De banquero precoz a editor prolífico: la historia del catalán que vendió su imperio a Berlusconi
Exiliado en Francia y después en México, Joan Grijalbo editó grandes obras, como la serie de cómics 'Astèrix' y la novela 'El Padrino'
Durante la primavera de este año hablamos de Josep Zendrera Data, propietario de la editorial Juventud, de quien destacamos que fue quien llevó al legendario Tintín a las librerías peninsulares. Si hay otros cómics que pueden considerarse cerca del reportero belga en cuanto a popularidad en el continente, seguro que uno de éste es Astérix y su amigo Obélix. En este segundo caso, los derechos de la época fundamental de su difusión también estuvieron en manos de una empresa catalana como era la editorial Grijalbo. Pero cuando Joan Grijalbo fundó su editorial, hacia 1939, no pensaba en el público infantil y juvenil, sino que se enfocó enseguida al traducir bestsellers americanos y obras capitales de la Unión Soviética. Esto ocurría en México, donde se había exiliado después de la Guerra Civil Española.
Nacido en las Terres de l'Ebre, con quince años ya trabajaba en la banca, en el desaparecido Banco de Reus, una entidad que operó con normalidad hasta 1931, momento en que se vio en serias dificultades consecuencia de la quiebra del Banco de Cataluña durante el asunto Campsa. Al quedarse sin trabajo viajó a Zaragoza, donde se enroló en el Banco Zaragozano. Poco después fue elegido por los aragoneses para estrenar la oficina de Barcelona, dado que necesitaban a alguien que dominara la lengua catalana.
Pronto empezó su progresión en el ámbito profesional, ya que con poco más de veinte años entró a formar parte de la directiva del Sindicato de Banca y justo en el año en que estallaba la guerra, entró en el PSUC, procedente de la Federación Catalana del PSOE. Durante el trienio bélico, presidió el Montepio de Banca de Barcelona, además de ser director general de Comercio de la Generalitat y delegado del gobierno catalán en entidades como la Junta de Obras del Port y la Cámara del Libro. Éste último nombramiento fue su primer contacto con el universo editorial. Con esta actividad tan significada desde el punto de vista político no resulta extraño que justo al final de la Guerra Civil optara por exiliarse, primero en Francia y después en México. Abandonó la capital catalana cuando ya se vislumbraban las fuerzas terrestres de los fascistas italianos entrando en Sant Just Desvern.
Poco después de poner los pies en el continente americano ya tuvo la iniciativa –conjuntamente con otros exiliados– de fundar una editorial, que inicialmente se llamó Atlante y más tarde tomaría como marca su mismo apellido. En paralelo prestó sus servicios a la agencia de publicidad ITP. Después de que el sello que había fundado en 1939 se hiciera mayor en Latinoamérica, logró poner un pie en España primero como simple distribuidor (1951) y después ya como editorial a derecha ley (1965). Este último paso fue cuatro años después de su regreso definitivo a la Península después de más dos décadas de exilio, aunque mantuvo el pasaporte mexicano para siempre. Desde el punto de vista editorial, Grijalbo tuvo grandes logros, pero destaca con luz propia la edición de una novela sobre la mafia que había publicado un autor italoamericano aún desconocido: se trataba de la obra The Godfather, escrita por Mario Puzo.
En la década de los setenta creó otra editorial, Crítica, muy centrada en difundir historia y política, y más tarde llegó a un acuerdo con el sello Dargaud para, como decíamos desde el principio, editar la gran estrella del cómic francés, Astérix. También hizo una breve incursión en el cómic de humor para tratar de tomar parte de la tarta cuando la mítica editorial Bruguera sufrió una profunda crisis que la llevó a la quiebra. De esta aventura surgió la revista ¡Guai!, donde colaboraban varios dibujantes que previamente habían sido estrellas de Bruguera, como el propio Francisco Ibáñez.
A finales de 1988, y cerca de los ochenta, Grijalbo decidió vender un paquete significativo (70%) de su grupo editorial, formado en ese momento por cuatro sellos y dos distribuidoras. El comprador fue un consorcio italiano formado por la editorial Mondadori (controlada por Carlo De Benedetti) y el grupo inversor Cofir. En la sociedad de cartera Cofir el principal accionista era también De Benedetti, acompañado del Banco Bilbao Vizcaya y de Construcciones y Contratas, la firma constructora de las hermanas Koplowitz. Cinco años después, y con Silvio Berlusconi como propietario de Mondadori, se realizaría la transacción por el 30% que aún no había sido vendido. Aún antes de morir tendría tiempo de crear un nuevo sello editorial, en cuyo caso bautizado con su segundo apellido, Serres, hoy en manos del grupo RBA.