Que ninguno de los tres candidatos a presidir el Barça ose reivindicar su legado o el de Sandro Rosell –las personas que han dirigido el club en los últimos diez años– quizás no es tan humanamente doloroso como las detenciones y la noche en el calabozo de esta semana, pero todavía es más revelador.
Víctor Font quiere hacer fuego nuevo, Joan Laporta promete que volverá a su Barça y Toni Freixa, que ha estado en casi todas las últimas juntas directivas, puestos a levantar una bandera, elige la del nuñismo. Se deben de haber hecho muy mal las cosas para que nadie quiera saber nada de esta última década. Y, en cambio, es verdad que durante la campaña ni Freixa, ni Font ni siquiera Laporta han hecho sangre con usted. Quizás este es una primera buena señal para no volver a iniciar un mandato desde el resentimiento y la obsesión por desmontar aquello que los que había antes hubieran podido hacer bien.
Usted dimitió el 27 de octubre y pareció que se lo había comido la tierra. No volvimos a tener noticias suyas hasta que lo detuvieron este lunes, 125 días después. El día siguiente, cuando salió con libertad con cargos, le vimos la cara, la poca cara que dejan ver las mascarillas. Y es que su mandato se acabó en plena pandemia, con el Camp Nou sin público. Dicen que esto le ha ido bien para ahorrarse pañuelos, pero también ha sido el reflejo de un club donde no solo se jugaba a puerta cerrada, sino que también se gobernaba.
Los niveles de crispación social de los últimos tiempos no tienen nada que ver con los de hace veinte años. La crítica feroz a la que usted ha sido sometido –mucho antes del Barçagate– ha superado (a veces, de forma humillante) la que recibió Joan Gaspart, autodefinido como el peor presidente de la historia. Consciente de sus carencias comunicativas y perdida la batalla de la opinión pública, usted se fue replegando a la penumbra. Le elogiaban la capacidad de resistencia, pero cada vez el espacio que ocupaba el presidente del Barça era más reducido, más oscuro. Renunció a ejercer el liderazgo para refugiarse en el deep club, desde donde seguramente se puede maniobrar, pero no liderar una entidad.
Las miserias del Barçagate que hemos ido conociendo esta semana serán el punto final de una presidencia y una época en que el club ha perdido grandeza y luminosidad. Toca remontar. El miércoles lo hizo el equipo en el campo contra el Sevilla. A partir del domingo, quien se tiene que poner las pilas es el club. El rival es más peligroso: somos nosotros mismos.
P.D. No cuento –y menos después de todo el que ha pasado estos días– con que el domingo vaya al Camp Nou a votar. ¿Quién debe de ser su candidato, señor Bartomeu? ¿Ya lo ha votado por correo o lo tendremos que contar entre los socios que se abstendrán de elegir nuevo presidente?