mí mismo. El otro día, entrando en la carnicería, aguanté la puerta en el carnicero, que descargaba una furgoneta. El hombre empujaba un carrito de los que ahora lleva la gente mayor para ir de compras, que son como cochecitos de criatura sin techo. Era rojo. El carnicero lo llevaba a rebosar de bulls, butifarras, salchichones y látigos. “¡Me he pensado que llevabas a tu hijo...!”, le dije, porque vi a un niño en forma de embutidos, imagen no muy agradable, por cierto. Son formas imprevistas de autoconocimiento.

“Conócete a ti mismo” es un consejo oracular y, por tanto, fatalista. Implica que te aceptes cómo eres y también transporta, en su propio carrito, el peligro del solipsismo. Conócete, adelántate a ti mismo por no tener estas sorpresas, juzga qué te atrae y qué te repugna.

De acuerdo, pues, manos a la obra. Me atrae tumbarme en el bosque y sentir que el aire fresco me pasa por la piel como una sábana debajo de la manta del sol. Adormirme en una cama de pino laricio con una cabecera de romero y un techo de pájaros que no callan. También me encanta, en una cena, la grandilocuencia modesta, explícitamente falsa, que no busca enredar a nadie. Me gusta la opinión dada con radicalidad y seguridad expresamente para dejar claro que nada vale.

Y, en cambio, ¿qué me repugna? Me repugna la opinión superficial y convencida. La voz alta y el insulto. La inteligencia malversada me pone negro. El cretino que vierte su extroversión haciéndola pasar por valentía y que confunde frivolidad y mérito. No puedo sufrir la palabrería, las palabras impuestas, invasoras. Lo digo ahora que se avecina otra campaña electoral. Las palabras deberían ser el último peldaño antes del silencio. No aguanto lo irresponsable que acapara la conversación, no puedo con el turista o el deportista que impone al mundo su poder y su ruido. La gente que va con gente por no estar consigo misma. La exposición de estupidez en la red, las selfies, la impudicia que corre por las cloacas de internet, que es lo contrario de conocerse, es rehuirse, no aceptarse. Por eso se suicidan si los rechazan en la red, no pueden volver a casa. Abandonado, se ha envenenado el aire de dentro.

Aguanto el asedio, el ruido. Sólo creo las iluminaciones íntimas y mudas.

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