Literatura

Frida Cartas: "Dentro de la barriga de mamá me comí a mi hermana gemela"

Escritora

Frida Cartas, en Barcelona
03/01/2024
6 min

Barcelona"Ama de casa y escritora ocasional": así se define la mexicana Frida Cartas. Creció en Sinaloa en la década de los 80 del siglo XX, y desde muy pequeña tuvo claro que era una niña, aunque en la familia, en la escuela y por todas partes la identificaran como niño. Tras autoeditar sus libros durante más de dos décadas, la editorial Almadía ha empezado a ponerlos en circulación. El primero es Transporte a la infancia, en los que rememora los años de formación: los problemas con el padre, el trato despectivo que recibió por parte de los compañeros de clase y de algunos maestros, la dificultad de encontrar el amor y el dolor acumulado que ha aprendido a canalizar a través de la escritura.

Desde muy pequeña sabías dos cosas: que eras una niña y que querías dedicarte a la literatura. ¿Por qué?

— Me inicié en la escritura con un texto muy íntimo, Onceavo mandamiento, que hice cuando todavía estaba en el instituto. Nació a raíz de una terrible discusión con mi padre. Uno de los diez mandamientos de la Biblia dice: "Honrarás a padre y madre". Se me ocurrió que el undécimo mandamiento podía ser que, si era necesario, también tenías que poder odiarlos.

Muchos años después, la figura del padre reaparece en Transporte a la infancia. Él fue uno de los primeros que reprochaba a tu madre que cuando tenías cuatro años no fueras tan masculino como era necesario. Le decía, en concreto: "Este niño se joto porque tú lo hiciste así".

— La relación con mi padre fue muy violenta. Nunca me puso la mano encima, pero me maltrató emocional y verbalmente. Insistí mucho para que nuestra relación mejorara, pero no salí.

Sin embargo, cuando tus padres se separaron te fuiste a vivir con él.

— Quería huir de la ciudad en la que nací, Mazatlán, al precio que fuera. Aún ahora mucha gente me reprocha que me instalara en la capital del país y que no haya vuelto. Me encantaría vivir allí otra vez, respondo. Y me preguntan: "¿Volverías al lugar donde fuiste tan infeliz?" Y yo les digo que sí. Ocurre igual con mi padre. Aunque me maltratara, yo quería vivir con él. El mío no era un caso de síndrome de Estocolmo –de amor por el matractador–, sino que me guiaba por otro motivo: creo que la maldad y la violencia tienen que ver con una imposibilidad de poder expresar amor y cariño a las personas que te rodean, sean tus familiares o no.

¿Qué relación tienes ahora con tu padre?

— Murió durante la pandemia.

Lo siento.

— Gracias. Tal y como decía al principio, empecé a escribir impulsada por él. El próximo año cogeré Onceavo mandamiento y la convertiré en una novela, al estilo de Transporte a la infancia, que en un inicio nació a partir de las historias que contaba a mi psicoterapeuta y que, más adelante, mi madre me ayudó a completar. Lo que empezó siendo un regalo para ella ha terminado siendo mi testigo, pero no como víctima, sino como superviviente. Poder contar todo lo que sufrí me reabrió las heridas, pero afrontándolas siendo adulta pude curarlas. Aunque lo haya pasado mal, sigo viviendo buscando ser más libre y más feliz.

Ahora mismo tienes 44 años, pero has necesitado volver a esos años de formación y conflictos.

— Desde su nacimiento ya escapaba de la normalidad. En la clínica estaban convencidos de que seríamos gemelos, pero sólo aparecí yo. ¡Nací con cinco kilos! Tengo la teoría de que dentro de la barriga de mi madre me comí mi hermana gemela y desde entonces ella soy yo.

El libro se pregunta a menudo por cómo se nos juzga según patrones muy rígidos desde pronto.

— El mundo es un lugar muy cruel durante la infancia. Al cabo de muchos años acabas yendo a terapia y te das cuenta de que aquellos años, que deberían permitirte construirte una sólida base para ser emocionalmente fuerte, son todo lo contrario. Durante la infancia te hacen saber que la violencia, el maltrato y el sentimiento de culpa son normales. Es también la edad en la que se criminaliza mucho la diferencia. Ocurre si eres trans, pero también si estás gorda o demasiado delgada, o si eres una niña y no eres tan femenina como esperan.

Tú te sentías una niña en un cuerpo de niño.

— Sí... Pero nada de lo que hiciera podía convertirme en una niña, porque el mundo me veía como niño. Y eso que desde pequeña lo único que hacía era desear ser la madre, el ama de casa, la novia, la cuidadora.

Así como papá te lo puso difícil, mamá y hermanas te apoyaron.

