Los móviles ya han salido de las aulas pero todavía estamos en manos de las tecnológicas
BarcelonaYa hace dos meses que han comenzado las clases en todos los centros escolares de Cataluña. Este curso, con una novedad: la implementación de la nueva normativa que regula la utilización de dispositivos móviles en el entorno escolar. Era una normativa que hace un año no teníamos y que el gobierno de la Generalitat aprobó el pasado mes de enero, a raíz de la creciente movilización social al respecto. Los móviles están prohibidos en primaria y secundaria. decir que aquellos centros que no tenían regulado en su normativa de funcionamiento qué hacer cuando un alumno saca el móvil en clase, en el descanso o en cualquier otro espacio, ahora ya lo tienen establecido.
Me consta que en algunas reuniones de inicio de curso, cuando se anunciaba que “este año los alumnos que vengan con móvil tendrán que dejarlo en una taquilla en la entrada”, los padres y madres aplaudían con entusiasmo y complicidad. Todo ello es más de lo que algunos habríamos imaginado cuando, exactamente hace un año, se articuló en nuestra casa el movimiento de Adolescencia Libre de Móvil.
El encendido debate ha dado lugar a muchas publicaciones al respecto. Antes del verano llegó The anxious generation, de Jon Haidt, un bestseller internacional que nos alerta de los peligros de una educación y una infancia basada en los móviles (phone-based childhood). Pero también se han publicado libros siguiendo el camino acrítico con la digitalización ciega que nos ha llevado hasta aquí, que relativizan las consecuencias o se caricaturiza a quien ha levantado la voz. A menudo se hace simplificando el debate: ¿a favor de las pantallas o en contra? Antimóvil o prodigitalización? Ludditas o tecnófilos? Todas son falsas dicotomías –empujadas, por supuesto, por unos medios que buscan la última excentricidad publicable y la polarización que caza más clics– que no representan una buena fotografía de la actual situación.
La realidad es que las familias están preocupadas, quieren lo mejor para sus hijos y no saben dónde agarrarse para marcar unos límites razonables al uso de una tecnología digital omnipresente y que lo desborda todo; que las tecnológicas, en el actual contexto monopolista y extractivo, aprovechen cualquier oportunidad y vacío legal para hacer más y más dinero con las vulnerabilidades humanas; y que no disponemos todavía de un marco regulador actualizado que asee el actual desbarajuste basado en principios como el de precaución o de protección de los derechos de los menores.
El espinoso camino de lucha contra los efectos negativos del uso de la tecnología móvil en menores y adolescentes acaba de empezar. Este curso entrará en debate la nueva ley de protección de los menores en el entorno digital. Esta ley prohibirá, como ya se ha anunciado, que menores de 16 años tengan cuenta en redes sociales. Asimismo, debe marcar límites a las prácticas de empresas tecnológicas que crean patrones algorítmicos adictivos o facilitan el acceso de los menores a contenidos inadecuados y nocivos. No será nada fácil, pero en Francia ya se están bloqueando páginas web de adultos hasta que implanten controles de edades que vayan más allá del simple consentimiento informado, y en Italia se han implantado restricciones en las tarjetas SIM en líneas registradas a nombre de menores.
Escuelas libres de las grapas de las corporaciones digitales
Mientras tanto nos toca pensar cómo mejoramos la educación digital, cómo conseguimos unas escuelas libres de las grapas de las grandes corporaciones digitales, cómo facilitamos alternativas presenciales en el mundo digital para quien no se las puede permitir o cómo construimos más y mejor comunidad recuperando l espacio público y fortaleciendo redes que no necesiten la intermediación tecnológica constante.
Y lo que es más importante, y que a menudo olvidamos, quién da un smartphone a un niño de 12 años son los padres y madres. A menudo con la excusa de que el niño pueda estar localizable y controlado, perdiendo con ello una oportunidad para crecer en autonomía. Siendo así, la acción más importante –y probablemente es uno de los pocos espacios de soberanía personal que nos quedan– es aplazar la llegada delsmartphone; si es posible, hasta los 16 años, tal y como ha recomendado recientemente el Colegio de Médicos de Barcelona. Haciéndolo así, no sólo hacemos un favor a nuestros hijos, sino que reducimos la presión social para tener uno en su entorno de amigos. Éste es probablemente el mejor camino hacia un modelo de paternidad que acompañe, que ponga límites y que los defienda cuando sea necesario.
Aún queda mucho trabajo por hacer, pero la sociedad se está organizando, ha entendido que hay que poner límites y el relato social está cambiando. Ojalá en septiembre de 2025, en la mayoría de institutos del país oiremos a los maestros que dicen: “Este curso en mi clase de 1º de ESO ningún alumno tiene móvil propio, han entendido que ni lo necesitan ni les conviene” . Hoy, desgraciadamente, todavía no estamos en este punto.