"Yo solo veo lo que creo", y este es el aire de nuestro tiempo. La frase, un lapsus revelador, corresponde a Éric Zemmour, el candidato de extrema derecha francés durante la campaña del 2022. Y ahí estamos, dentro de burbujas fabricadas por las redes sociales y la inteligencia artificial que dan a nuestro entorno y nuestras convicciones una apariencia de razón superior. Para salir de la burbuja e intentar comprender el mundo hay que esforzarse.
La frase de Zemmour sale de un libro realmente relevante que se publicará traducido al catalán el próximo 1 de octubre, titulado L'hora dels depredadors (L’heure des prédateurs, editado por Gallimard y escrito por Giuliano da Empoli). En el libro, se describe la llegada de una nueva era del poder dominada por los depredadores: líderes políticos y grandes empresas tecnológicas que rompen las reglas tradicionales de la democracia liberal e imponen su autoridad mediante la fuerza, el caos y la manipulación. Son depredadores políticos figuras como Trump, Putin, Bukele, Milei y Mohammed bin Salman, que se legitiman no por el respeto a las instituciones sino por su capacidad de dominar, dividir y dar miedo. En definitiva, actúan como agentes del caos. A los depredadores políticos se suman los tecnológicos: gigantes de la tecnología y la inteligencia artificial que controlan datos e información con un poder sin apenas límites. La suma de unos y otros erosiona lo que habían sido las normas democráticas y la diplomacia, y el resentimiento social y la manipulación digital son sus armas.
Nuestros depredadores comparten una visión masculinamente asilvestrada del mundo. Son machos impetuosos acostumbrados a imponerse en un choque de cornamenta.
Trump pierde lustre
En el nuevo reparto de la influencia en el mundo asistimos a una pérdida de influencia del presidente estadounidense que no augura nada bueno. Pierde lustre, y no es una buena noticia en alguien psicológicamente inestable. Trump ha perdido el control sobre Netanyahu en Oriente Próximo y asiste con impotencia a la ampliación de la guerra en Qatar: el primer ministro israelí ha convertido al mediador con los palestinos en un objetivo, saltándose toda norma diplomática. Mientras, la violencia política en Estados Unidos renace y, con ella, se alimenta el veneno de la rabia y la venganza.
Trump tampoco se sale con la suya con el presidente ruso, que lo torea y se convierte en el líder de un polo de colaboración desafiante y poderoso demográfica, comercial y armamentísticamente con China e India.
Putin provoca a Estados Unidos, y también a Europa y a la OTAN, con el ataque más numeroso de drones sobre Polonia. No ha sido un accidente, como algunos han sugerido al otro lado del Atlántico. Ha sido una prueba. Un test pensado para medir el tiempo de reacción de la OTAN, las costuras de la defensa aérea y sobre todo la capacidad política de la Alianza para hacerse respetar militarmente. Moscú puso a examen a los sistemas antidrones y a la determinación aliada, y la respuesta tardó en llegar. La operación Centinela Oriental tendrá trabajo previsiblemente, vistos los movimientos rusos de los últimos días con Bielorrusia. De momento, Europa está frente al espejo y el reflejo es incómodo: dependencia tecnológica, falta de coordinación y una creciente vulnerabilidad ante las guerras híbridas. Rusia sabe que no es necesario destruir una ciudad para ganar la partida psicológica; basta con poner en evidencia la lentitud y la división del adversario.
Lo que está en juego no es solo la seguridad de un aliado, sino la credibilidad del objetivo fundacional de la OTAN. O los europeos aprendemos que la defensa del siglo XXI pasa por un escudo capaz de neutralizar drones y ciberataques con la misma agilidad que aviones y misiles, o la disuasión que durante décadas ha mantenido a raya a Moscú acabará en breve. Quizás sea necesario que el Viejo Continente asuma, de una vez por todas, que la seguridad no se subcontrata. Los drones rusos que han cruzado el cielo polaco no solo han puesto a prueba a Varsovia: han puesto a prueba a Bruselas.
Putin gobierna a través de la ficción y la puesta en escena. Para él, la política es teatro, y el poder, ajedrez. Todo –los oligarcas, los medios, incluso la guerra– es pieza sacrificable para sostener la narrativa del líder. Los drones sobre Polonia encajan en esta lógica: más que provocar daños materiales, importaba el efecto psicológico, la humillación de una superestructura militar que se muestra lenta frente a unos artefactos baratos.
Una Rusia imperial y expansiva con sus vecinos, violencia política en Estados Unidos, Israel cometiendo un genocidio sobre los palestinos. Henry Kissinger decía que hay que saber historia, porque es el mecanismo para comprender qué pasa realmente de nuevo. Hoy, cada vez tenemos más información, pero somos más incapaces de prever nuestro futuro.