Reencontrarse después de la DANA: "Creía que no las volvería a ver"
Vecinos de Paiporta y Picanya relatan los reencuentros con sus familiares tras el peor temporal del siglo en el Estado
Paiporta / ValenciaEn el relato de estos testigos hay sufrimiento y angustia. Llamadas entrecortadas y muchos, pero muchos nervios. Incluso despidos por el temor a no volver a ver a los seres queridos. Hay llantos de emoción y de alegría. Ganas de agarrarse a la vida. Deseos de salir adelante y el dolor por no saber cómo. Pero ganan los abrazos del reencuentro. La necesidad de agradecer el auxilio de las personas voluntarias y la tristeza por echar de menos el de la administración. Y, finalmente, existe la petición de ayuda para poder recuperar una vida que califican de "perdida".
Para conocer la odisea de Susana Cabanillas y Enrique García hay que ensuciarse y atravesar la localidad valenciana de Paiporta, la más afectada por el peor temporal del siglo en el Estado. El municipio se encuentra todavía desbordado, lleno de agua y barro. Destaca, sin embargo, una novedad, los tan reclamados vehículos militares, una maquinaria pesada que cuesta entender cómo ha tardado tantos días en aparecer.
Conversamos con ellos en la calle San Ramón, un lugar humilde donde dominan las viviendas de protección oficial. Mientras charlamos, el resto de vecinos no dejan de limpiar sus pisos y el ruido es constante. Descargan con capazos. Tantos, que frente a los edificios crece un muro de desechos de unos dos metros. Son los recuerdos y bienes acumulados de toda una vida. Lo que queda son casas totalmente vacías en las que no se ha podido salvar nada, ni siquiera una silla.
La epopeya de Enrique y de su amigo y socio Luís Agra (pareja de Susana) empezó el 29 de octubre a las 19 h cuando salían en coche de Valencia para volver a casa de su trabajo de obreros . No sospechaban que una ola de agua y barro les impediría el paso, y les obligaría a dar la vuelta y bajar un puente recién subido. "Fue un error. El agua empezó a venir y nos quedamos bloqueados. Éramos un montón de coches. Una chica de enfrente nos dijo que iba a echar, pero vino más agua y su coche empezó a flotar ya dar vueltas. Se le apagaron las luces, el vehículo se hundió y desapareció. recuerda a Enrique.
"Tuvimos que salir de la furgoneta por las ventanas. Entonces, la corriente subió y nos arrastró. Estábamos cogidos en la baca del vehículo. De repente, la furgoneta se detuvo en un campo. Todavía no sabemos por qué. Nos subimos al techo y nos quedamos allí inmóviles. gritando dentro de los coches... Así pasamos cuatro horas eternas", relata.
El miedo fue tal que Luis se despidió de Susana por teléfono. Pero antes le pidió auxilio. "Me decía que solicitara ayuda, que no podían salir de allí", narra ella entre lágrimas.
Dos días de incertidumbre
Cuando el nivel del agua hubo bajado, Luís y Enrique habían salvado la vida, pero estaban "muertos de frío". Entonces, y con el agua hasta las rodillas, caminaron hacia la carretera hasta llegar a un lugar en el que había un equipo de la Unidad Militar de Emergencias. Más tarde, la policía les llevó a una gasolinera de Valencia donde les dieron agua, comida, ropa y dinero. Luego un conductor de Cabify les trasladó a un polideportivo habilitado para acoger a afectados por el temporal.
Enrique explica que el caos era tan grande que no pudo llamar a la familia para decir que estaba bien hasta el día siguiente. Separado y con dos hijas de quince y doce años que residen en Albacete, recuerda cómo "durante toda la noche" sólo hacía que pensar en ellas. "Creía que no volvería a verlas", destaca emocionado. Una inquietud que todavía le dura y que le impide dormir. Además, cuando lo hace tiene pesadillas. "Ver a una persona morir delante de ti es muy duro. Veíamos cosas flotar que no sabemos si eran cadáveres", recuerda.
En el caso de Susana, el agua la sorprendió en casa. "En media hora pasó de estar por el tobillo a llegarme al pecho", explica. Se quedó atrapada y sólo pudo salir del bajo en el que vive gracias a la ayuda de un vecino. "Un chico africano grande y fuerte", detalla. En las calles de Paiporta, la situación era dramática. "Había gente que se la llevaba la corriente y que se sujetaba a las farolas. Los vecinos tiraban sábanas para que pudiéramos cogernos. En esta calle murieron cuatro personas atrapadas en los coches", lamenta.
Lo peor, para ella, fue la incertidumbre. Una angustia que se prolongó dos días "eternos". Al día siguiente, al no saber nada de Luis y Enrique, caminó varios kilómetros para denunciar su desaparición. Hasta ese jueves no supo que estaban vivos. Como Luis no recordaba su número de teléfono y las comunicaciones estaban cortadas, no pudo avisarla. "Fue desesperante", rememora entre llantos.
