Sánchez no debe dimitir, debe plantar cara

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Pedro Sánchez esta mañana en el Congreso de los Diputados, en Madrid

El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, ha sorprendido a todos este miércoles por la noche anunciando a la población que medita dejar el cargo por el acoso injusto que considera que está sufriendo su esposa, Begoña Gómez. La decisión de un juez de abrir diligencias por presunto tráfico de influencias a raíz de una denuncia de la entidad ultra Manos Limpias contra Gómez ha sido la gota que colmó el vaso de la paciencia de Sánchez, que en una emotiva carta a la ciudadanía ha abierto la puerta a una decisión que cambiaría totalmente la política española. "Este ataque no tiene precedentes. Es tan grave y tan grosero que necesito detenerme y reflexionar con mi mujer", afirma en la misiva, en la que Sánchez carga contra la pléyade de medios ultraderechistas que está alimentando las informaciones contra la suya mujer, pero apunta sobre todo a Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal. El próximo lunes Sánchez anunciará su decisión sobre "si vale la pena" continuar en el cargo pagando ese precio o no.

Haga lo que haga finalmente Sánchez, y dando por hecho que lo que afirma es sincero, hay una serie de consideraciones que es obligado hacer ante este hecho inédito en la política española, al menos desde el año 1981, cuando otro presidente, Adolfo Suárez, dimitió tras perder el apoyo de sus en medio de una fuerte campaña de desprestigio personal. La primera es que Sánchez tiene razón cuando denuncia que la política española se ha convertido en un barro y, Madrid en concreto, en una olla de presión que ha creado un ambiente irrespirable y deshumanizador. Pero la realidad es que él no es lo primero que sufre operaciones de ese tipo. Hay que recordar cómo Pablo Iglesias e Irene Montero ya sufrieron un acoso personal inaceptable, con manifestantes de ultraderecha todos los días en la puerta de su casa, y que Podemos fue objetivo de la policía patriótica (informe PISA) y de causas judiciales que después quedaron en nada (caso Neurona). Y antes de que ellos lo sufrieron los independentistas, primero con informaciones falsas en la prensa de derechas (Artur Mas y Xavier Trias) y finalmente con una causa general que ha destrozado muchas vidas y ha provocado mucho dolor.

Sánchez sufre ahora en carne propia esa estrategia y amenaza con dimitir. Pero realmente irse a casa sería irresponsable en este contexto cuando no hace ni nueve meses que las urnas le dieron el mandato para abrir una nueva fase política en España con la ley de amnistía como mascarón de proa. Dimitir sería dejar el trabajo a medias y otorgar una victoria a quienes han enfangado la política española y no han aceptado el resultado electoral. Sánchez ya sabía, o si no lo sabía debería haberlo sabido, que el deep state y una parte del establishment no le perdonarían ciertas cosas. Es como cuando los dirigentes independentistas catalanes dijeron que no esperaban la reacción del Estado. ¿Y qué esperaban? ¿Y qué esperaba Sánchez? Lo que hay que hacer es empezar a desmontar éste deep state, y no otorgarles victorias. Porque ellos no se echarán atrás. Al contrario.

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