Amor y pimienta

"Él le besa, y luego bailan juntos y dan el amor"

Es la primera vez que se fija en aquella chica, que es de otra sección ya la que duda haber oído nunca la voz

Vigilia
4 min

Hace días que no duerme bien. Se levanta entumecido y con un dolor en el cuerpo que le dura todo el día que, además, le hace estar de muy mal humor. Lo ha intentado explicar en el trabajo, pero nadie le hace caso. Todo el mundo le dice que es el mal de nuestros días esto de no dormir, y más aún no dormir bien. Que ya se sabe. Que cada vez nos hacemos más viejos y que, cuanto mayores, más difícil es conciliar el sueño y descansar. Que la manía de mirar el móvil antes de acostarse. Que el estrés y las preocupaciones. Que las lucecitas de los aparatos de casa. Que la falta de conexión entre la cabeza y el cuerpo. Que quizás es que no lo necesitamos. "¡No lo necesitarás tú, cabeceaba!", piensa él por dentro mientras se va de la zona de los cafés masticando el taco. Porque en el mal de todos es incapaz de encontrar ningún tipo de consuelo. Él quiere dormir y dormir bien. Y descansar. Y encontrar alguna solución mágica pero eficiente que lo haga posible.

Una compañera de trabajo le habla de una barriga-mezcla especial que le prepara la bruja de su herbolario de cabecera y le pasa la dirección. Es la primera vez que se fija en esa chica que es de otra sección ya la que duda haber oído nunca la voz. De hecho, lo de la bruja y la receta ella lo ha dicho con una frecuencia de decibelios tan sumamente baja que él no acaba de tener claro si realmente se lo ha dicho o ha sido una especie de interferencia producida por la falta de sueño que acarrea. Un papelito en el puño, mal doblado y con una dirección escrita con letra rápida le saca de la duda. Piensa que no pierde nada. Cuando salga del trabajo irá, que le viene de paso. Así tendrá una excusa para volver a hablar con esa chica de la voz floja que ha conseguido lo que él persigue hace demasiado tiempo: dormir bien. Por ahora, su obsesión.

La herboristería recomendada huele a manzanilla infusionada y la bruja, a bruja, sólo tiene la sabiduría de la idea preconcebida. Y una escoba apegada a la pared de la trastienda boca arriba. No sabe si es por el bálsamo con fragancia de flor o por unas expectativas que suben y hacen castillos con las neuronas desveladas, pero está dispuesto a creerse absolutamente todo lo que aquella mujer, con pinta de hada salida de un cuento punky moderno, esté dispuesto a venderle. Le dice que viene aconsejado y en cuanto lo dice es incapaz de transmitir el nombre de la compañera de trabajo que le ha pasado el contacto porque, descubre, no lo sabe.

La brujafada le escucha paciente, con una mirada atenta, mientras va asintiendo con la cabeza en cada una de sus explicaciones. Le dice que le entiende y que tratará de ayudarle. Media hora más tarde, Tomàs sale de la tienda cargado de hierbas dentro de papelinas ligeras y un papel escrito a mano con el porcentaje de cada una para realizar la alquimia. Y aunque la brujafada le ha dicho que nunca es inmediato, que hay una cuestión de hábito, de cambiarlos, más bien, él tiene la sensación de que va por el buen camino.

Se dormirá pensando en todo esto y en la voz floja de la compañera de trabajo de quien no sabe el nombre pero con quien comparte preocupación. Allí donde están, en esa ola cerebral donde han cabe los dos fortuitamente, ella le susurra que todo irá bien y así es como Tomás pasa del adormecimiento al sueño reparador a ritmo de escoba voladora. Sueña.

Sueña que encuentra la compañera de trabajo y que él se siente ligero y feliz y que le dice que es gracias a ella y que le quiere agradecer. Y ella le dice que sí. Y él le da un beso, y luego bailan juntos y hacen el amor y vuelven a bailar y vuelven a dar el amor. Y él nota su gusto y calor. El deseo y el placer. Tomás le pregunta cómo se llama y ella le contesta, pero tan flojito que él no le entiende. Y entonces, cuando él le vuelve a pedir, un ruido atronador, una especie de sirena lo rompe todo y Tomás pierde de vista a la chica. Pero percibe un papel en el puño. Lo intenta abrir, pero los dedos no se abren. La segunda vez que vuelve a sonar la sirena, lo que abre Tomás son los ojos y se encuentra en su cama. Solo, claro. Y con el reloj que marca que pasan diez minutos de la hora en la que cada mañana se levanta.

Se ducha, desayuna y se lava los dientes, contento y contrariado a la vez. El sueño que ha tenido ha sido de campeonato. Lo podría reproducir con todo detalle una y otra vez. Pagaría lo que fuera para reanudarlo en el punto justo antes de que sonara la primera sirena. Ha sido tan vívido que está convencido de que ha sido real. Con una sensación de energía y felicidad difícil de contar.

Tomàs está en la zona de cafés cuando de repente aparece la compañera de trabajo de quien no sabe el nombre y le pide que cómo ha ido. Él no puede evitar ni la vergüenza ni el sonrojo; la mira como si la conociera profundamente, como si compartieran una intimidad secreta y sincera. Le responde que muy bien con un énfasis difícil de asumir. Ella le dice que se alegra tan flojito que él no está convencido de haberlo oído.

Ella se va y Tomás ni siquiera le ha pedido cómo se llama. Esperará volver a encontrarla, de noche, entre sábanas, y volverá a intentarlo.

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