La censura se ha vuelto a instalar desvergonzadamente en nuestras instituciones: en los gobiernos, en los medios de comunicación y cultura, en la educación y, muy en concreto, en la universidad. Hemos pasado de la corrección política que tenía que proteger a los más débiles a la “cultura de la cancelación”, un préstamo del inglés para denominar, eufemísticamente, el boicot, la eliminación y la censura. Aquí, si bien crecen los casos denunciados, vamos a remolque del mundo anglosajón y podría ser que todavía no se reaccione como en Estados Unidos, un país con una más arraigada tradición de libertad de pensamiento y de educación humanística.
En Estados Unidos, uno de los últimos escándalos lo ha protagonizado el Massachusetts Institute of Technology, que en octubre acabó retirando la invitación que había hecho a la geofísica y profesora de la Universidad de Chicago Dorian Abbot para pronunciar la John Carlson Lecture sobre cambio climático y vida potencial en otros planetas. El MIT cedió a las fuertes presiones en su contra por un artículo publicado en Newsweek donde cuestionaba la implantación en los campus universitarios de los criterios DEI (diversidad, equidad e inclusión), que, según Abbot, violan el derecho a la igualdad de acceso a la universidad de las personas, puesto que son tratadas como estadísticas con finalidades políticas. Dorian Abbot proponía un marco alternativo que denomina MFE (mérito, imparcialidad [fairness] e igualdad [equality]) para tratar a quienes quieren entrar en la universidad como individuos –y no como miembros de un grupo identitario– y que sean evaluados en procesos rigurosos por sus méritos y calificaciones. ¡Este es su pecado!
El caso se suma –entre otros muchos– al de Peter Boghossian, experto en pensamiento crítico y profesor de filosofía de la educación y de ciencia y pseudociencia. En septiembre Boghossian dejó la Universidad Estatal de Portland harto de ser asediado por haber invitado a sus clases personas cuyas ideas él mismo no compartía –como por ejemplo terraplanistas, escépticos del cambio climático y miembros del movimiento Occupy Wall Street– para ayudar a sus estudiantes a desarrollar un pensamiento crítico. Ante las denuncias adoptó una actitud desafiante para mostrar como la ideología se imponía al rigor científico, y consiguió publicar en revistas académicas artículos llenos de tonterías pero complacientes con las políticas de identidad. Entre otros, uno titulado “El concepto de pene como construcción social”, publicado en Cogent Social Sciences, donde argumentaba que los penes eran productos de la mente humana y responsables del cambio climático. La academia no se tomó bien haber hecho el ridículo y lo ha asediado hasta llevarlo a abandonar.
Aquí los estudios universitarios –y buena parte de los medios de comunicación y, huelga decirlo, un montón de varios nuevos ministerios, consejerías y concejalías– también han tomado partido por los dichos políticos de la identidad, con agendas marcadas por la ideología y ciegas a la objetividad y la verdad. Ahora bien, que un gobierno nos quiera hacer felices a su manera o que un telediario nos quiera adoctrinar con activistas haciendo de periodistas, guste poco o mucho, es consecuencia de unos resultados electorales y de unas empresas libres para defender el proyecto de sociedad que quieran.
Pero en la universidad, y en general en la educación y la cultura, ocupadas mayoritariamente por perspectivas de izquierda autoritaria soi-disant progresista, la censura ideológica, la cultura del boicot y la cancelación representan un grave atentado contra la libertad de expresión y hacen más difícil que pueda haber una ciudadanía crítica capaz de construir su propio pensamiento. Y si de momento los casos parecen excepcionales –a pesar de que tenemos algunos muy frescos–, no es porque no haya más, sino porque a la cobardía autoritaria de los censores se suma el temor a la represión de los afectados. Es el triunfo de la inquisición moral de una cierta pseudoizquierda en contra de la racionalidad, cuyas consecuencias tendremos que analizar con atención.