— A mis hermanas, Lisbeth y Judith, las recuerdo cuidándome y siento empáticas conmigo. Cuando mis padres no estaban en casa, me decían hermana, en vez de hermano, aunque no fuéramos iguales físicamente, y que el mandato social fuera otro.

No ocurrió lo mismo en la escuela. En el libro explicas que la directora de la guardería te observaba con suspicacia y te acabó expulsando del centro.

— Aprovechó un pequeño problema entre compañeros para castigarme. Le molestaba que un niño afeminado y delicado como yo fuera alumno del centro.

Las primeras relaciones con varones fueron complicadas.

— Cuando todavía estudiaba en el instituto hubo un vecino, padre de familia, que después descubrí que estaba envuelto en temas de narcotráfico... y antes había habido otro hombre que abusó de mí. Me hubiera gustado tener más vida social y amigos antes de llegar a las relaciones íntimas, pero el rechazo era constante. Siempre sentía que no encajaba, que no era bienvenida. Más adelante, en las pocas relaciones de pareja que he tenido, me ha costado no reproducir ciertas dinámicas de maltrato o control.

¿Has llegado a encontrar el amor?

— Cuando me preguntan qué es el amor, digo que el amor es un trabajo al que hay que dedicarle muchas horas. Es necesario hacerla con creatividad y espíritu constructivo. Tiene recompensas y costes que no son monetarios. Yo he estado casada dos veces. Mi segundo marido tenía un hijo de tres o cuatro meses cuando le conocí. Desde que me fui a vivir con él me he ocupado de cuidar a la criatura. Le hago de madre pero no soy mi madre. Cuido a Luca como hubiera querido que lo hicieran conmigo. Le doy un espacio más generoso y amable, y quiero que esté más seguro de sí mismo que el que estuve yo.

¿Te sales?

— Soy consciente de que la maldad sigue existiendo. No creo que podamos desprendernos de algunas violencias que hemos heredado, porque todavía tenemos que convivir. Los procesos de deconstrucción no terminan nunca, al igual que el machismo pervive por todas partes. Yo me considero feminista, pero a veces me salen arrebatos de misoginia e incluso de machismo, porque todos hemos crecido en un sistema así.

¿El padre de la criatura hace lo mismo que tú?

— Papá es algo más rígido. A veces se preocupa por si el niño se nos vuelve futbolista, y yo le digo que debe poder hacer lo que él quiera. Tiene todo el derecho. Y le amaremos igual.

El narcotráfico también aparece en Transporte a la infanciapero siempre a partir de algún amante, como aquel vecino... u otro que acaba muerto.

— Era muy común encontrarte en la escuela, el instituto o la universidad, compañeros o familiares de ellos que estaban relacionados con el narcotráfico. Nosotros nos escapamos porque habíamos migrado de Oaxaca y no teníamos ningún vínculo con Sinaloa. Cuando estudiaba en la universidad, aprendí a beneficiarme del narco de una forma sutil que no cuento en el libro. Como tenía facilidad para la redacción, algunas compañeras que tenían familiares narcos me pedían que les hiciera los trabajos y yo les cobraba un dinero. Su agradecimiento se extendía a invitarme a sus casas con piscina, ya veces me enviaban un chófer en coche con cristales oscuros a buscarme en el barrio. Esto hacía furor. Es una suerte que una bala perdida no me acabara matando.

¿Estás escribiendo ahora?

— Tengo una novela terminada sobre adolescentes que no es autobiográfica. El tema del libro no es la cuestión trans, sino la sexualidad. Es un libro lleno de humor, porque me parece una buena forma de escapar a la dureza y la crueldad de la vida que me ha tocado. Poder reír es una pequeña venganza. Es la carcajada del superviviente, de quien ha sido capaz de aguantar todas las penurias.

¿Sigues haciendo talleres y charlas sobre identidad sexual?

— Sí, a raíz del libro he podido ir a muchos sitios. Semanas atrás, en la Feria del Libro de Guadalajara di una charla a adolescentes trans. Al final del acto un chico se levantó y compartió que cuando todavía se consideraba una chica lesbiana los padres le amaban, pero todo esto había cambiado cuando hace un año y medio les había dicho que en realidad era un chico trans. "Ahora me tratan con desprecio, me hacen saber que no me aceptan", explicó, con lágrimas en los ojos, y le contesté que mis padres aún no habían aprendido a quererle. "¿Sabes a qué edad pude presentarme como trans? A los 33 años", le dije. "Y no ha sido hasta después de los 40 que me he sentido libre". Aquel chico tenía 19, entonces. Quise hacerle saber que lo que en aquellos momentos le era un peso tan grande no duraría para siempre, y que algún día, tarde o temprano, encontraría la manera de salir del pozo y salir adelante.

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