Antes de despedirnos les preguntamos qué necesitan ahora, y Enrique contesta que, sencillamente, ayuda. "Dinero para la gente que lo ha perdido todo para que puedan rehacer sus vidas" y acompañamiento psicológico. "Yo estoy jodido, lo necesito", concluye.
Vivir el sufrimiento por teléfono a 150 km
Trabajar a 150 kilómetros de donde vive su marido y su hija de sólo dos años no es plato de buen gusto. Se añora a la familia y no se tiene la cabeza en un sitio ni en el otro. Se aprende a convivir con una inquietud constante, a no dejar de mirar de reojo al teléfono. Esta inquietud se vuelve insoportable cuando la familia se ve atrapada por unas inundaciones históricas como las del País Valencià. Un desasosiego que sólo podrá calmar el reencuentro familiar.
Cuando el martes 29 de octubre Manolo Larios recibió la llamada de su esposa Lorena García desde Vinarós diciendo que sacara el coche del garaje porque estaba bajando mucha agua por el barranco del Poio –situado a poco más de cien metros de la residencia familiar–, él no la creyó porque en Picanya no llovía. Consideró que estaba "exagerante" y siguió jugando con la pequeña Irene. La insistencia de ella, minutos después, y la constatación de que el resto de vecinos sí estaban retirando los vehículos, hizo que se diera cuenta de que algo ocurría de verdad.
Cogió a la niña y sacó el coche. "Solo pude llegar a la esquina porque venía una lámina de agua. Di la vuelta y dejé el coche sobre la acera", recuerda. La situación empeoró cuando intentó salir del vehículo. El agua le impedía abrir la puerta. "Justo en ese momento le llamé y me explicó cómo estaban. Me dijo que no sabía qué iba a pasar. Podéis imaginar cómo me sentí", relata Lorena, todavía angustiada. Por último, Manolo logró salir por la ventana del coche. Primero él, después la hija.
Aceptó que no tenía tiempo de volver a su edificio y, al ver que una mujer intentaba entrar en una finca anexa, se acercó. Necesitaron la ayuda de otros tres vecinos para romper la cerradura de la puerta que no se abría debido a la presión del agua. Ya estaban salvados. Manolo fue acogido por otra vecina y llamó a Lorena. Después recorrió la azotea que comunica tres edificios hasta acceder a su casa donde pasó toda la noche sacando agua.
Mientras tanto, Lorena desde Vinaròs, el municipio donde trabaja como maestra, aún no podía respirar aligerada. Ahora le tocaba sufrir por su padre, hermano, tío y primo que también habían salido a sacar el coche del garaje. A la preocupación se sumaba la de la situación de su abuelo de 93 años, que vive solo, y de una tía que tuvo que dormir en un pabellón. "Fue todo muy angustioso", explica entre suspiros. "No supe que mi padre y hermano estaban bien hasta las doce y media de la noche", enfatiza.
Abrazarlos tres días después
El sufrimiento de Lorena no finalizó hasta el viernes, cuando pudo abrazar a su familia. Los cortes de casi todas las conexiones a la zona se lo impidieron. el rescoldo de su alumnado que, a pesar de sus ocho años, le notaron la preocupación. No estés triste. Te amamos a montón', recuerda.
El reencuentro familiar definitivo se produjo en la casa que los padres de Manolo tienen en Valencia donde la familia se encuentra acogida hasta que puedan volver a su vivienda, ahora medio sucia, con restos de barro y sin agua ni gas. Reconocen que lo han perdido "todo". Desde los muebles, a los recuerdos más importantes, entre ellos, las pequeñas fotos de Lorena o el primer peluche de Irene. "Tengo la sensación de que una parte de mi vida se ha ido", lamenta Lorena. "Yo echo de menos mi casa", añade Manolo.
Sobre la gestión de los avisos por parte de la Generalitat apuntan a que el mensaje de alarma en el móvil llegó muy tarde. "A mí, cuando ya me encontraba en el ático de la vecina que nos acogió", se queja Manolo. En cambio, agradecen la ayuda recibida por parte de los voluntarios que les han traído de todo, y que se han ofrecido para limpiar su casa. Por el futuro reclaman asesoramiento, información clara y celeridad. "No sabemos por dónde empezar y las ayudas las necesitamos ya", alerta Manolo.
Con todo, se muestran dispuestos a salir adelante y superar otra prueba. No es la primera, ya que Lorena también ha vencido un cáncer. Ambos explican que han aprendido a valorar lo más sencillo, lo que tienen cada día, el cariño de su hija. Antes de despedirnos, nos muestran un centenar de fotos que secan en una galería descubierta de la casa. Son los recuerdos de toda una vida que DANA no ha logrado truncar.