'EPIC FAILS'

Un grito mató al abuelo de Spotify

Marc Amat
3 min
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Cuando Lars Ulrich, batería y líder de la banda Metallica, se dio cuenta de lo que había pasado, entró en cólera. Era principios de abril del 2000 y faltaban pocas semanas para que el grupo estrenara lo esperado Y disappear, un sencillo llamado a convertirse en el nuevo éxito de la formación en todas partes. Todo parecía irles como una seda hasta que un elemento inesperado les interrumpió los planos: una filtración. Habían descubierto que la canción llevaba tiempo corriendo por la red, que cientos de miles de fans ya la tenían en los ordenadores y que, incluso, algunas emisoras de radio la habían empezado a emitir. Cuando investigaron su origen descubrieron Napster, una plataforma nacida en 1999, entonces todavía desconocida para mucha gente, y que permitía a los usuarios compartir archivos MP3 de manera fácil, cómoda y gratuita.

“En aquella época ya se intuía que internet lo cambiaría todo: también los modelos de negocio de las grandes industrias”, explica Òscar Coromina, coordinador del máster en comunicación y marketing digital de la UAB. Los usuarios ya empezaban a ver la red como medio para conseguir millones de canciones sin pagar. “Napster ordenaba por primera vez todos estos archivos y los indexaba en un buscador para facilitar su descarga”, recuerda Coromina. Metallica enseguida puso el grito en el cielo y, acusando a Napster de compartir canciones protegidas con derechos de autor, va a llevarlo a los tribunales. La banda pidió a la plataforma una indemnización de 10 millones de dólares y la retirada inmediata de todas sus canciones de la plataforma. Artistas de renombre, como Dr. Dre o Madonna, se añadieron a la fiesta.

“Las discográficas temían que internet les destrozara el modelo de negocio que les había dado para vivir, asegura Coromina. Y, para frenarlo, creyeron oportuno aplicar un castigo ejemplar”, opina el experto. Napster se convirtió en la diana perfecta. De hecho, las denuncias habían situado la plataforma en medio del foco mediático y, desde entonces, el número de personas que se descargaban archivos se había disparado: en febrero del 2001 ya eran más de 26 millones. "Era una cifra de usuarios enorme", apunta Coromina. Pero todo hizo aguas.

Cuando en marzo de 2001 los tribunales dieron la razón a Metallica, Napster se vio a venir problemas serios. Por un lado, la justicia le había reclamado que preparara un sistema capaz de comprobar que sus contenidos no tuvieran derechos de autor; por otro, le obligaba a desembolsar 26 millones de dólares por utilizar música protegida sin autorización. En julio de 2001 Napster decidió cerrar durante unos meses para adaptarse a las exigencias y resurgir con un nuevo sistema que hiciera pagar a los usuarios una suscripción.

“Esto los enterró definitivamente -sentencia Coromina-. Los usuarios se fueron a otras plataformas similares”, recuerda. En 2002 la empresa quebró. Desde entonces ha ido pasando por varias manos. En 2011 se fusionó con la tecnológica Rhapsody, y ahora ha reaparecido en escena. Esta vez, sin embargo, reconvertido en un servicio similar al que ofrece Spotify. "Pero no ofrece nada diferente: así no volverá a deslumbrar al mundo", aventura Coromina.

La lección

“Napster había nacido con un buen modelo entre manos, pero se topó con el corpus legal”, explica Albert Armisen, profesor de la Facultad de Empresa de la UVic y experto en innovación digital. “A menudo es más fácil innovar en producto que actualizar las leyes”, remacha Òscar Coromina, experto en comunicación digital.

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