El comerciante de pieles que vendía opio e hizo la mayor fortuna de su época
John Jacob Astor llegó como inmigrante a EE.UU. y murió como gran propietario inmobiliario en Nueva York
- Comerciante y empresario inmobiliario
Hace poco menos de una década murió Anthony Marshall, que unos años antes había ocupado titulares en la prensa de todo el mundo por haber sido declarado culpable de estafar a su propia madre. Aprovechando que la señora, ya centenaria, tenía Alzheimer, la tuvo confinada y desatendida en el ático de lujo en el que residía y se apropió de cerca de 100 millones de dólares de su patrimonio. La estafa fue denunciada por el propio hijo de Marshall, que logró enviar a su padre a la cárcel y que su abuela recuperara –una vez muerta– la dignidad robada. Esta historia llenó muchas páginas de periódicos en Estados Unidos y fue conocida como “el culebrón de los Astor”, porque los protagonistas de la trama eran los herederos de una de las mayores fortunas de América, la que empezó a forjar John Jacob Astor hacía más de dos siglos.
En realidad, a Marshall el vínculo con la familia Astor –pese a ser heredero– le venía bastante salpicada, porque los Astor no entraron en su vida hasta el tercer matrimonio de la madre, que pasados los cincuenta años se casó con Vincent Astor, ese sí miembro sanguíneo de la gran familia americana (era hijo de John Jacob Astor IV, y aquí ya se ve el vínculo con el protagonista del artículo).
El hombre que colocó la estirpe entre las élites americanas no era de ese país, sino que había nacido en Alemania, al que hoy en día es el estado de Baden-Württemberg, y era hijo de un carnicero bastante humilde . Su llegada a Estados Unidos –tras vivir un tiempo en Londres, donde aprendió inglés– se produjo de forma simultánea a la victoria de los americanos en la Guerra de la Independencia (1783). Tres años después ya tenía su propia tienda de pieles de animal, un sector en el que hizo su primera fortuna. Providencialmente, en 1794 entró en vigor el Tratado de Jay, firmado entre la ex colonia británica y Reino Unido, que supuso la apertura de nuevos mercados para los americanos, una circunstancia que benefició considerablemente a Astor. Lo que años atrás había sido una pequeña tienda de Nueva York se convirtió en el American Fur Company, una empresa que entre 1808 y 1834 controló el mercado de la piel de forma casi monopolista. Durante este período también aprovechó las rutas comerciales que tenía abiertas para comprar opio en el Imperio Otomano (un territorio mucho más extenso que la Turquía actual) y distribuirlo en China, poco antes de lo que fue conocido como las guerras de el opio entre chinos y británicos. Los chinos, que habían utilizado el opio durante siglos como remedio medicinal, descubrieron su consumo recreativo y se transformaron en un mercado fabuloso para este derivado de la adormidera (una especie de amapola).
Con los beneficios obtenidos con el comercio de la piel y de la venta de la empresa, Astor empezó a invertir enérgicamente en el mercado inmobiliario de Nueva York, avanzándose al boom que se produciría poco después en la ciudad. La siguiente generación, encabezada por su hijo William, acumuló hasta 700 inmuebles en la ciudad de Nueva York, y es que cuando John Jacob Astor murió, a sus 84 años, su patrimonio ascendía a 20 millones de dólares, la fortuna más importante de la época. En los últimos años de su vida y en sus últimas voluntades tuvo una vocación clara por la filantropía, dejando legados como la Biblioteca Astor, ahora integrada en la Biblioteca Pública de Nueva York. Fue un destacado masón de la Gran Logia de Nueva York. Por lo general, la presencia de John Jacob Astor y de su familia está muy esparcida por la cultura popular de Estados Unidos, con multitud de lugares que llevan su apellido, como el mítico hotel Waldorf Astoria, que hace referencia a su ciudad natal, en Alemania. Como dato curioso, cabe decir que su bisnieto, con quien compartía nombre (pero éste con el ordinal número cuatro), fue uno de los pasajeros de primera clase que murió en el naufragio del Titanic, en 1912.