Leo una entrevista en el ARA con el pedagogo Gregorio Luri, alimenticia de arriba abajo, a propósito del desastre catalán en las pruebas PISA. Cataluña, en lo que a nivel de enseñanza se refiere, cae por debajo de la media europea. Me parece que, si hablamos de España, se equipara a Melilla. Entiendo muy bien que el departamento aduzca que hay muchos alumnos recién llegados. Por la experiencia que tengo, diría que los recién llegados –muchos– van a un aula durante un año donde no aprenden nada porque los maestros no tienen tiempo ni recursos, y, después, hacia el aula normal, donde ya pueden fracasar del todo con las matemáticas y las lenguas.
Observo al adolescente que tengo en casa. Lo que hace y lo que no hace. La mía –y no dudo que en otras escuelas habrá ido distinta– no ha memorizado nada. Ni poemas, ni capitales de Europa o África, ni ningún río, por piedad. Memorizar es caca, lo tenemos en internet. Pero claro, al memorizar es caca, cuando toca hacer una lengua (ya sea el inglés o el latín) no tienen ningún hábito memorístico y les parece la peor tortura del mundo. Haciendo bachillerato, un poco, algo deben memorizar (por ejemplo, en qué coño de siglo se produjo la Revolución Francesa) y no entienden nada y no tienen ningún hábito.
Como decía ayer, es muy diferente el alumno que existía en nuestras clases boomers que no escuchaba. Éste transcurría/transcúrría la hora papando moscas. Su hijo, hoy, se pasa la hora jugando en el Fortnite, en el ordenador, en clase. Ni siquiera han aprendido a aburrirse.
En estas circunstancias, quien debe asegurarse de que lean, por ejemplo, Moby Dick? Los padres, supongo. Porque en la escuela les enseñan a utilizar el ordenador, no sea que haya brecha digital. Lo que cuesta es que lean, y en la escuela no hay tiempo para que establezcan su hábito. Ésta es la verdadera diferencia entre alumnos. Los padres que en casa, desesperados, verán que deben obligar a leer, y los que no lo harán, por mil razones culturales, sociales, económicas.