¿Tiene sentido el uniforme escolar?

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Dos alumnas con uniforme en una fotografía reciente.

Actualmente en Francia se está echando un auténtico pulso en relación con la indumentaria y sus significados, en el que se difuminan peligrosamente los límites entre religión y cultura. A un lado encontramos parte de la comunidad musulmana que defiende el uso de la abaya, un vestido holgado que deja al descubierto la cabeza y las manos. Por otro lado, el gobierno francés considera que la abaya está directamente asociada a una religión y que, por tanto, y en defensa de la laicidad, debe quedar prohibido en todos los centros educativos. Como solución, desde hace tiempo se está debatiendo la obligatoriedad del uniforme escolar, con el que se dice que podrían resolverse muchos problemas de una vez gracias a la neutralidad de esta indumentaria. Pero... ¿existe la neutralidad en la ropa?

Cabe decir que, históricamente, todas las religiones, incluida la católica, han metido cucharada en cómo teníamos que vestir, sobre todo las mujeres, y muchas prendas actuales tienen vestigios de estas injerencias. Toda indumentaria tiene trasfondo político e intenciones que la motivan y, por tanto, es difícil encontrar neutralidad en cuestion de ropa.

Los defensores del uniforme escolar argumentan que elimina las diferencias de clases y aleja a los adolescentes del consumismo. Permite ahorrar a las familias y les facilita el día a día, ya que no es necesario escoger la ropa. Además, se dice que el uniforme también evita los problemas de sexualización, porque elimina prendas tan temidas como los crop tops o los minishorts. También se ha llegado a afirmar que disminuye el riesgo de acoso escolar. Ante esto, ¡no sé por qué no obligan a toda la población a llevar uniforme, ya que, claramente, el mundo sería perfecto!

El mundo es diverso, injusto y desigual. Vivimos en un capitalismo feroz que invita a la ciudadanía al hiperconsumo. Y estamos atravesados como sociedad por valores machistas, racistas y clasistas, los cuales, con mucha cultura y pedagogía, debemos luchar por rebajar. Y los uniformes, lejos de solucionar nada, simplemente esconden el problema bajo la alfombra, por lo que si no se ve parece que no esté. Pero la mierda sigue ahí.

La ropa, especialmente para la juventud, es una cuestión fundamental. Ante un mundo que todavía no les ha dado ni el espacio ni las herramientas de participación real en sociedad, utilizan la moda para hacerse escuchar y para comprender quiénes quieren ser. Por un lado, estamos defendiendo una transformación del sistema educativo, con la implantación de metodologías que potencian la individualidad del alumno, su capacidad de decisión y el espíritu crítico. ¿Es congruente esto con la idea de homogeneizarlos y disciplinarlos estéticamente?

Los problemas que tenemos como sociedad no se arreglan ni se evitan con el uso del uniforme, ya que, lejos de ser neutro, también se puede modificar, sexualizar o combinar con complementos cargados de significado. Además, las desigualdades se manifiestan en muchos objetos y comportamientos más allá de la ropa. Llevar uniforme no hace que la sociedad sea más justa, simplemente camufla unas cuestiones que precisamente cuando salen a la superficie nos ofrecen la oportunidad de poder detectarlas, comprenderlas, trabajar e intentar revertirlas.

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